Yo con dios me carteo mucho porque ya que no me escucha, a ver si me lee.
Nunca me ha contado si tiene novio, es tímido. Se prodiga poco, como los divos lejanos que saben que son más guapos cuando se les imagina que cuando se les ve. Él sabe que me hacen gracia los hombres y se nota que le parece bien (me tiene satelizando el pecado todo el día, ¿qué si no su magia me pondría en órbita?).
A él también deberían gustarle los chavales, digo yo, que para eso los ha creado. Y si no, que los hubiera hecho mejor. Las chicas a veces se lo habríamos agradecido. A veces les faltan dos golpes de calor, una mijita de cocción más y listos.
Ahora anda la peña enfadada con esta posibilidad, con la posibilidad de que Cristo sea gay, todo por el dichoso cartel de la Semana Santa de Sevilla.
Yo les diría que no es para tanto y que en todo caso será bi, que es lo que tiene sentido por su condición ecuménica. Nos lo han dicho hasta la saciedad, dios nos ama. A todos, ¿no? Nunca vi la letra pequeña de *menos a ti, que eres marica, no sea que vayas a confundirte y a querer llevar la cosa a mayores.
A mí me da igual porque sé que dios tiene extracto de cosmos entre las piernas y lo demás me es irrelevante. Le encuentro a veces entre las páginas de un libro, o en unas cosquillas en el cuello, o en las mañanas de sol y frío, o en los pucheros, como Santa Teresa. Le encuentro en los brazos pecosos de mi madre, en los cuadros de El Prado o en el mar rugiente cuando me quito la parte de arriba del bikini. Me gusta dios porque me invita a imitarle y a resucitar los domingos.
Me gusta dios y quiero gustarle cuando me miro al espejo y algo me devuelve una mirada que es hacia adentro: espero que mi joven corazón nunca le parezca un páramo.
Lo cantó Gata Cattana, muy flamenca: debajito de la carne, los puñales.
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No sé si el Cristo del pintor Salustiano Garcí parece gay. Lo de "parecer gay" está muy pasado. ¿Ser gay es ser bello? ¿Ser gay es tener las pestañas bonitas y los ojos un poco achinados? ¿Ser gay es estar depilado?
A mí siempre me ha extrañado que los Cristos en la cruz (el de Murillo, el de Zurbarán, el de Anton van Dyck o el de Dalí) nunca tengan vello en el pecho ni en las piernas. ¿Eso les haría más viriles, más machos? ¿Por qué nunca nadie ha echado eso de menos después del boom metrosexual?
No se entiende.
¿Cuántas formas hay de ser un hombre, cuántos escalones hay que trepar hasta llegar al varón canónico?
Pero ¿no habíamos dicho, justamente, que Cristo era otra cosa? Él nos enseñó del espíritu mientras nosotros, idiotas, nos obcecábamos en ser carcasa.
¿No habíamos dicho, justamente, que él no era obra humana?
Estoy perdida dentro del amor. Me resbalan sus umbrales. Mi ley nunca ha sido la ley de los hombres. La de Cristo, al final, tampoco. Entendí que su reino no era de este mundo. Un poco como le pasaba a María Jiménez cuando dijo "y ahora ya, mi mundo es otro".
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La testosterona de Cristo, o su búsqueda por parte de los puristas, es del todo una vulgaridad. A ver si se enteran los de Abogados Cristianos, que poco curro tienen que tener para estar todo el día redactando demandas por memeces como esta. Lo importante de Cristo era su sangre.
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De niña fui a Maristas Málaga. Toda mi infancia, antes de leer a Nietzsche, fue notar cómo rebotaban en mi cuerpo miradas que salían de las paredes del colegio. Eran siempre de Marcelino Champagnat, el patrón de la institución. Siempre su cara dulce y compasiva, siempre sus ojos claros por todas partes: en los posters, en las sudaderas, en las agendas, en los almanaques. Desde luego, era para hacerlo santo.
Recuerdo cómo me traumaticé con 16 años cuando la profesora de Francés me contó que Marcelino en realidad era feo, pero que lo habían pintado así de mono porque si no tú me dirás qué marketing más bajonero. Se te quitan, de una, las ganas de hacer el bien.
No hay pelotas de sostener una religión en la cara de un señor más feo que un ñu. Como diría mi amigo David Oliva, al estilo de Barbate, "quién va a seguir a un shoco de río". Jajá.
Quizás con Cristo ha pasado lo mismo. Alguien le calzó un día ese cabello largo y ondulado y esas costillas hermosas y frágiles para que nos conmoviera más. Está bien hecho. Es una imbecilidad estética bien ejecutada, apoyada en nuestros prejuicios más burdos.
Pienso en lo que escribió Spinoza: "Y el hecho es que nadie, hasta ahora, ha determinado lo que puede el cuerpo, es decir, a nadie ha enseñado la experiencia, hasta ahora, qué es lo que puede hacer el cuerpo en virtud de las solas leyes de su naturaleza, considerada como puramente corpórea, y qué es lo que no puede hacer salvo que el alma lo determine".
Y continúa: "Pues nadie hasta ahora ha conocido la fábrica del cuerpo de un modo lo suficientemente preciso como para poder explicar todas sus funciones, por no hablar ahora de que en los animales se observan muchas cosas que exceden con largueza la humana sagacidad, y de que los sonámbulos hacen en sueños muchísimas cosas que no osarían hacer despiertos; ello basta para mostrar que el cuerpo, en virtud de las solas leyes de su naturaleza, puede hacer muchas cosas que resultan asombrosas a su propia alma".
Lo fundamental de Cristo, claro, no era el cuerpo, sino lo que dicen que hizo con él. Esto se nos aplica al resto. Mi recomendación, por supuesto, es usarlo para caminar hacia la playa y pedir tinto de verano y espetos.