Desde principios de 2022, cuando comenzó la Guerra en Ucrania (que sigue activa en el terreno de batalla, aunque casi haya desaparecido de nuestros móviles), una pregunta empezó a ser recurrente en las sobremesas con amigos: "Y tú, ¿qué harías?".
Era una pregunta que surgía a la vista del coraje mostrado por buena parte de la población civil, voluntarios, ancianos, mujeres y jóvenes adolescentes que decidían que no se iban a mover de su casa, de su calle o de su ciudad.
Ya podían venir los rusos, que ellos se quedaban donde estaban para defender aquello que consideraban suyo.
Las imágenes virales de los cursos exprés de manejo de armas o de fabricación de cócteles molotov en la cocina de sus casas volvían a poner siempre la misma pregunta sobre la mesa: "Y tú, ¿qué harías? ¿Te quedarías?".
No sé cuántas veces he hecho esta pregunta. Ni cuántas veces me la han hecho. Siempre es fácil hablar desde un supuesto hipotético. Desde una elección remota que, confiamos, nunca tendremos que ejecutar.
Desde una valentía impostada. Desde una cobardía inflada.
Sin embargo, los acontecimientos de los últimos meses han hecho que este supuesto tan hipotético haya adquirido nuevas dimensiones. Está el conflicto bélico en la Franja de Gaza. Está la posible escalada de tensiones entre Israel e Irán. Está el susurro constante de una posible guerra mundial y la realidad de que cada vez más países están invirtiendo más y más recursos en rearmar a sus respectivos ejércitos.
Según una encuesta publicada por la empresa de análisis Gallup, el 53% de los españoles no estaría dispuesto a luchar por España en caso de que estallara un conflicto bélico. Solo el 29% contestó que, puestos ante la situación, sí lo haría. El resto de los encuestados o no sabían o directamente no contestaron a la pregunta.
Es decir, que el 71% de la sociedad española no acaba de ver claro eso de defender su tierra. Puede ser porque espera que otro venga a defenderla. Puede ser porque considera que el lugar en el que vive no merece defensa alguna. Quién sabe.
Pero ¿qué significa defender España? ¿Significa defender al Gobierno? ¿A Pedro Sánchez? ¿Incluso validar sus decisiones?
¿Proteger a los que, con mucha paciencia, están descosiendo una a una todas las costuras de este país hasta dejarlo reducido a un conjunto de guiñapos?
¿Es defender la cultura, cada vez más homogeneizada e instrumentalizada? ¿O los valores, cada vez más cuestionados? ¿O el terruño, cada vez más degradado y recubierto de asfalto?
¿Qué significa eso de defender España?
Desde luego, la sensación que prima es la de que vivimos en un país en el que nuestros dirigentes, pertrechados con un martillo neumático, van de institución a institución, bien por bien, detalle por detalle, llevando a cabo una labor minuciosa de demolición.
Y si hay una convicción que se está abriendo paso en el conjunto de nuestra sociedad es que España se está convirtiendo en un lugar hecho jirones, con cada vez menos por ofrecer. Si ni los cuatro trapos que nos quedan son buenos para sacar algún tipo de provecho, ¿para qué siquiera intentar defenderlos?
Sin embargo, hace poco descubrí una forma muy efectiva de cuidarse del pesimismo contemporáneo, siempre tan duro y crítico con el tiempo presente. Siempre armado con esa muletilla tan molesta de cualquier tiempo pasado fue mejor. Cargada en la punta de la lengua, lista para ser disparada a la mínima contrariedad.
Lo único que hay que hacer es pensar en qué otro momento de la historia nos hubiera gustado nacer. Así de sencillo. Ya verán lo rápido que se empiezan a ver las bondades del ahora. Yo misma, tras varios esfuerzos y eliminando cualquier pincelada de ese sentimiento tan pegajoso y engañoso que es la nostalgia, no encuentro otra época en la que hubiese podido vivir mejor y más a gusto que en la presente.
Este mismo ejercicio, tan efectivo con la historia, se puede (y debe) replicar con la idea que tenemos, muchas veces pesimista, muchas veces razonable, del país en el que vivimos. Por eso de limpiar un poco la retina.
Si España en su conjunto está tan mal como pensamos, que no merece defensa alguna, ¿en qué otro país nos gustaría instalarnos indefinidamente? O yendo al absoluto, ¿en qué otro país nos hubiera gustado nacer?
Me interesaría saber la respuesta de ese 71% que no lo tiene muy claro.
A mí me cuesta encontrar alternativas satisfactorias para coger el petate y largarme. Tal vez sea porque estamos en un país al que, a pesar de todo, a pesar de su clase política y a pesar de todos los intentos de autoboicot, el saldo de la cuenta sigue saliéndole positivo.
A pesar y por mucho que se intente lo contrario.
Y tal vez eso sí que merezca la pena defenderlo.