1. Podemos finalmente consumó la ruptura anunciada con Sumar y añade dificultad a lo que ya era una mayoría parlamentaria muy complicada de gestionar. Porque son muchos partidos, porque varios de ellos compiten entre sí y están mal avenidos, y porque no hay una coherencia ideológica entre todos. Siendo así, hay quien augura que la caída del Gobierno está todavía más cerca que antes del cambio de Podemos al grupo mixto.
Pero se da la paradoja de que es esa propia fragilidad la que hace de argamasa de un Gobierno que está llamado a perdurar si no cuatro años, no menos de tres. Por distintas razones, ninguno de los implicados puede permitirse una ruptura, y mucho menos, ser percibido como el causante de la misma.
Una suma de fragilidades que funciona como aquellas patologías que el anciano y achacoso Señor Burns de Los Simpsons alojaba en su cuerpo pero que, involuntariamente, se neutralizaban unas a otras, precisamente por el exceso de las mismas. La salida de Podemos dificulta la negociación, pero no cambia esa verdad de fondo, e incluso la hace todavía más nítida.
2. Yolanda Díaz se forjó una imagen justa de negociadora hábil y de facilitadora de acuerdos durante la pandemia, cuando sindicatos y patronal firmaron pactos que salvaron a muchos trabajadores y a no pocas empresas. En cambio, su gestión del grupo parlamentario de Sumar ha sido extraña e ineficaz. Suele pasar que uno flaquea allí donde creía tener su mayor fortaleza, al darla por descontada y desatenderla.
Hasta el 23 de julio, su legitimidad como líder provenía de herencia (de Pablo Iglesias, nada menos), y eso quizá contenía su reacción, que cambió tras las elecciones al sentirse ya legitimada por derecho propio. Sucede que la legitimidad te la tienen que conceder los demás, por más que uno crea merecerla, y Podemos no estaba dispuesto a hacerlo.
Si a Podemos no se le ofrecieron ni portavocías menores, se sabía que se le empujaba a generar ruido público, quejas y, finalmente, a marcharse. Si eso era lo que se buscaba, ¿cuál fue la razón para incorporarlos a la candidatura de Sumar? Si era utilizar su aparato para arrastrar votos en distintas provincias el 23-J, no es sólo Podemos quien se ha aprovechado para incluir a cinco diputados en el Congreso. Tampoco Sumar ha sido honesto con los morados.
Todo el episodio debería hacerles reflexionar ante su puesta de largo como partido. No es el mejor escenario para encarar elecciones en Galicia, País Vasco y al Parlamento Europeo. El discurso hacia fuera tiene que ser coherente con las formas y la gestión hacia dentro. La incomodidad epidérmica de unos con otros no auguraba nada bueno, y será la coalición quien sufra las consecuencias de otra versión del inveterado faccionalismo de la izquierda.
[Moncloa le dijo a Sumar que aceptaba incluir un ministro de Podemos pero Yolanda Díaz lo desechó]
3. A las cosas. Es ahí donde el Gobierno en su conjunto, y sus formaciones en particular, encontrarán la legitimidad y la fuerza para remontar un inicio turbulento por causa de la (con toda justicia, y siendo suave) polémica Ley de Amnistía y la ruptura de Sumar y Podemos.
Salario mínimo, seguro de desempleo, pensiones, vivienda, sanidad y educación, con ofertas creíbles de acuerdo a las Comunidades Autónomas, con amplias competencias en muchos de estos nudos gordianos. Un programa clásico capaz de unir en España todo lo que todo lo demás tiende a dividir.
4. Entre esas cosas está y estará la gestión de las relaciones laborales a las que la Inteligencia Artificial condicionará de forma cada vez más profunda en los próximos años. Hay quienes auguran que no habrá una gran destrucción de empleo, mientras otros hablan de un panorama laboral desolador.
Nadie lo sabe, pero habrá que estar preparado para cualquier contingencia. Y, sobre todo, no caer en el error de revoluciones tecnológicas previas y dar por hecho que hay poco que hacer o gestionar ante la inercia que las propias tecnologías (y las empresas tecnológicas) van imponiendo. Por eso es una buena noticia el acuerdo alcanzado entre el Parlamento Europeo y el Consejo para regular la Inteligencia Artificial y su despliegue.
5. El asunto viene precedido por polémicas corporativas, como el auge, la caída y el renacer de uno de los empresarios a la vanguardia de la IA, Sam Altman, CEO de OpenAI, empresa pionera en la IA generativa con sus programas ChatGPT. Él mismo confesó hace no mucho tener "miedo" ante el potencial maligno de la IA.
Se ha publicado este año en España La desaparición de Majorana (Tusquets), donde el italiano Leonardo Sciascia reconstruye la vida y la desaparición de Ettore Majorana en 1938. El joven físico, que apenas había pasado la treintena, era discípulo de Fermi y se codeaba con Heisenberg.
Cuenta Sciascia que fue él quien descubrió primero la estructura interna del núcleo del átomo, aunque rehusara hacer público su descubrimiento y le entregara así los honores a otros.
Su cadáver nunca apareció y su familia siempre insistió en que seguía vivo. ¿Se suicidó como había escrito en dos cartas algo extrañas? La tesis de Sciascia plantea algo bien distinto: Majorana planificó su desaparición, pero no su muerte, horrorizado por el potencial destructor que había anticipado en el conocimiento de la estructura del átomo.
En 1938 había previsto ya Hiroshima y Nagasaki, y prefirió no tener nada que ver con el desarrollo de la bomba que ya podía tocar con las manos. Si fue él quien vivió durante décadas en un convento de jesuitas que años después visitaría Sciascia, nunca lo sabremos.
Pero igual que la bomba no tenía por qué resultar ser el producto lógico del conocimiento atómico, tampoco hay que bajar los brazos ante posibles escenarios distópicos que puede traer la IA. Habrá que regular y gestionar de forma coordinada y global. Esto es, hacer mucha política, a una escala mayor y de manera más transversal. A las cosas, pues.