Hay que ver, con lo verborreicos que eran ellos. Tan implacables contra la corrupción. Tan castos, tan beatos, tan angelicales. Tan atentos a la más mínima señal de pista de sospecha de indicio de asomo de signo de vestigio de presuntas e hipotéticas y supuestas y quizá acaso posibles irregularidades.
Con lo crueles que fueron con Arcadi Espada: cuando él se desgañitaba hablando de las 169 portadas que El País le dedicó a los trajes de Camps, ellos ya llevaban al menos 338 hablando del hermano de Isabel Díaz Ayuso.
"¿169 portadas?" podría haberle contestado Ayuso. "¡Sujétame el cubata, Arcadio!".
Y todo eso, después de que tanto la justicia nacional como la internacional hubieran decretado, sin dejar un solo resquicio a la duda, la legalidad de los contratos y de las comisiones cobradas por el hermano de Ayuso. Comercial de productos sanitarios desde al menos veinte años antes de la llegada de la Covid-19.
No como Koldo García, cuya relación con el mundillo sanitario se limita (especulo con animus iocandi) al día que pilló un resfriado mientras apartaba borrachos de la puerta del club Rosalex de Pamplona con unos reveses a dos manos que ni Rafael Nadal.
Los ayatolás de la pudibundez se han quedado sin embargo mudos de repente. Mudez súbita producto de algún tipo de shock traumático, no cabe duda.
Pero se comprende. ¿Quién iba a imaginar algo así del gobierno de Pedro Sánchez? Ese modelo de restricción, contención y apego a las reglas del juego.
A la koldosfera sanchista, a la que sólo hace una semana no dejabas de oír parlotear ni con una docena de auriculares con cancelación de ruido en cada oreja, se le ha comido la lengua el gato en un sorprendente desarrollo de los acontecimientos.
De repente, las fotos de Pedro Sánchez y Santos Cerdán junto a Koldo no demuestran nada.
Los pasajes del libro de Sánchez en los que queda confirmada sin lugar a dudas la estrecha relación del presidente del Gobierno con Koldo, tampoco.
Sánchez puso a dormir a Koldo abrazado a las cajas de sus avales para que los protegiera con su vida si hacía falta, pero lo escogió al azar por la calle. "Este, que es grandote y tiene pinta de arrear guantazos como panes".
Que Koldo García aparezca detrás de José Luis Ábalos en todas las fotos, como los fantasmas en las películas de terror, también es irrelevante.
Que dos ministerios socialistas y dos comunidades, también socialistas, contrataran con la empresa beneficiada por Koldo no importa un rábano.
Que Koldo llamara personalmente al gobierno canario para comprobar la buena marcha de la operación, tampoco.
Nada. Niente. Nil. Zero.
Tan callados están los koldos de la koldosfera sanchista que uno teme que acaben acompañando a algún exministro en sus viajes de placer a París. Por su capacidad para mantener la boquita cerrada, digo.
Eso se valora mucho hoy en el PSOE: que hables sin freno y con la verbosidad de un loro cuando no tienes nada que decir, y te calles cuando queda todo, absolutamente todo, por contar.
En EL ESPAÑOL, el director ordenó el miércoles por la mañana zafarrancho de combate y aquello pareció de repente el desembarco en Omaha Beach de Salvar al soldado Ryan. El que no se llevó una bronca se llevó tres y una extra para su casa, para que no pasara frío por la noche. Algunos nos pasamos medio día reunidos y el otro medio escribiendo.
Otros se pasaron medio día al teléfono, otro medio buceando en registros oficiales y el otro medio, también escribiendo.
Sé que son tres medios, pero ayer a Mario Díaz, Jorge Calabrés, Vicente Ferrer, Alberto Prieto, Arturo Criado, Eduardo Ortega, Fernando Garea, Irene P. Nova, Javier Corbacho, Luis Casal, María Peral, Rafa Martí, David Palomo, Pepe Luis Vázquez, Brais Cedeira, David Martínez, Diana Serrano, Domingo Díaz, Víctor Riancho, Jorge Raya, Sara de Diego, Javier Collado, Lina Smith, Quique Lavilla, Miguel Ángel Ruiz Coll, Ismael Monzón, Diego Rodríguez Veiga, Carmen Serna, Jesús Soler y tantos otros que me dejo y a los que pido perdón por ello les dio tiempo de eso y de más.
Los redactores de EL ESPAÑOL parecían brokers de la Bolsa de Wall Street y se chillaban los unos a los otros consignas que habrían resultado incomprensibles para un muggle. A la media hora ya teníamos dos informaciones exclusivas. A media tarde, tres. Poco más tarde, cuatro. Los ordenadores de los diseñadores echaban más humo que la chimenea de algún ministerio tras conocerse el escándalo. Los de la sección de Reportajes, acostumbrados a lidiar con narcotraficantes, asesinos y hippies, se escandalizaban cada vez que daban con una nueva pepita de oro. "¡No veas el Koldo!", decían.
Al final de la jornada, a eso de las 22:00, todavía nos quedó un rato para unas cervezas con el equipo. La primera ronda la pagó el jefe de Opinión, un tal Cristian Campos. El tío fingía generosidad, pero en realidad lo suyo es una inversión de futuro: algún día de nervios habrá una degollina de jefes de sección en el diario, y quizá estos gestos sirvan para que le perdonen la vida a alguno de ellos. Ejem.
La segunda ronda, que incluía cuatro kilos de nachos (el periodista medio tiene el paladar de una cabra), la pagó el director adjunto, un tal Mario Díaz.
Las siguientes las pagó a pachas el resto del equipo (si no se les obliga a pagar algo de vez en cuando se acostumbran a vivir de gorra y se nos acaban haciendo funcionarios).
El jueves por la mañana, EL ESPAÑOL se presentó ante sus lectores con doce textos sobre el caso Koldo entre noticias, perfiles, análisis políticos, editorial y opinión. Nos guardamos sin embargo algunas informaciones, que fueron publicadas a lo largo del día de ayer, y otras que serán publicadas durante los próximos días.
Y uno, en medio de ese caos, no podía dejar de pensar en la calma chicha que debía de estar viviéndose en ese momento en las redacciones de los medios de la koldosfera. En esa plácida quietud. En esa agradable bonanza bovina, regada con generosas dosis de infusiones de camomila acompañadas de galletitas sin azúcar.
Con sus directoras y sus directores, por supuesto deconstruidos hasta la dilución de su última gota homeopática de testosterona, felicitando a sus redactores de forma respetuosa y empoderadora por sus cero noticias sobre el tema del día. La muerte debe de ser algo parecido a eso: un flotar en el vacío de la nada más hueca con olorcito a brasero, butacón de skai y mesa camilla.
Y en EL ESPAÑOL había tanto ruido, tantas voces, tantos gritos, tantas broncas, que uno casi deseaba trabajar en un diario sanchista.
Bah. Es mentira. Nadie en EL ESPAÑOL deseaba eso. ¿Para qué ser un vulgar koldo de Ferraz pudiendo ser periodista?