Pongamos que se llama Alfredo, que tiene cincuenta años y que es diputado del PSOE por la provincia de Soria. Obtuvo su escaño por primera vez en las elecciones de 2016. Desde entonces, ha logrado mantenerse como cabeza de lista.
De simpatía natural, logra con facilidad la movilización vecinal y una relación exquisita con la dirección de su partido. Alfredo es un socialista convencido. Hijo de viejos republicanos, militante desde los 18.
"Todo esto es un poco raro", pensó el día en que recibió por WhatsApp el argumentario sobre la amnistía. Habían dado un giro algo brusco. Iban a exculpar al fugado Carles Puigdemont y a todos los que la habían armado en el procés. Leía el argumentario y le costaba comprender.
Otra cosa era lo de los indultos. Ahí, aunque al principio estuvo en contra, sí que se convenció: Oriol Junqueras y compañía habían pasado por la cárcel. "La cárcel es muy dura, joder".
Y era un gesto de buena voluntad por parte del Gobierno acortarles ese sufrimiento como gesto de magnanimidad para buscar una apertura similar en la otra parte.
Además, es verdad. Fue con algunos compañeros de puente a Barcelona y las calles estaban mejor que cuando gobernaba el PP. Se agarró firmemente a esa prueba incontestable de realidad y utilizó la primera persona, ¡lo que había visto!, para responder a los periodistas y a los afiliados que le preguntaban.
Al fin y al cabo, indultos, en democracia, ya había habido muchos. A corruptos y personas peores. Estos, bien mirados, podían justificarse. Y creyó. Además, el cambio formaba parte de una estrategia más ambiciosa: frenar a la ultraderecha. Dejar fuera del poder a los herederos de quienes fusilaron al tío Pepe. A quienes buscan laminar los derechos de Julia, su sobrina, que es lesbiana.
Seguía leyendo el argumentario cada noche antes de dormir. "La amnistía como piedra de toque de la convivencia". "De esto no hay precedentes en España", pensaba Alfredo. Sólo uno, y ocurrió en la Transición, con carácter excepcional, para restañar las heridas de la Guerra Civil.
Además, Evaristo, el abogado, le dijo en el café que las Cortes constituyentes rechazaron en 1977 que el Poder Legislativo tuviera la facultad de amnistiar. Ni siquiera está claro que la ley vaya a ser constitucional.
Alfredo intentó quitarse de la cabeza ese debate. Él, aunque estudió Derecho, se dedicó a la ganadería, a la empresa familiar. No se considera jurista. Es político y, como tal, debe afrontar y dar respuesta a los debates políticos. "¿Debemos votar la amnistía?".
Un momento, un momento. "¿Amnistiar delitos que ni siquiera han sido objeto de condena? Eres político, no te metas en esos fregados. ¿Terrorismo sin intención directa y sin graves violaciones de derechos humanos? Pero ¿eso existe? ¿Terrorismo light? ¿Cómo cuento yo eso en Soria? A la política, ¡a la política! Alfredo, céntrate en la pregunta. ¿Conviene o no conviene para la convivencia en Cataluña y a la vez frenar a la extrema derecha?".
Repasaba los nuevos argumentarios en la cama por las noches. Redujo considerablemente el número de ruedas de prensa, de canutazos con los medios, de paseos de campaña. "Javier, por favor, ciérrame la agenda unos días, tengo que pensar". Y leía. Y pensaba.
Daba la cara cuando aparecía alguien de Vox y soltaba alguna barbaridad. Ahí corría a llamar a Javier, su jefe de gabinete, para que le concertara alguna entrevista, algún acto. Como cuando Santiago Abascal dijo eso de que a Pedro Sánchez lo colgarían por los pies. Los días eran mejores así, con algo a lo que agarrarse. "¿Qué habríamos hecho sin la piñata de Ferraz?", le preguntaron en la sede los dos encargados de la estrategia.
