1. La dimisión del primer ministro portugués ha causado sorpresa general, y desánimo en la izquierda no sólo en Portugal, sino también en su familia política europea. Al fin y al cabo, de Antonio Costa se hablaba como posible Spitzenkandidat (cabeza de cartel) para encabezar la lista al Parlamento Europeo de los socialdemócratas y como presidente de la Comisión Europea. E incluso como candidato a la presidencia del Consejo Europeo en el próximo reparto de cartas comunitario de 2024.
Su carrera internacional estaba inédita, y por ello, en total potencia. Quizá la dimisión inmediata busque establecer un cortafuegos entre su etapa institucional portuguesa y su futuro internacional. En los próximos meses lo sabremos.
El asunto pinta mal. Corrupción en la concesión para la explotación de litio y proyectos de hidrógeno verde en el norte del país. Y resulta aún más letal para los socialistas portugueses, cuyo primer ministro socialista previo a Costa, José Sócrates (2005-2011), también fue señalado por corrupción y detenido poco después de dejar el cargo acusado de fraude, blanqueo de capitales y falsificación de documentos.
Las elecciones anticipadas para marzo que ha convocado el presidente Marcelo Rebelo de Sousa pueden abrir la puerta al Gobierno a la extrema derecha de Chega, aliado potencial de los socialdemócratas (los cristianodemócratas portugueses). De presumir del vecino a verlo convertido en pasto de la lógica política de la que lo creíamos ajeno. Final del espejismo.
"Menos mal que nos queda Portugal", se cantaba en España cada vez que algún hecho nos hacía pensar en la opción esteticista del exilio voluntario. Es curioso que se haya alabado tanto la reacción del todavía primer ministro tras conocerse las acusaciones y detenciones por corrupción de algunos de sus principales colaboradores, entre ellos su jefe de gabinete.
Costa había tenido avisos serios y consistentes en los últimos años de los manejos sospechosos de su entorno, pero prefirió no actuar. Finalmente, se ha aplicado a sí mismo con severidad el listón que no supo, o no quiso, exigir a sus más cercanos.
Quizá la mera detención de los mismos le haya supuesto la confirmación de todas las acusaciones que no quiso creerse hasta entonces. "No he querido saber, pero he sabido…", podría haber escrito Costa en su carta de dimisión con palabras del añorado Javier Marías en el memorable comienzo de Corazón tan blanco.
2. El intento de asesinato de Alejo Vidal-Quadras, expresidente del PP catalán y fundador de Vox, ha recordado a los guiones de series con las que nos lo pasamos bien, pero que no creemos que sean demasiado verosímiles. Homeland en Núñez de Balboa. Oficina de infiltrados en las calles del Madrid noble.
Tal fue así que, en primer lugar, instintivamente muchos pensaron en una relación directa entre la crispación de la política nacional y los disparos al político retirado y tertuliano activo de televisión. Finalmente, él mismo, tras salvar afortunadamente la vida, fue quien contó a la policía que sospechaba que aquellos actos estaban relacionados con su defensa activa de la oposición iraní en el exilio. Una oposición calificada como terrorista por el régimen iraní.
De nuevo, sólo el tiempo lo dirá, pero desde luego son conocidas las actividades internacionales y clandestinas del gobierno de los ayatolás. Sobre todo tras la muerte de Qasem Soleimani a manos de Estados Unidos en 2020.
Antes, no obstante, Irán ya había sido acusado de actos terroristas a gran escala. Especialmente de uno en Argentina que tuvo lugar en 1994 y que todavía sigue hoy presente en el debate público en el país que en apenas una semana celebra la segunda vuelta de sus elecciones presidenciales, en las que el ultra anarcocapitalista Milei se enfrenta al peronista templado Massa.
Los atentados con bomba contra la Asociación Mutua Israelita Argentina (AMIA) de 1994 causaron al menos 85 muertos y alrededor de 300 heridos, y fueron precedidos por el atentado contra la Embajada israelí en Buenos Aires, en el que murieron 22 personas.
Pronto fue señalada Irán, acusada de actuar o en nombre propio o a través de Hezbolá. Acusación que se repitió años después, en 2015, cuando el fiscal argentino Alberto Nisman fue hallado muerto en su apartamento pocas horas antes de que acudiera al Congreso argentino para denunciar un supuesto pacto secreto entre la presidenta y el Gobierno iraní para tapar, a cambio de petróleo, la implicación persa en el atentado contra la AMIA.
Surgieron entonces debates interminables en la televisión y se publicaron libros que defendían unas hipótesis o las contrarias. La muerte de Nisman se convirtió en una suerte de telenovela que terminó por dividir a la opinión pública y, de alguna forma, demarcó las fronteras políticas, hasta hoy.
Al igual que en España, en los últimos años existe en Argentina una inercia a identificarse con Israel desde la derecha y con Palestina desde la izquierda. Algo significativo en un país con amplia presencia de judíos y de una importante comunidad de origen árabe (como la del expresidente Carlos Menem). No en vano, Milei habla de una conversión gradual al judaísmo.
Dos sucesos que nos muestran algo que ya sabíamos, pero que tenemos tendencia a olvidar cuando los asuntos internos de cada país se enconan y parecen los únicos que importan, como ahora en España. Vivimos en un entorno global repleto de vasos comunicantes, en el que los planes por adelantado de todo tipo –como los que se negaba a hacer el desencantado y astuto Rick de Casablanca– cada vez nos dicen menos de lo que realmente pasará.