Las imágenes de los ataques de los milicianos de Hamás en territorio israelí siguen impactando, no importa cuántas veces las hayamos visto. La espectacularidad y la crueldad se unen a una eficiencia despiadada. Resultado: más de mil asesinados en territorio israelí y más de cien secuestrados. Y una sociedad (la israelí) y una comunidad (la judía) en un estado de shock que no pueden permitirse que les paralice, pues la amenaza continúa.

No es difícil imaginarse unos hogares consumidos por la zozobra ante las noticias, como aquellos que retrató magistralmente Steven Spielberg en el comienzo de Munich, su película sobre el secuestro y asesinato de los atletas israelíes en la Villa Olímpica de Munich en 1972, y de la venganza posterior contra los organizadores de la matanza, perpetrada por Septiembre Negro. 

El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, en su conferencia de prensa con Anthony Blinken.

El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, en su conferencia de prensa con Anthony Blinken. Reuters

En un momento de aquella escena primera, suena la Hatikva, el himno nacional israelí, mientras en un sótano del Ejército donde se planea la venganza, un funcionario recita los nombres de los terroristas a medida que deja caer sus fotos en la mesa. Imágenes y nombres que se alternan con los de los once deportistas asesinados, en la plasmación fílmica de la vieja ley del talión. Si el trauma fue enorme con once israelíes asesinados fuera de Israel, ¿cómo debe ser el impacto ahora, tras más de mil muertos en territorio israelí? El dato es revelador: el sábado 7 de octubre fue el día en que más judíos murieron desde la Segunda Guerra Mundial.  

No cabe albergar dudas respecto de la magnitud del ataque que Israel prepara para entrar en Gaza, descabezar Hamás y hacerse con el control de un territorio que daba por controlado gracias a una tecnología que ha revelado sus límites. Esa es otra dura constatación para la sociedad israelí en estas horas de angustia: por más que la Cúpula de Hierro y la cara valla hayan evitado otras tragedias, el solucionismo tecnológico no es la solución definitiva a sus problemas de seguridad. Su Gobierno, pese a su retórica securitaria, ha fracasado, como gran parte de la sociedad israelí temía, dadas sus prioridades y el perfil ultra de algunos de sus ministros, entre ellos representantes de los colonos de Cisjordania. 

Hay otra escena en Munich que recrea ese dilema, cuando el comando israelí del Mosad, que lidera Abner, se hace pasar por un grupo revolucionario y comparte piso franco con un comando de la OLP. Abner y Ali, el líder del grupo palestino salen a fumar en medio de la noche al descansillo del piso y conversan:

–No tenéis nada para poder negociar, esa tierra no se os devolverá –le dice Abner–. Moriréis de viejo en campos de refugiados esperando vuestra Palestina. 

–Tenemos muchos hijos, ellos tendrán aún más. Podemos esperar eternamente. Si hace falta, haremos de todo el planeta un peligro para los judíos –responde Alí. 

Matad a judíos y el mundo los compadecerá considerándoos animales

–Sí, pero el mundo sabrá cómo nos convirtieron en animales. Empezarán a preguntarse de qué modo vivimos en nuestras jaulas.

     

Se ha comparado la sorpresa ante los ataques con la conmoción que supuso, hace justo cincuenta años, en octubre de 1973, el ataque coordinado por Egipto y Siria que dio lugar a la guerra del Yom Kipur. Una sorpresa cuya gestión e investigación derivarían menos de un año después, en junio de 1974, en la dimisión de la primera ministra, la laborista Golda Meir. Sobre dicha líder y su actuación en aquel conflicto bélico se ha estrenado hace pocos días Golda, protagonizada por Hellen Mirren, aunque es también en Munich donde mejor se retrató uno de los dilemas que hoy atraviesan a la sociedad israelí en su conjunto. 

Cuando se están debatiendo los pros y los contras de la venganza contra la OLP y Septiembre Negro, hay miembros del gabinete que hablan de la posible desproporción de algunas medidas, mientras que otros apuestan por aumentar su dureza. Es Golda Meir la que tiene que decidir, y la que toma la decisión con una frase demoledora que da pie a la actuación del comando y, por tanto, a la trama de la película: "Toda civilización se enfrenta a momentos en los que debe hacer un pacto con sus propios valores".

No se imagina uno al hoy visiblemente desubicado Netanyahu y a sus ministros con las mismas dudas que Meir, aunque a buen seguro son las de muchos israelíes que hoy contemplan con estupor su vulnerabilidad y necesitan respuestas y resarcimiento. Cómo no entenderlos, aunque ese enfoque, el de la ley del talión, ha sido, precisamente, el que los ha traído hasta aquí.

Es desalentador que se repitan consejos y análisis de hace nada menos que cincuenta años, y que sigan sirviendo los diálogos fílmicos con los que se representaron. Mientras tanto, los palestinos están peor que nunca e Israel no encuentra la seguridad. ¿Hasta cuándo?