En días recientes se dieron a conocer los pronósticos económicos de varias instituciones internacionales para América Latina en el 2024, y son bastante mediocres, por no decir deprimentes.
Antes de decirles por qué no me causan mucha sorpresa estas predicciones, examinemos los datos. Según el Banco Mundial, América Latina será nuevamente este año la región que menos crecerá en el mundo emergente.
La economía latinoamericana crecerá un 2,3% en 2024, en comparación con el 5,6% del sur de Asia, el 4,5% de Asia Pacífico, el 3,5% de Oriente Medio y el norte de África y el 3,8% de África subsahariana, según el Banco Mundial.
La Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (CEPAL), a su vez, dice que la economía regional crecerá solo un 1,9% este año, por debajo de su crecimiento del 2,2% del año pasado.
Cuando le pregunté en una entrevista al secretario ejecutivo de la CEPAL, José Manuel Salazar-Xirinachs, cómo ve la economía de América Latina en 2024 en comparación con el año pasado, me lo resumió en dos palabras: "ligeramente peor".
A unos pocos países les irá mejor que el promedio regional, me dijo. Paraguay crecerá casi un 4%, Uruguay un 3,2% y las economías caribeñas crecerán un 8,3% en su conjunto, principalmente por el auge petrolero de Guyana, según la CEPAL.
Venezuela también crecerá un 4%, pero viene de un colapso colosal en la última década, por lo que su recuperación será insignificante.
Por otro lado, se espera que algunos de los países más grandes de la región crecerán poco o nada, según la CEPAL. Brasil crecerá solo un 1,6%, Colombia un 1,7% y México un 2,5%, mientras tendrá un crecimiento negativo del 1%, dice el pronóstico de la agencia de las Naciones Unidas. Para poner esto en perspectiva, el ingreso per cápita de América Latina hoy es el mismo que en 2013.
Una de las razones de las bajas expectativas para América Latina es la desaceleración económica de China. Pero hay otros factores de fondo que frenan el crecimiento latinoamericano, como el populismo crónico de la región (países que gastan muy por encima de sus ingresos) y la falta de afán para atraer inversiones.
Paradójicamente, los presidentes populistas de izquierda en América Latina se han dedicado a ahuyentar a los inversionistas, mientras que los presidentes comunistas en China y Vietnam han aplicado políticas amigables hacia los empresarios que han convertido a sus países en imanes para las empresas manufactureras extranjeras.
La cumbre del Foro Económico Mundial, celebrada del 15 al 19 de enero en Davos, Suiza, fue un ejemplo perfecto de cómo muchos países latinoamericanos pierden oportunidades de oro para atraer a los inversionistas.
Más de 800 líderes empresariales de todo el mundo, y unos sesenta jefes de Estado asistieron a la reunión, pero la mayoría de los presidentes latinoamericanos, incluidos los presidentes de México y Brasil, no fueron. Los únicos presidentes de la región que según la página de internet del Foro hablaron en la reunión fueron los jefes de estado de Argentina y Colombia.
Hubiera sido una oportunidad magnífica para que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, promocionara su país ante las empresas multinacionales que quieren mudar sus fábricas de China a otros países, por temor a que las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China puedan interrumpir sus cadenas de suministro.
México podría haber aprovechado el foro de Davos para decirles a los presidentes de las multinacionales: "Si están pensando en irse de China, vengan a México. Estamos situados al lado de Estados Unidos, en la misma zona horaria, y nuestros costos laborales son similares o más bajos que los de China".
Pero el presidente mexicano no sólo no asistió al foro de Davos, sino que ni siquiera se molestó en enviar a un miembro de su gabinete.
De manera que no hay que sorprenderse por los sombríos pronósticos para América Latina. Parte del problema es autoinfligido, y pocos países están haciendo algo para remediarlo.