Las calles de Madrid tienen de noche el color cálido de las farolas, y las variaciones del rojo y verde se estampan sobre las fachadas como las luces de una catedral. Aquella noche, sin embargo, tenían el tono azul de la alarma y el accidente.

Pasé por la calle Princesa a la una de la mañana. Tuve que esperar a que los servicios de Urgencias de limpieza recogiesen la basura que llegaba hasta el Arco del Triunfo, y esquivar bolsas arrojadas de los contenedores quemados. El ruido de los helicópteros ya no rompía el arco de la noche. Era el silencio de la desolación.

Policías en Ferraz ante un contenedor incendiado por los radicales este jueves.

Policías en Ferraz ante un contenedor incendiado por los radicales este jueves. Rodrigo Mínguez

Me había cruzado con un reportero que venía de cubrir la manifestación. Un tipo recio, ya curtido en estas lides, que traía el rostro alterado, y el cuerpo manchado de huevos podridos. Decía que, para ser pacífica, la manifestación dejaba mucho que desear. Tengo su cara clavada en la memoria como tengo la imagen de una ciudad pintada de alarma.

Por un momento Madrid me recordó a la Barcelona de hace unos años, y me pregunté si no podría ser al revés. Que en lugar de que Madrid se parezca a Barcelona, Barcelona se parezca a Madrid.

Sánchez tiene mucha culpa de este deterioro de la ciudad, de la vida, y del país. La publicación de la firma del pacto entre el PSOE y Junts es una traición al Estado que merece una réplica sin fisuras. La gente lo sabía y quería decirlo.

Pero creo que la pregunta no está en esto, al menos no lo está para mí. Ahora que ya estamos todos convencidos de que tenemos razón, la pregunta es si es posible que todo esto signifique el fin del Estado de derecho, o si solo significa el fin del Partido Socialista. La respuesta está abierta, y ahora mismo, en este momento dramático, puede caer de un lado o del otro. Todo pende de un hilo.

Si es por la violencia insolidaria de unos, y la falta de inteligencia práctica de otros, no me cabe duda de que caerá del lado del fin del Estado de derecho. Algunos grupos minoritarios sabrán sacar provecho de la violencia y la ruptura. A río revuelto, ganancia de pescadores.

Dan por demolido el Estado de derecho y, con él, las normas y procedimientos judiciales. Seguramente por eso crean justificada una escalada violenta. Pero no tienen por qué ser ellos los que lleven la iniciativa.

¿Qué cabe hacer entonces para quitar el poder a los que lo usan para deteriorar la convivencia? Es el momento de escenificar la concordia y de no dar carta de naturaleza a la violencia. Es posible empezar por encauzar las protestas en la legalidad, alejar las manifestaciones de las sedes de los partidos, condenar toda violencia, e intentar convocar a todos, como ya se ha hecho otras veces.

Necesitamos gestos de unidad y manos tendidas en estos momentos en los que algunos intentan sacar provecho de la confrontación. Se puede confiar en los muchos procedimientos que están abiertos, y en los que se pueden abrir.

No discuto la legitimidad de manifestarse, ni la gravedad de un momento político en España que llama a una profunda preocupación. Pido inteligencia y astucia para no provocar el efecto contrario del deseado. Las imágenes que nos ha ofrecido esta semana nos deberían hacer pensar que no todo suma, y que no todo sirve.

Hace falta una grandeza especial, una educación cívica, y una gran moderación del espíritu para representar la unidad que nos caracteriza. No es mucho pedir. Son mayoría los españoles que son así.