La ficción bien hecha difumina el muro que la separa de la realidad. Por eso, cuando vimos a Itziar Ituño en la cabecera de la manifestación en favor de los presos de ETA, vimos a Lisboa, aquella agente de policía nacional reconvertida en atracadora de bancos por amor. La vimos de veras, como si fuera otro episodio de La Casa de Papel pendiente de un giro que lo desatase todo.
Era una noticia digna de publicación. Es cierto. Tiene su impacto que una poli torne de pronto lideresa de un movimiento aberzale que exhibe su coqueteo con terroristas convictos.
Ahora que ha concluido la política de dispersión de los presos ya no tiene sentido pedir "su vuelta a casa". Lo camuflan de distintas maneras, pero lo que verdaderamente piden es que los suelten, como diciendo: "Ya hemos pasado página, ya no hay conflicto, merecen la liberación".
Me gusta Ituño. Me la creo cuando la veo en la pantalla. También la seguí en una serie de Netflix en la que interpretaba a una alcaldesa de Bilbao víctima de un chantaje sexual.
Y, lo más importante, la seguiré viendo cada vez que estrene y el tema me interese. ¿Cómo no iba a hacerlo?
Es uno de los grandes males de nuestro tiempo. La incapacidad para separar autor y obra, literatura y mundo real, calles de mentira y calles de verdad. Una sociedad está enferma cuando un grupo cada vez más numeroso de ciudadanos es incapaz de leer a un autor o ver a una actriz sin pensar en su ideología política.
Muchos me responderán: "Lo que hace a una sociedad estar enferma es que haya un grupo cada vez más numeroso de ciudadanos que no tiene memoria y que resta importancia a los asesinatos de una banda terrorista".
Tienen razón. Pero eso es una tragedia, y no una noticia. Eso viene siendo así desde que nació ETA.
Fue incluso peor. Era así mientras ETA mataba. El silencio de los vecinos cuando le metían balas en el buzón al del tercero. El silencio de los bares cuando mataron a José Luis López de Lacalle. Las pintadas contra los Ulayar después de que mataran a su padre.
De ahí que la manifestación de este fin de semana en Bilbao en la que participó Ituño no me sorprendiera.
Con ese asunto, el de la memoria, no hay nada que hacer. Cuanto más pienso, cuanto más leo, cuanto más escucho, cuanto más voy al Congreso, más me reafirmo en que la única solución (si es que se le puede llamar así) es el tiempo.
La cicatriz que dejan los años nunca beneficia a las víctimas. Mussolini, Franco, el IRA, ETA... Se aprende a vivir con ello a costa del dolor (y la resignación) de las víctimas. Quizá sólo los alemanes hayan sabido estructurar el recuerdo alrededor de los damnificados por el nazismo.
Por muchos años que pasen, algunos no nos sentimos capaces de normalizar, de creer "normal" que uno de los partidos de la Constitución entregue la alcaldía de Pamplona a una organización que tiene entre sus dirigentes a un tipo que no alzó la voz cuando mataron a Tomás Caballero, el concejal que se sentaba con él en los plenos del Ayuntamiento.
Pero si no se está enfermo de hemiplejia, si se ve igual con el ojo izquierdo que con el derecho, también conviene alzar la voz frente a esta otra enfermedad que nos atañe hoy y que va carcomiendo los cines, las librerías, los teatros, las tertulias, los salones de nuestras casas: la cultura de la cancelación.
He leído un reguero de comentarios y de mensajes contra la Itziar Ituño actriz, como si fuera la Itziar Ituño real. Dicho más fácil, el huracán de mensajes se lleva por delante a sus personajes, que no tienen la culpa de que el cuerpo que los encarna se sitúe en la cabecera de una manifestación por los presos de ETA.
No sé adónde estamos yendo. O sí. Falta mucho para llegar allí y no lo haremos porque hemos aprendido lo suficiente. Pero la sustancia es la misma. Si miras un personaje de ficción y lo odias por lo que piensa su actor, eres como el que mira a un político y lo odia en su totalidad por las ideas que defiende.
Cuidado con la cancelación de Ituño, a ver si nos va a acabar llevando a manifestaciones parecidas a esas en las que ella participa.