Quién iba a decir que el casus belli que desataría la santa indignación de la prensa monclovita contra Pedro Sánchez, el Rubicón de todos sus escozores democráticos, era EFE. 

Pedro Sánchez, entre sus colaboradores Miguel Ángel Oliver, Iván Redondo y Félix Bolaños.

Pedro Sánchez, entre sus colaboradores Miguel Ángel Oliver, Iván Redondo y Félix Bolaños. Sebastián Mariscal / EFE

Ni el Tribunal Constitucional, ni el CIS, ni el Consejo de Estado, ni el Tribunal de Cuentas, ni RTVE, ni la Fiscalía. 

Ni la Constitución, ni el Estado de derecho, ni la separación de poderes, ni la Corona, ni la democracia misma.

Tampoco los indultos, la eliminación de la sedición, la rebaja de la malversación, la ley del sí es sí o la amnistía.

Ni los pactos con Podemos, Sumar, EH Bildu, ERC, BNG o Junts, partidos con los que ningún demócrata intelectualmente ordenado iría ni a heredar.  

Tampoco el Sáhara, Marruecos, Argelia, Israel, Italia o Argentina, ejemplos de diplomacia lunática donde los haya.

Tampoco el liderazgo español en parados. Pero sobre todo, en analfabetos. Liderazgo español liderado a su vez por las comunidades vasca y catalana, principales aliadas de este Gobierno. 

Tampoco ha movido una sola ceja la inflación, la pérdida acelerada del poder adquisitivo de los salarios de los españoles, la insostenibilidad de las pensiones o la fiscalidad extractiva. 

Por no hablar de las empresas, los inversores y los profesionales de éxito que han huido de España y que seguirán huyendo en el futuro.

O esa política literalmente tercermundista que responde a cada mal dato económico con una nueva limosna y que le permite al Gobierno vanagloriarse de ser el país que más ayudas concede en vez de presumir, como hacen las naciones civilizadas, de ser aquel en el que menos ciudadanos necesitan ayuda.

Tampoco la desigualdad entre españoles, con catalanes y vascos de primera y una larga recua de infraespañoles de segunda obligados a mantener con sus salarios a los señoritos de la ultraderecha nacionalista.

Ni el sospechoso reparto de los fondos europeos, consumidos al 85% por el sector público español. El improductivo.

O nuestras políticas energética y migratoria. Las mismas que el peor de nuestros enemigos, que por desgracia ni siquiera es Marruecos, diseñaría para nosotros.  

O por remontarnos al precámbrico, esos estados de alarma inconstitucionales que le sirvieron de pretexto al presidente para cerrar el Congreso de los Diputados mientras confinaba ilegalmente a los españoles en sus casas. 

Ni siquiera la intención explícita del presidente más divisivo en 45 años de democracia de levantar un muro entre españoles y de sabotear a la Comunidad de Madrid, el motor económico, civil y cultural de España. 

Todo eso, bien. Ningún problema. Nada de lo mencionado ha provocado el más mínimo ay de incomodidad en la prensa monclovita.  

Pero, por alguna extraña razón, EFE ha sido la gota que ha hecho rebosar un vaso que hasta ahora estaba vacío.

Era un vaso muy pequeño, por lo visto.  

No durará mucho. Algún amanuense hay por ahí, mientras leen esto, escribiendo una oda en forma de columna a Miguel Ángel Oliver.

Algo tendrá en cualquier caso Gabriela Cañas, la presidenta depuesta de EFE. Alguna virtud, alguna bondad. Pero sobre todo alguna amistad. Quizá la prensa monclovita tenía otra candidata y la designación de Oliver no era la prevista. No intenten ver imaginarios escrúpulos democráticos donde sólo hay expectativas traicionadas.

Porque tampoco tenía esa prensa monclovita problemas con Oliver cuando seleccionaba a dedo, es decir al gusto de Pedro Sánchez, a los esforzados periodistas que masajeaban al presidente en la sala de prensa de Moncloa.

EFE.

EFE era el último defensa. La piedra de clave de la democracia española. 

Hasta que el presidente, claro, vuelva a recordarnos que por encima de todos los peligros que amenazan nuestro bienestar, por encima incluso del machismo, el racismo, Franco y la pedofilia clerical, sobrevuela la ultraderecha.

Justo ahí, en la cúspide de esa pirámide alimenticia de las amenazas imaginarias con las que el presidente pone a salivar a sus soldados cuando los necesita.

Ahí volverán a apretarse las filas. Y Miguel Ángel Oliver volverá a ser uno de los suyos.