Hace unos días, una amiga periodista me decía que ya sólo nos queda gritar. Entiendo su frustración ante la claudicación de lo que, para ella, y para muchos españoles, es evidente.
Pero también me preocupa, porque hasta los más serenos ya dicen en público que "algo habrá que hacer", y en ese "algo" indefinido resuena inevitablemente la confesión de no saber qué hacer y, lo que es peor, la llamada a la acción desesperada.
No tengo ninguna duda de que José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez contaban con ello. Zapatero es el que mejor conoce a la derecha española. Yo diría que es el único que la conoce realmente. Siempre va un paso por delante. La lleva moldeando veinte años y sabe hacia dónde llevarla.
Está consiguiendo que se parezca a la caricatura que hace de ella. Él pone la capa y la derecha embiste. La derecha perdida y desesperada que confiesa que "ya solo nos queda gritar" les acabará dando la razón.
A mi amiga le decía que, por lo pronto, no vendría mal, ahora que ya estamos todos convencidos de que la amnistía es injustificable, hacer un poco de autocrítica. Un poquito sólo, y al menos darnos cuenta de que se yerra en el diagnóstico.
Así, por ejemplo, podríamos empezar por una serie de argumentos que dominan en la opinión publicada de la derecha, y que denotan un juicio muy superficial y una actitud muy chulesca. Se podrían resumir en cuatro grupos.
1. Hay socialistas buenos y malos. Los que defienden la Transición y la Constitución son los buenos, y los que pactan con golpistas y terroristas son los malos.
2. Los socialistas son sectarios por naturaleza. Los que no están de acuerdo con Sánchez acabarán apoyándole porque prima la fidelidad al partido sobre la verdad.
3. Sánchez es un inmoral sin ideas al que sólo le importa el poder y que ha vendido a España por siete votos.
4. España se ha roto. No queda nada del Estado de derecho.
Estos argumentos denotan una soberbia intelectual que ofende, al menos, a una gran parte de españoles, porque les dice que sólo hay una manera de ser español, y que esa no es la socialista. Los socialistas, aunque algunos no se enteren, tienen muy claro qué es lo que quieren, llevan mucho tiempo en ello y tienen derecho a hacerlo.
Felipe González ya dijo en su momento que Cataluña es una nación sin Estado. Por eso, en consonancia con esta vieja idea socialista, Zapatero les dio el Estatut, aunque según él siempre le quedase la amargura de lo que hizo después el Tribunal Constitucional con él. Sánchez, ahora, "ha hecho lo que tenía que hacer", que es seguir adelante con el problema que ya reconoció González: Cataluña es una nación, pero no tiene Estado, así que habrá que dárselo.
Hay una perfecta coherencia histórica con ir hacia un Estado que da por buena la plurinacionalidad. En el artículo 35.3 del documento del Consejo Territorial del Partido Socialista, de 2013, celebrado en Granada, que llevaba por título Hacia una estructura federal del Estado, se establecía que "en una eventual reforma de la Constitución de 1978 habrían de suprimirse todos aquellos preceptos del articulado original que sostienen el perfil indefinidamente abierto e inconcluso del propio modelo del Estado".
La idea del carácter inconcluso del modelo de Estado, es decir, del carácter transitorio del Estado de las Autonomías, no es nada nuevo. Es algo de siempre. Podrá parecer bien o mal, pero lo que es incomprensible es que se ignore.
Pedro Sánchez no es un enfermo de poder, o no es sólo eso. También está haciendo lo que siempre han dicho que quieren hacer: un Estado plurinacional.
Nicolás Redondo contaba en un foro de la Universidad Francisco de Vitoria que hubo un momento en que se hizo imposible que el PP pactara con el PSOE en el País Vasco. Ese momento fue cuando González le dijo que no se confundiera de amigos. Que con quien había que hablar era con el PNV.
Y ante esto, la respuesta de los medios de derechas es poner en portada a González, o a algún viejo "felipista", para que explique a sus lectores lo que son las cosas. Sin saberlo, aceptan la mayor, que es la política original socialista de ir hacia otro modelo de Estado, y sólo se discute la oportunidad y la manera de hacerlo.
Lo que está pasando ahora es el corolario de lo que empezó González.
Si la explicación de la derecha es atribuir esta larga marcha a la condición moral o psicológica del presidente, o al sectarismo de los socialistas, y no es capaz de hacer un análisis más elaborado; si la respuesta es que lo que hay que hacer es salir a gritar y bloquear la calle de Ferraz; entonces, efectivamente, le estarán dando razón a Zapatero y a su profecía de la llegada de la extrema derecha. No queda otra.