Elon Musk se ha dejado caer recientemente por la frontera de EEUU con México para "ver lo que está sucediendo realmente " y poder formarse una mirada "sin filtros" sobre el problema de la inmigración ilegal.
Los tecnoprofetas milmillonarios de Silicon Valley, titulares de la potestad de marcar personalmente las directrices que ha de seguir el progreso, no dan puntada sin hilo. Y aprovechó su visita para lanzar su campaña a favor del "periodismo ciudadano", ofreciendo la tecnología de X (antes conocida como Twitter) como plataforma para albergarlo.
Citizen journalism is the path to better future!
— Elon Musk (@elonmusk) October 4, 2023
I strongly encourage people around the world to post news about events as they’re happening, in both text & video. https://t.co/c8PxqinKAm
El llamamiento de Musk llega después de haberse significado reiteradamente como azote de los medios tradicionales, a los que considera decadentes, sesgados y un mero repositorio de "propaganda". A medio camino entre la fraseología mercadotécnica de un anuncio de teletienda y el activismo del enfant terrible, el fundador de SpaceX dice que "recibo mis noticias de X, porque es más inmediato y divertido".
Y en este mito de la ausencia de mediación, en la consigna del "cree lo que ves, no lo que te cuentan", se basa esta iniciativa del periodismo ciudadano, que es tanto como decir información amateur.
Al contrario de lo que acostumbran a hacer los plañideros de la democracia liberal, no obstante, es ineludible reconocer las dinámicas corruptoras de las instituciones establecidas que explican la desafección de la ciudadanía contemporánea hacia ellas.
Y lo cierto es que la polución ideológica del ecosistema mediático global, canibalizado por una partidización militante, ha hecho que el propio periodismo mainstream haya dilapidado casi todo su crédito.
Las televisiones y los periódicos homologados se han convertido en muchos casos en obscenos alminares desde los que reeducar a la población en una nueva ortodoxia. Y este hartazgo con la percepción de la ausencia de independencia, y el desengaño definitivo con la ficción de la neutralidad, han expulsado a muchos de los circuitos informativos oficiales.
Pero aun con toda la incontestable corrupción que carcome a los primeros, los medios alternativos en los que han recalado los iluminados no son mejores. Basta con ver al malogrado Tucker Carlson, que sin el soporte de la Fox ha terminado conduciendo pseudoentrevistas en X a un lunático que afirma haber mantenido sesiones de chemsex con Barack Obama.
No se puede negar la conveniencia de que haya foros minoritarios con más licencia moral y menos ataduras económicas capaces de abordar aquellos temas peliagudos sobre los que las grandes cabeceras tienden a pasar de puntillas. Pero el sentido de esos canales alternativos es precisamente su subsidiariedad.
Porque hemos podido comprobar sobradamente que las profundidades internáuticas donde se comercia con "lo que nadie te cuenta" y "lo que no leerás en otros medios" se han poblado de agitadores disfrazados de reporteros, pódcasts de factura técnica tercermundista y canales de Telegram magufos.
As Twitter pursues the goal of elevating citizen journalism, media elite will try everything to stop that from happening
— Elon Musk (@elonmusk) November 11, 2022
Y ello por la sencilla razón de que les falta lo que caracteriza, pese a todo, a los medios sistémicos: elevados estándares de calidad, baremos deontológicos exigentes y un sentido de la profesionalidad ausente en un sujeto aleatorio que con la sola ayuda de su smartphone se lanza a reportar "sin filtros" desde sus redes sociales.
Y es que el otro mito en el que se asienta el periodismo ciudadano es el de la democratización. Esta invitación a que todo el mundo tenga voz en el discurso público está alentada por una ideología de igualitarismo bastardo, que quiere instalar la lógica horizontal en todas las facetas de la vida.
La falacia de que todos los criterios valen lo mismo enraíza en la actual cultura asamblearia que se resiste a reconocer jerarquía ni auctoritas alguna. Y eso incluye al periodismo como autoridad epistemológica tradicional. Se entiende mejor así la decisión de Musk tras adquirir Twitter de abrir la marca de cuenta verificada para cualquier usuario que pagase por ella, cuando antes estaba reservada a actores oficiales o reconocidos socialmente.
Musk se ufana de que "ya casi nunca leo noticias. ¿Cuál es el sentido de leer 1.000 palabras sobre algo que ya se publicó hace varios días en X?". Y hay una gran parte de verdad en estas palabras, hoy que nuestros canales reproducen el esquema de la viralidad.
[Opinión: ¿Quién necesita periodistas teniendo streamers?]
Por eso mismo, el periodismo no ha dejado de ser necesario, sino que lo es más que nunca. Tenemos la oportunidad de reivindicar su razón de ser haciendo valer la irremplazable labor de selección, verificación y edición que desempeña, y mostrando más celo por una escritura y una cobertura ajustadas a la profesionalidad, el virtuosismo y la excelencia que reclama el oficio.
Sea como sea, no hay que tomarse demasiado en serio las ocurrencias de los visionarios de la élite tecnológica y financiera que se arrogan la responsabilidad de diseñar el futuro de la humanidad. Como ha aclarado Douglas Rushkoff, el cronista de los megarricos que ha puesto de moda Yolanda Díaz, se trata al fin y al cabo de "sociópatas" que buscan troquelar una realidad a imagen y semejanza del mundo virtual, deshumanizado y flotante en el que ellos viven. "Esa gente que se representa como seres superiores en realidad tiene la capacidad intelectual de un niño de 14 años".
Un diagnóstico compartido por el biógrafo de Musk, Walter Isaacson, que considera la visita del magnate a la frontera un ejemplo más de un "complejo de héroe épico" de quien considera que "su implicación es necesaria para solucionar nuestros problemas nacionales, globales e interplanetarios".