Decía Garci, al borde de sus 80, que la única forma de juventud (toda suya) tiene que ver con la ilusión. Y es cierto que uno se muere cuando ya no le queda ninguna, como si por cada vida hubiese un número limitado de ellas. Un cupo finito de pasiones.
Y yo me pregunto qué van a hacer estas nuevas generaciones ahora para vivir. Porque nos ha tocado una época con cartilla de racionamiento para las ilusiones, pero no porque lo imponga más pobreza que la de la imaginación. Nos hemos quedado estériles de pasiones.
Y ves tipos que no levantan cabeza (en sentido literal) inmersos en sus obsesiones, neuróticos de sus fobias, a falta de una verdadera razón para continuar.
El problema no está en no tener una afición, sino en no querer tenerla. Lo discutía la semana pasada con alumnos de segundo de bachillerato de un instituto de Valladolid en medio de una charla. Tres abanderados del nihilismo juraban que ellos no tenían ninguna ilusión, ningún hobby.
"¿Y en qué invertís la tarde cuando salís de aquí?", pregunté. "En nada".
Y en aquella mirada, mientras respondían, estoy convencido de haber visto que pensaron en su vida por primera vez. Ni fútbol, ni videojuegos, ni música… ¡Les aseguro que enumeré más! Y no es que ellos fueran tímidos, ni parcos en palabras. Había verdad y desconcierto en su respuesta. Y en aquella pobreza yo temblé.
Hay más peligro en un tipo sin ilusiones que en un pirómano al que le hagan descuento por la gasolina. Así está el índice de suicidios en España (y en Europa) desde la pandemia hasta ahora. Sobre todo entre adolescentes, que es la verdadera lacra que nos viene grande como sociedad.
Quizá porque lo hemos tenido todo, todas las oportunidades, todo el conocimiento, toda la paz de los siglos, estos no quieren nada.
Quizá porque para tener una ilusión, que es la forma en la que cualquiera confirma que quiere vivir, hay que saber que se puede morir. Y a esta generación nadie le ha hablado de la muerte. La muerte es un tabú que se oculta como omitían hasta hace un rato los medios de comunicación los suicidios en el Metro de Madrid.
Puede que tan sólo tenga que ver con esta simplificación infantil del mundo que se ha impuesto en cada asignatura, en cada museo, en cada discurso, en su futuro en general. Hace tiempo que no le escucho a nadie un alegato en favor de la curiosidad.
Y así llegamos hasta aquí. Con una legión de desilusionados y la única solución posible es inventarse pasiones, como don Quijote, para ejercitarse en eso de vivir.