En la casa del pamplonica Dani Ramírez no entra ningún libro editado antes de 1900 y en sus estanterías se han jubilado algunos ácaros del papel incluso más ancianos que sus entrevistados. Quizá por eso Dani tiene un estilo decimonónico (aunque también retozón cuando le da la gana). Si sus columnas fueran música serían algo con solera, pero juguetón. Como un rag. El Maple Leaf Rag de Scott Joplin tocado en un hogar de jubilados por la Barbary Coast Dixieland Show Band, por ejemplo.
Las columnas de Pedro Insua tienen un aroma gustavobuenista que hace las delicias de sus editores, que somos los redactores de la sección de Opinión de EL ESPAÑOL. Y eso me lleva directo al rock progresivo de King Crimson, Genesis o Yes. Pero este hombre está empeñado en restaurar el imperio y resulta imposible leerle sin que te venga a la cabeza aquello de "los McDonald's están de vacas flacas, ha vencido la tortilla de patatas, en Las Vegas no hay blackjack, sólo se juega al cinquillo, y la moda es rojo y amarillo" de Los Nikis en El imperio contraataca.
Paula Fraga, "la izquierda punk que no le gusta a la izquierda institucional" como la describieron una vez con bastante ojo en una reunión de EL ESPAÑOL, es una riot grrrl gallega. Pero a mí Bikini Kill, Huggy Bear y Le Tigre, emblemas del movimiento, nunca me dijeron nada. Y yo cuando leo a Paula Fraga la veo más al frente de un grupo como Babes in Toyland, con su punto Annabelle, que en una de esas bandas arty para estudiantes de escuela de arte pija que gustan a los niños bien de Más Madrid.
Los bestiarios dominicales de Carmen Rigalt, y aquí no admito debate, han sido escritos para ser leídos mientras suena de fondo la Dolce Vita de Ryan Paris. Larga vida a esa época en la que los europeos molábamos, cuando las revistas del corazón eran la BBC de los españoles y todos aspirábamos a vivir en una buhardilla con vistas al Sena.
La columna de Guillermo Garabito, La Mala Reputación, fue bautizada por su autor (deduzco) como un guiño a Georges Brassens, Paco Ibáñez y Loquillo. Pero yo leo al castizo Garabito, con su español impoluto y prístino de Valladolid, y me viene a la cabeza Gabinete Caligari y su Camino a Soria. Que no es Valladolid, pero que no cae lejos.
La conexión de Ángel Ortiz con Los Delinqüentes es tan evidente (este hombre no escribe las columnas, las rasguea) que no me voy a molestar ni en argumentarla. Si le conocieran entenderían el porqué.
Mi sinestesia me ha hecho identificar siempre a Ángel Fermoselle con Sting. Y más con el Sting en solitario que con el Sting cantante de Police. La asociación es tan evidente que me he obligado a buscar una menos obvia. Y creo que la he encontrado. El Somebody That I Used to Know de Gotye, una de esas canciones donde todos los elementos encajan con tanta precisión que parece imposible imaginarla de otra manera. Como si su melodía hubiera existido siempre, flotando en el éter, hasta que alguien la capturó y la puso sobre un papel. Eso son las columnas de Fermoselle.
A José Ignacio Wert, inventor del término "equipo de opinión sincronizada" (conste en acta), lo tengo clasificado en el cajón de los grandes infravalorados del columnismo español. Algo que no me preocupa en absoluto porque es cuestión de tiempo que el azar ponga orden allí donde hoy reina el caos. También lo asocio, intuyo que por sus gustos cinéfilos, con la España de los años 80 y 90. Así que voy a irme a Los Navajos, una de las joyas ocultas del pop español de la época, y su Pobre Ramón, una canción, como dice el presentador, "ingenua, con letras sencillas y sonidos acústicos". No es la definición exacta de las columnas de Wert porque lo suyo es de todo menos ingenuo y sencillo, pero aceptaremos pulpo como animal de compañía.
Con Lorena Maldonado el problema es la abundancia de opciones. Las Grecas, Camarón, Rosalía, Bambino. Pero como Lorena es malagueña y lleva el tigre napolitano de la piel p'adentro, voy a irme al Segundo Coro de la Lavandería de La Gatta Cenerentola, que es la Cenicienta napolitana y que me recuerda mucho a sus columnas: el ritmo tribal, la agresividad (no tan) contenida, el crescendo, el satánico calentón de la líder del grupo (la canción describe el sueño erótico de una de las lavanderas con el rey y su frustración cuando la despiertan en el momento culminante del asunto). En fin, ya saben: una columna estándar de Lorena.
Manuel Sampalo es Carlos Cano. Y no porque Sampalo lo cite en todas sus columnas (literalmente todas). Es que Sampalo ES Carlos Cano, el Jacques Brel de Cádiz. El mismo Sampalo lo ha puesto fácil y no me voy a romper la cabeza pensando originalidades porque esto estaba cantado desde el minuto 1.
