La semana que viene, en la mayoría de las tertulias, hablarán de cualquier cosa menos de la amnistía, porque la amnistía aburre. La izquierda de nuestro tiempo patentó la victoria por aburrimiento, no por argumentos. Enseñaron a las masas que cualquier tema, hasta el más grave, tiene una caducidad de diez días y a diferencia de un yogur (aunque le pregunten a Arias Cañete) no aguanta ni un día de más.
A partir de ahí a otro incendio, a otra polémica, a otra tropelía, a otra atrocidad. Quién se acuerda ya del Tribunal Constitucional declarando inconstitucional el segundo estado de alarma o eso de pagar el finiquito a la ministra de Justicia nombrándola fiscal general. España lejana.
El populismo caló en las sociedades nuestras por comprender que las redes sociales habían adoctrinado a sus usuarios hasta convertirlos en yonquis de los estímulos. Un tipo que necesita algo nuevo y con neones cada veinte segundos para mantener la vista enfocada en la misma dirección.
Y por eso en Ferraz, que cada vez parece más un club de carretera, ponen todas las semanas un neón nuevo con el que deslumbrar al personal. Un neón para Bildu, más bombillas para Junts y así hasta que la contaminación lumínica haga indistinguible lo que ocurre en aquel lugar. Luz, taquígrafos y relatores, que es la mejor forma de ocultar.
Hay que hablar de la bajeza de la amnistía cada mañana en los periódicos porque en España no hay nada más grave hoy, ni lo habrá mañana. Preferiría yo vivir en un Estado donde el presidente no anteponga su sueldo a la separación de poderes, donde los temas no aburran, sino que movilicen a una sociedad concienciada de lo frágil que es una democracia y de la ejemplaridad que exige mantenerla.
Ni siquiera aunque Zidane volviese a meterle al Bayern Leverkusen un gol de bolea sería más importante que el despropósito legal que anda justificando Pedro Sánchez. Ni aunque Lorca volviese a escribir el Romancero gitano o a Walt Disney se le atemperasen los pies. Aquí sólo importa la amnistía, que son las Termópilas donde nos jugamos que nos duela España, como a Unamuno, otra vez.
El PSOE ha calibrado perfectamente los costes políticos de la amnistía. Sabe que hoy, mañana y pasado tendrá manifestándose a 3.000 personas a la puerta de Ferraz. Los llamarán fascistas, hablarán, como Ábalos, de que merecen la cárcel por hacer pacíficamente lo que que con violencia (hasta dejar tetrapléjico a un policía) hicieron a los que ahora quieren amnistiar y dentro de un mes (no hacen falta ni siquiera cuatro años) ya nadie se acordará.
Porque han decidido pegarle un meneo a aquello de "¡hasta la victoria!", que gritaba el Che. El PSOE de hoy entiende que, para la victoria, hay que ir "hasta el aburrimiento y más allá".