La moraleja del cuento del emperador desnudo es que hay que atreverse a levantar la voz cuando uno ve algo manifiestamente ridículo.
Lo que nunca vimos venir es que fuese el propio emperador el que se empeñase en pasearse desnudo y preguntar amablemente a quienes le señalan su desnudez "¿es que acaso no voy elegante?".
Así estamos ahora. No faltan los niños que le gritan a Pedro Sánchez que va mostrando sus vergüenzas (nunca mejor dicho). Y el Gobierno sabe que ninguna de sus decisiones políticas recientes se sostienen en la realidad. Por eso ha creado un mundo artificial en el que cada vez tiene menos cabida el sentido común.
El presidente del Gobierno está jugando a las casas de muñecas con una colección de monstruos a los que disfraza con un lazo y lleva de paseo para que reciban nuestros vítores.
En el primer piso de la casa vive la familia de "frenemos a la extrema derecha mientras le cedemos a Cataluña el control de la inmigración". En el segundo, "el gobierno de consenso con socios que nos amenazan en Bruselas". Al ático acaban de mudarse los nuevos vecinos, los del terrorismo "respetuoso con los derechos humanos".
Y así pasa el día entero el presidente, con sus muñecas, haciendo que dialoguen entre ellas y construyendo arcos narrativos que sólo comprende él.
Pero en algún momento van a saltar las costuras de los vestidos de estas muñecas para mostrar su verdadera naturaleza. Porque para mantener esa ficción en el tiempo se necesita que todos participemos en ella.
De hecho, no hay más que ver al ministro Félix Bolaños asegurando que en Cataluña no ha ocurrido "lo que todos entendemos por terrorismo".
Bolaños dice ese "todos" con mucha vehemencia, de esa que se aprende ensayando frente al espejo y practicando con tu equipo de comunicación. Da a entender que si no eres uno de esos "todos", tienes algún problema cognitivo. ¿O no es evidente que aquí estamos felices jugando a las muñecas?
El problema, majestad desnuda, es que no lo estamos. El problema es que cada vez hay más niños entre el público que gritan que el emperador va desnudo. Problema para Sánchez, claro.
Ni siquiera sus socios parlamentarios (esos que mejoran la convivencia) se prestan a la ficción. Cuánto más se empeña el presidente en decir que la amnistía tiene como objetivo mejorar la convivencia, más bravucones se ponen en Junts, insistiendo en que "de eso nada", que lo suyo no es estabilizar España y que de aquí a la autodeterminación, todo recto.
Los independentistas no quieren vivir en la casa de muñecas de Sánchez. Sólo le permiten seguir jugando con ellas (siempre y cuando se siga prestando a pagar una factura que no hace más que encarecerse).
Hay que reconocerle a Sánchez su creatividad para seguir inventando nuevos giros de guion y falacias dialécticas con las que ocultar a sus monstruosas muñecas.
Pero, sobre todo, hay que reconocerle su capacidad para hacer que todo el PSOE baile a su son.
La cuestión está en si le puede añadir más habitaciones a esa casa. Porque se va quedando pequeña y pronto las muñecas empezarán a pelearse por el espacio.
¿Qué se puede hacer frente a un emperador al que no le importa caminar desnudo? Probablemente lo mejor sea darle la espalda y dejarle con sus juegos. Que él no conserve el pudor no significa que el resto lo hayamos perdido.