Charo Lagares, que va a ser la mejor novelista de su generación (al tiempo, aquí lo leyeron primero), me recuerda a esas cantautoras folk etéreas y vaporosas de los años 70 tipo Linda Perhacs, Sybille Baier o Vashti Bunyan. La elección obvia sería The Kiss de Judee Sill, que es la canción más Charo Lagares que uno pueda imaginarse. Pero, pensándolo bien, me quedo con el Cybele's Reverie de Stereolab, que tiene todos los ingredientes correctos en la proporción adecuada. Incluido ese afrancesamiento tan Nouvelle Vague.
Ferran Caballero es, como Wert, otro de los grandes columnistas (semi)desconocidos de hoy. Supongo que lo fácil sería endosarle la herencia de Josep Pla, pero Caballero es más británico, menos pastoral, más irónico (incluso) y con una querencia por los juegos dialécticos y las contradicciones inteligentes que me hacen preguntarme si no será más rabino judío que descreído catalán. Entre la elegancia de Leonard Cohen y la acidez de Oscar Wilde anda la cosa. Así que Morrissey.
Jorge Raya es un valenciano de California (California es como ya sabemos todos la Comunidad Valenciana de los Estados Unidos) capaz de escribir cosas tan anglosajonas como "todo es inmenso en Estados Unidos, los maizales, los batidos y los litigios" en un artículo sobre Tucker Carlson y Vox. Pero de la California opiácea y alternativa de los años 80 y 90, la de Bret Easton Ellis en Los destrozos. Esa que, según Don DeLillo, se merece "todo lo que le pase" por haber inventado el concepto de "estilo de vida". Ahí, a medio camino del desierto y del Pacífico anda Jorge. Lo que me lleva directo a Queens of the Stone Age, Alice in Chains y, claro, Jane’s Addiction.
Armando Zerolo es el polo opuesto de esos columnistas de lo banal que fingen hablarnos de cambio climático, justicia social, salud mental e igualdad de género porque confesar que nos están hablando de su soporífero ombligo no puntuaría tan alto en esa pirámide de la bondad narcisista que ellos aspiran a coronar. Zerolo habla de temas ENORMES, aunque lo hace sin necesidad de orquesta y coro, lo que le convierte en el columnista épico por excelencia de la sección de Opinión de EL ESPAÑOL. Yo creo que lo suyo es muy Ghost.
Con Ana Zarzalejos tengo un ritual. Cada jueves por la mañana, Ana me envía un mensaje de voz, que jamás baja de los cuatro o cinco minutos, con sus propuestas para la columna del viernes. Lo llamamos "el zarzapodcast". Si durante la semana ha nacido o ha sido concebido un niño de alguna manera rocambolescamente posmoderna y grotescamente antinatural, Ana acudirá a la llamada con su espada en llamas. En caso contrario, su rango temático se amplía. Pero algo tengo garantizado: escoja el tema que escoja, Ana va a clavar la lanza en el costado de alguno de los mesías truchos del progresismo. Además, las columnas de Ana son siempre uplifting. Como el Mr. Brightside de The Killers o el Last Nite de los Strokes.
Las columnas de Helena Farré son frágiles y quebradizas como el misterioso objeto de cristal que Javier Bardem venera en Mother! Servidor ha intentado (sin éxito) despojar de modestia a esas columnas intentando convencer a Helena de que un columnista no pide permiso para opinar, de la misma forma que un político no lo pide para mentir porque se supone que ese es su trabajo. Pero ambos hemos llegado a un acuerdo que consiste en que ella no me hace ni caso y yo me aguanto. Helena Farré, por razones que no soy capaz de racionalizar, me recuerda a la música de Mitski y de Chairlift.
Víctor Núñez es el Joris-Karl Huysmans y el Léon Bloy de la sección de Opinión de EL ESPAÑOL. "Mi ira es la efervescencia de mi piedad" y tal. Y aunque he intentado mil veces que Víctor adoptara un tono más periodístico, que quiere decir más plano, él continúa aferrado a ese estilo denso y técnicamente complejo que yo asociaba al academicismo, pero que ha resultado ser más bien… ambición de trascendencia. Yo creo que Víctor es nuestro futuro Houellebecq a poco que se vuelva loco como el francés, pero veremos por dónde evoluciona la cosa. Lo que está claro es que lo suyo es tan intenso como intrincado. Como el Blood and Thunder de Mastodon.
Borja Lasheras tiene grupo propio (Hot Deluge), así que sería tentador ir a lo fácil y asociarlo con sus influencias más evidentes: Cranberries, Radiohead, Pearl Jam y otras tantas bandas de la escena alternativa de los años 90. Pero un tipo que pasa por gusto sus vacaciones en Kiev bajo los misiles rusos es de todo menos un indie, que no dejaban de ser unos tipos más bien pijos y un tanto insoportables. Y Borja es un tipo que sería capaz de tocarte el Thunderstruck de AC/DC con un banjo, un yunque y una llave inglesa en un gallinero ucraniano. Así que Steve'n'Seagulls.
