He gastado lo que me quedaba de ingenuidad en culpar a Madrid este último año de una vorágine que a uno le impedía tener una vida, no hablemos de escribir. Siempre había un plan mejor, una noticia más urgente, una cita más acuciante.
En Madrid, pensaba, todo eran comidas de trabajo, una detrás de otra, compromisos, tertulias, mujeres con vocación de clásico que escriben artículos premonitorios como quien escribe un evangelio, Bloody Mary's en el Milford, José Luis Garci (que es como una ciudad en sí mismo, una civilización).
Y en todas las conversaciones aparecía un artículo.
Había unos cientos de artículos que se perdían porque todo se lo tragaba Madrid (donde la actualidad se queda antigua cada hora). Pensaba que uno tenía que irse de Madrid para conseguir escribir con calma todo lo que allí había escuchado, todo lo que había visto, para tener tiempo de asimilarlo y ponerlo en claro sobre el teclado.
Yo no quería escribir en los taxis, como hace alguno de mis jefes porque es el único rato que le queda tranquilo para teclear. Y así estamos en diciembre, con las mismas prisas de atrás.
No esperaba llegar a Valladolid y que todo fuese igual, que el problema no fuese Madrid sino mío. Que el problema no es que hayan convertido España en un país que vive perennemente en elecciones, ni que se publiquen más libros en un mes de los que da tiempo a leer en un lustro, que siempre haya alguien que quiere desayunar, comer, trasnochar…
Uno puede huir del mundo, pero no de estas prisas con las que vivimos. De esa urgencia con la que la mayoría de la gente reclama atención nada más enviar un WhatsApp, como si todos y cada uno de ellos fuesen de vida o muerte.
De ese ir posponiendo planes importantes, como ir al cine con ella, porque siempre hay algo más urgente.
No merece la pena perder el tiempo aprendiéndose el nombre de los ministros o de los presidentes autonómicos al ritmo al que cambian.
Para apearse de estas prisas conviene volver a saber algo de los reyes godos, de su historia, incluso de los francos. Saber, por ejemplo, que tuvieron una reina que se llamaba Ultragoda. Estas cosas insignificantes son las que a uno le hacen un articulista mejor.
Yo pensaba que la culpa era de Madrid, pero la única verdad es que en Valladolid las Navidades pasan deprisa. La vida pasa deprisa y hay que sacar tiempo, aunque sea a punta de pistola, para no dejar escapar artículos.
Para escribir, que a fin de cuentas es la única forma de vivir que conozco.