Alfredo ya sabía que con los indultos también habían dicho que no, pero es que él mismo, aquel día, en los bajos del Ayuntamiento, logró arrancar tremendas ovaciones al grito de "nosotros seremos los que traeremos a Puigdemont para que rinda cuentas con la Justicia". De hecho, su gran mitin de campaña concluyó con parte del público enfervorecido gritando "Puigdemont, a prisión".
"Si aprobamos la amnistía, no estaremos perdonando los delitos, como sucedió con los indultos. Estaremos eliminándolos. Estaremos diciendo que nada de eso ocurrió. Joder, con la que se montó allí. Con la que liaron estos cabrones. ¿Qué le voy a decir a mi cuñado, el poli, al que mandaron a Barcelona aquellos días de 2017?".
Alfredo intentaba buscar cosas que hubieran cambiado desde el 23 de julio, el día de las últimas generales, para fabricar sus propios argumentos en favor de la amnistía. ¿Por qué antes de conocerse los resultados estábamos en contra y ahora a favor? El partido, a lo largo de estos años, le ha dejado cierta manga ancha. Es un tipo listo, de verbo fácil, y suele sorprender con sus ideas. Pero… no conseguía responderse.
"La situación es exactamente la misma que en campaña, cuando decíamos que la amnistía era anticonstitucional. Si tanto convenía, ¿por qué no la llevamos en el programa? Es imposible ocultar que estamos en manos de ese pajarraco".
Las cosas de la pasta y las cesiones materiales al independentismo son diferentes. Eso puede asumirlo. Ya lo ha hecho durante años. Siempre ha ocurrido en democracia. Lo han hecho el PP y el PSOE para granjearse sus gobiernos. España es así, es plural, y no hay otra manera de gobernarla.
"Pero nosotros somos de izquierdas. Nosotros somos los que defendemos la igualdad. Si damos una amnistía a los delincuentes que representan un proyecto político concreto y que, además, sólo opera en una parte del territorio. ¿Cómo mierda lo vamos a explicar? Empiezo a estar hasta las pelotas de este argumentario".
Cada vez se hablaba a sí mismo con más fervor, con menos paciencia. Y más desde que, un día, de vuelta en Soria, un grupo de chavales que suponía de izquierdas le increpó al grito de "¡para los catalanes todo! ¿Y para nosotros qué? Si atracamos ese banco de ahí enfrente, nosotros sí, nosotros nos vamos a la puta cárcel".
Alfredo fue tomando algunas notas: "¿De izquierdas y asumimos que políticos huidos de la justicia tengan más derechos que el resto? ¿De izquierdas y asumimos que los condenados por corrupción tengan más derechos que el resto? ¿De izquierdas y asumimos que una comunidad autónoma que no cumple tenga más ventajas que todas las que cumplen?".
Mientras escribía en su móvil, veía en Twitter cómo muchos de sus compañeros criticaban a la prensa de derechas por haber destacado la imagen y el nombre de los diputados que tendrán que votar la amnistía. Hablan de linchamiento, de incitación a la violencia. "Joder, somos políticos. Lo normal es que nos pongan en primer plano cuando influimos en algo tan determinante, ¿no?".
Ha pensado en decirlo en la junta directiva del partido. En Soria, en su casa. Le respetan, le escuchan. Joder, él también manda en cierto modo. Pero sabe que se va a filtrar, que le van a llamar de Madrid, que la cosa se va a poner fea.
Son muchos años de diputado, ¡casi diez! Se ha acostumbrado. El viaje en coche cantando, los amigos de Madrid, las cenas, los taxis, un trabajo no demasiado ajetreado, un sueldo más que decente. Nunca se había visto así, tan incapaz de defender una medida concreta.
Desde los 18, su PSOE ha dado algunos bandazos. Pero esto…
Lo ha intentado. Ha leído los artículos a favor, ha escuchado en las tertulias a los partidarios. Pero no le convence.
Alfredo está divorciado. Cuando apaga la luz, no tiene nadie con quién hablar. Hoy es martes 30 de enero. Es el día. Le sudan las manos. Hay muchísima gente a las puertas del Congreso. Imagina en su cabeza las consecuencias de atreverse. "¿Me atrevo?".