Andrés Rodríguez, editor de las revistas Tapas y Forbes, es un caso similar al de Ángel Rodríguez: la conexión musical era obvia desde el minuto uno. Además, el vídeo de Angry, que es un repaso por la historia de los Rolling Stones (los fans del grupo reconocerán todas las etapas de la banda reflejadas en los billboards), le va al pelo a unas columnas que destilan un punto nostálgico por una cultura, la de las grandes revistas de tendencias de los años 80 y 90, convertida hoy en gusto adquirido para una selecta minoría de exquisitos.
Si no asocio a Vicente Ferrer a Nacha Pop, me cruje. Pero vamos a ser valientes. Porque yo a Vicente Ferrer siempre lo he asociado a Los Secretos. Y es que ese pop limpio arquetípico de la Movida madrileña, de estribillos rectos y ritmos acelerados, es el reflejo musical perfecto de las columnas más "estilísticamente periodísticas" que publicamos en la sección de Opinión de EL ESPAÑOL. Las de Vicente.
Bernard-Henri Lévy no podría ser más francés. En su caso, tanto por razones de sangre (aunque nació en Argelia en el seno de una familia judía sefardí, su familia se trasladó a Francia cuando tenía seis años) como estilísticas. A mí su estilo de frases breves y cargadas de información histórico-político-literaria me recuerda sin embargo al jazz y la literatura sincopada de la Beat Generation de los años 50. Así que juntando todos esos ingredientes en la coctelera me sale el John Coltrane de My Favorite Things.
Andrés Oppenheimer es uno de los grandes cronistas de la política hispanoamericana y estadounidense de las últimas décadas. Si Oppenheimer fuera una ciudad sería Miami o México DF, punto de contacto entre ambas culturas. Pero el Miami y el México DF de hace 40 años, cuando la industria musical todavía no se había maleado ni había convertido en producto de consumo rápido los estilos musicales surgidos en las décadas de los 70 y los 80. Oppenheimer es Carlos Santana.
Con Antonio García Maldonado voy a hacer un poco de trampa. Porque la asociación musical que me viene a la cabeza, claramente influenciada por su libro El final de la aventura, no es con una banda, sino con una banda sonora. La de la película Interstellar de Christopher Nolan, un canto nostálgico a esa sed de aventura que los seres humanos parecemos haber perdido en beneficio de un gallináceo sentido de culpa que nos lleva a querernos más pequeños, más miserables y más "concienciados", incompatibles al parecer con ese nuevo cacique que hemos elegido democráticamente y al que llamamos "naturaleza". Como si nuestro deseo de trascendencia y nuestra querencia por la exploración de los límites no fuera pura naturaleza (humana). Antonio García Maldonado no comparte, creo, ese desprecio por todo lo que nos hace humanos. Y de ahí Hans Zimmer.
Con Nicolás de Pedro, nuestro agente 007 nacional, tenemos un problema. Porque su trabajo en la CIA y en el MI6 no le deja todo el tiempo que desearíamos para que escriba columnas en EL ESPAÑOL. De hecho, no estamos realmente seguros de que Nicolás de Pedro sea real. Quizá es sólo el avatar de un espía / hacker / agente doble al servicio de los Illuminati de Baviera. De una cosa, eso sí, estamos seguros. Cuando le llamas y su teléfono te deja en espera, suena el Goldfinger de Shirley Bassey.
Me toca. Espero equivocarme, pero intuyo que mis columnas son algo parecido a la música de The Armed: una cacofonía de intensidad teatralizada y epatadora de burgueses (lo confieso) que esconde, bajo una docena de ideas caóticas lanzadas a la cara del lector, una melodía. Yo me he dedicado al periodismo, precisamente, para descubrir cuál es esa melodía, un poco como el protagonista de Pi de Darren Aronofsky, que busca a Dios en los recovecos del número pi, así que quedan disculpados si al acabar la columna se quedan con la sensación de que el autor se mueve más por intuición que guiado por el raciocinio. Porque estarán en lo cierto.
Creo que no hay pregunta a la que haya respondido más veces en mi vida que la de "¿cómo es trabajar con Pedro J. Ramírez?". "Intenso" respondo yo. Y luego pienso, pero no digo (porque sería pedante), que intenso como la fiesta de Babylon o una clase de jazz de Whiplash o como el dilema de Mia y Sebastian en La La Land. Quien conoce el cine de Damian Chazelle, mejor dicho, quien pilla su cine, lo entenderá a la primera. El resto me mirará como una vaca ve pasar el tren y pensará que en el diario sólo estamos echando horas. Pero así es la atmósfera en EL ESPAÑOL. Algo flamboyante, arrollador, absorbente y que se desvanecerá cuando le/nos llegue su/nuestra hora como se desvaneció el cine mudo con la llegada del sonoro dejando un bonito, exigente, celoso y tramposo cadáver. Por suerte, a EL ESPAÑOL, por no decir al periodismo, todavía le quedan un buen puñado de fiestas babilónicas por delante. Háganme caso.