¡Amigos míos!
¡Hermanas y hermanos desconocidos con los que comparto ese nombre vertiginoso, tan pesado y que siempre nos queda grande, el nombre de Israel!
En Yom Hazikarón rendimos homenaje a todos los soldados caídos y que siguen cayendo cada día para que no muera el maltrecho sueño de esta tierra, de largo prometida, que se ha convertido, en lo que dura una vida humana, en un hogar para los judíos.
Pero también honramos, aquí unidos, a los que no han caído, a los que aún son rehenes en los túneles de Gaza, pero que, en esta guerra de bárbaros por la que ha optado un ejército de cobardes que son incapaces de vencer en una lucha justa, también hay que considerarlos héroes de Israel.
Desde tiempos atávicos, desde el faraón hasta Nabucodonosor, los reyes de Persia, los emperadores de Roma e incluso los reyes de Francia, ha habido rehenes judíos.
Y desde tiempos atávicos, con la fuerza de una montaña que crece o de un mar que se embravece, hemos peleado por ellos, por todos y cada uno de ellos, uno a uno, y hemos respetado el Pidión Shevuyím, el imperativo de redimir a los cautivos, cuya inobservancia, nos decían los Sabios, viola las "siete leyes de la Torá".
Los imperios sólo saben de grandes cifras.
Pero los judíos sabemos que la única cifra grande y verdadera, la única que cuenta, es el Uno en el hombre, el Uno del hombre y el Uno de cada vida salvada, que vale, como nos dijo Maimónides, todos los sabbat del mundo.
Esa sabiduría judía es la que nos reúne y seguirá reuniéndonos, creo, hasta que el último rehén regrese con vida a casa (cómo tiemblo al pronunciar estas palabras), porque sabemos que el alma, la victoria y la supervivencia de Israel dependen de esa vida singular, del regreso de tu hija y de tu hijo, de tu madre o de tu padre, de tu abuelo o abuela, de tu criatura, de tu amor.
La supervivencia es la forma de vida más humilde, la que nos sostiene a pesar del hambre, la desesperación y la muerte que nos asedian.
Pero cuando lo que resiste es la vida de un rehén, inflexible, a pesar de las humillaciones y torturas arcaicas, estamos ante la forma de vida más elevada, la que se cierne sobre nosotros como un misterio aún mayor que el de la desgracia.
Cada sábado, vosotros, habitantes de Tel Aviv, os reunís para honrar esa supervivencia.
Cada sábado es un día de fraternidad, en el que los que ya no esperan acompañan a los que aún tienen esperanzas y, como ellos, contienen la respiración.
Y cada sábado, vosotros, pueblo de Tel Aviv y de Israel, os congregáis por un rehén, y por otro, y por otro, como si fueran un solo hombre, y en ese ser humano reside la esencia más valiosa de Israel.
Sabéis que vengo de un mundo en el que Amalec se despierta y muda su rostro, su aspecto, su brazo; antaño se le llamaba a eso la evolución del mundo.
Vosotros sabéis que, en Francia, por ejemplo, hay muchedumbres de hombres y mujeres que, por vez primera, fingen llorar a los muertos de una guerra sólo porque esta contienda la libra el valiente Ejército israelí.
Y veis y oís cómo, al intentar prohibirle a Israel librar esta guerra, al negarle el derecho a defenderse y al recuperar el epíteto nazi, como si fuese un guante de infamia, para hablar del nombre de un pueblo que lucha, no para expandirse, sino para sobrevivir, estos criminales, a los que se les suman los de mente débil y los ignorantes, se lavan de las manos la sangre judía que sus antepasados derramaron durante siglos y siglos.
Pues bien, en este territorio desconocido en el que nos adentramos y en el que, de este a oeste, de sur a norte, de los campus estadounidenses a Malmö pasando por las universidades europeas, el odio se extiende como un cáncer, creo que la elección de la vida a toda costa por parte de ese pequeño pueblo que formamos será la más fulgurante lección de humanidad y, lo repito, la victoria más fulgurante.
¡Y claro que hay muchas cosas que nos separan, a creyentes y laicos, a antiguos y modernos, a talmudistas e infieles!
Es que es tan fervorosa la ciencia judía de la controversia y la disputa que, en esta misma plaza, ¡tenemos campamentos con pancartas en las que se leen consignas contradictorias!
Pero la unión sagrada, ese pacto que se anuda en Yom Hazikarón y en todas las demás noches para que los deportados del 7 de octubre no caigan en el olvido, esta unión, recordando las palabras de Emmanuel Levinas, es la que tantas veces ha "convertido" la "maldición" en "júbilo" y lo que nos convierte en un pueblo invencible y en un ejemplo para el mundo.
Como francés que soy, para mí es un honor acompañaros.
Es como una cadena de oro, invisible y sagrada, que me une a todos y cada uno de vosotros, y también a los vuestros, desde que pronuncio estas palabras.
Admiro vuestra dignidad.
Me inclino ante vuestro coraje.
Y prometo que no descansaré hasta que el último de vuestros héroes-rehenes haya regresado a casa.
***Este texto se corresponde al discurso pronunciado por Bernard-Henri Lévy este sábado 11 de mayo en Tel Aviv en la manifestación para pedir la liberación de los rehenes israelíes.