Los rusos encontraron "una respuesta adecuada" al ingreso de Finlandia en la OTAN: desplegaron baterías de misiles Iskander —desgraciadamente conocidos por los ucranianos— en la región de Carelia, con cientos de kilómetros de frontera compartida. El anuncio es apetitoso. Puedo usarlo y alimentar el pánico con un titular: Rusia responde a la amenaza de la OTAN y ya apunta con sus misiles a Finlandia. El lector menos familiarizado con el juego psicológico de los rusos correrá a trompicones hasta el refugio nuclear más cercano. ¿Qué estáis haciendo?, gemirá. ¿Veis qué habéis conseguido con vuestra expansión [como si la OTAN fuese un imperio que arrasa cultivos a su paso] y vuestras provocaciones? ¡Tocar las narices al ruso sale caro!, rematará. ¿Acaso no habéis aprendido de las lecciones de Ucrania?
La demanda de lectores al peso y la prisa por capturarlos antes que los arrastreros de la competencia traen a menudo titulares irresistibles, bastante mejores que el mío, pero no viene mal un punto de aburrimiento cuando el consenso popular sobre nuestra defensa será fundamental en los próximos meses, quizá años. Hay movimientos de nuestros hermanos del este (o centroeuropeos) que entran mejor con un titular frío, dos párrafos de contexto y cierto conocimiento de la historia del presente, por robarle el concepto a Timothy Garton Ash.
Hace un par de semanas, muchos se llevaron las manos a la cabeza cuando los polacos, por 1487.ª vez desde la invasión de Ucrania, invitaron a sus amigos americanos a trasladar armamento nuclear a su país, igual que hicieron durante la Guerra Fría con Italia, Turquía o Alemania. Las palabras exactas del presidente Duda fueron estas: "Si nuestros aliados deciden desplegar armas nucleares en nuestro territorio en el marco del reparto nuclear para reforzar la seguridad del flanco oriental de la OTAN, estamos listos". La respuesta de los rusos fue la plantilla conocida. "Si esos planes se implementan", pronunció el portavoz Peskov, "tomaremos las medidas necesarias".
De nuevo podemos ponernos manos a la obra y asustar a los niños. Saltar a la cuarta guerra mundial sin pasar por la tercera. Titular: Polonia provoca a Rusia: "Estamos listos para desplegar armas nucleares". Pero conviene recordar, en cambio, que quienes sufren la provocación de los buques rusos maniobrando con cargas nucleares a tiro de piedra de sus costas son los polacos. Sin olvidar que tienen, en el mismo vecindario, un país invadido a sangre y fuego por los rusos (Ucrania) y otro recibiendo armamento atómico desde 2022 (Bielorrusia), mientras la corte de Putin amenaza con someter Varsovia cuando acaben la tarea en Ucrania, como en los viejos tiempos. Así que los polacos organizan, por si acaso, ensayos con fuego real en el corredor de Suwalki, la tierra de bisontes que separa a Kaliningrado (Königsberg) de Bielorrusia, para ahorrarse las sorpresas del pasado.
Los polacos no piden armas nucleares para acelerar la carrera detenida con Gorbachov. Los polacos no invierten más que nadie en Europa en Defensa porque deseen desatender sus escuelas y sus hospitales, ni porque anden sobrados de eslotis tras una pandemia y el inicio de la mayor guerra en Europa desde 1945. Los polacos destinan el 4% de su PIB al gasto militar porque saben, a diferencia de los españoles, que ese dinero no persigue un hallazgo médico como la epidural. El dinero militar en una democracia europea prioriza mantener los derechos y las libertades de sus ciudadanos cuando imperios extranjeros se proponen destruirlos.
Los polacos piden armamento nuclear y se toman en serio su seguridad porque conocen mejor al ruso que algunos políticos españoles. Desearían que fuese de otra manera, pero saben bien que la furia imperial sólo se disuade con fuerza bruta, ojivas atómicas y compromiso americano. Moscú está en economía de guerra. Sus fábricas funcionan a tres turnos y los dueños del país no sólo aspiran a doblegar a los ucranianos, sino a fulminar el orden mundial que inauguró el colapso soviético. La propagación del miedo es la maniobra rusa más sencilla para alcanzar la victoria sin resistencia. No viene mal recordarlo entre compañeros, a riesgo de renunciar a un banco de sardinas de vez en cuando.