Lo de enviar una fotopene a caraperro es algo que no le salió bien nunca a nadie. A nadie heterosexual, al menos.
Sin embargo, estamos en 2024 y hay muchos hombres a los que parece que esa arrastrada certeza se les olvidó por el camino. No entienden que esto es un callejón sin salida, un auténtico atolladero. Un pene erecto es violento y raro. Un pene flácido es violento y raro también.
En cualquier caso, es un exceso de confianza. En sí mismo, sobre todo.
Todo pene fotografiado te amarga la vida, casi siempre bajo un encuadre chalado y una especie de luz de flexo o de flash, gélida y sórdida, como de secuestrador de trastero.
Te deja con el gesto torcido, sin saber bien cómo valorar la situación: o se pasa, o no llega. Si está muy excitado, dices "pero ¿y este tío? Es un enfermo sexual. Se ha pasado de invasivo". Y si no lo está, piensas secretamente "pero ¿en serio? ¡Será cutre! Hombre, ya que te pones, al menos una cosa a media asta. Un mínimo para sentirme deseada". Se ve una delirando en todas direcciones, pensando en la muerte.
La esquizofrenia es total y la respuesta es imposible. El emisor te obliga a la mentira, al silencio o a la exageración. A la vez, todo lo que digas te retratará como una aburrida o una sandunguera extrema, incómodamente. No sales viva de la foto tú tampoco. La fotopene no te concede el matiz, no mejora la vida de nadie y, desde luego, es incapaz de estimular a una mujer. Es pringosa, desconcertante y triste, a la vez que muy cómica, realmente algo difícil de explicar.
Todo esto si es de una persona conocida, claro. Si la foto viene de un desconocido, directamente anda pujando para acabar siendo denunciado por acoso.
Al final, siempre llega un momento de tu vida en el que te ves mirando cara a cara un pene fotografiado, que te mira con su ojo cíclope y encima parece que te reta: "¿Qué pasa?". Es la mujer frente al calcetín que quiso ser guiñol.
Yo creo que un gran problema de la modernidad es que se ha confundido genitalidad con sexualidad, y lo estamos pagando caro en libido. Ver un pene o una vagina así, descontextualizado, remite a la anatomía y no al deseo.
Hablamos más de sexo que nunca y follamos menos que nunca: vaya plan. Esto es lo que pasa cuando decidimos vivir de puertas para afuera, que en la intimidad nos ponemos titubeantes y se nos agota la imaginación.
Las generaciones jóvenes van mohínas, hastiadas, henchidas a complejos y a biempensantadas mal entendidas. La pornificación del mundo nos ha destrozado. Tanta carne fácil, paradójicamente, nos hizo perder el mojo.
Creo que de esto, básicamente, va Naked Attraction, el absurdamente polémico programa de citas en base a desnudos integrales presentado por Marta Flich. Va de transgredir en falso, porque no hay nada de excitante, de sucio ni de pornográfico en esos desnudos progresivos de pies a cabeza, aunque el tal Instituto de Política Social ande exigiendo su "inmediata retirada".
Nunca fue más difícil ser concupiscente. Dan hasta ganas de que llegue el invierno.
Es más: es un programa que el conservadurismo debería aclamar, porque acabas el primer capítulo con una ansiedad tremenda por volver al amor cortés, a las rondas lentas, a la mano que temblaba en la tuya como un pájaro pequeño. Yo salí totalmente bendecida y amojigatada, grácil, virgen de nuevo frente a la podredumbre del mundo, con ganas de irme a la Biblioteca Nacional con una enagua debajo del vestido para enamorarme de algún lector compulsivo, a poder ser, por telepatía, a base de espesas miradas furtivas edificadas tarde a tarde. Y ya si eso, a los seis meses, cruzarnos un "hola". Y nada más, nada más.
Ya no se puede degradar más la seducción, pero sí, aún más, al ser humano, ya cada vez somos más originales. La bajeza no viene por el desnudo como tal, que oye, también podría ahorrármelo perfectamente, sino por un formato delirante donde el cuerpo del 'candidato' se despedaza visualmente. Por aquí, las piernas. Por aquí, el testiculario. Por aquí, el culo.
Pasa lo mismo con las mujeres: por aquí, los pechos. Por aquí, la vagina. Es un puzzle aterrador y desordenado, pero muy elocuente, porque recuerda al despiece de las carnicerías. Es la muerte como criatura individual. Es el gran paso hacia la deshumanización del individuo. Ya es sólo competición y mercado.
"Pues mira qué pene más manejable, me gusta", dice una concursante al ponerse delante de un pene diminuto, verdaderamente microscópico. Esto es lo peor de todo: se pervierte y se reduce la seducción o la química a la visión de un cuerpo desnudo, y encima después no puedes decir la verdad sobre lo que ves o sobre lo que quieres, no sea que le piten los oídos al dios de la inclusividad. Es la gran farsa premiada. No saben jugar ni con sus propias reglas.
Cuando Flich y la chavala que toque se ponen a comentar tamaños, formas y colores de penes mientras nos hacen ver que todos son bonitos a su manera, hay candidatos desnudos que se mueven (que dan saltitos, quizá, con la verga) a fin de dialogar sin palabras con la catadora. Dicen que "sí", o que "no", o que están "contentos de verte", o bailan haciendo un poco el molinillo (en fin, eso ya lo que cada uno pueda) para cortejarte a un estilo pavo real que siempre desbarra en lo chanante, en lo leonardodantesco.
Te preguntas si alguna vez volverá el sexo más sucio y oscuro, que era el menos obvio.
Te preguntas si alguna vez volverá el misterio.
Es imposible desear un cuerpo si no se desea su voz o su olor: todo esto, además de una exhibición de antielegancia, es una gran pérdida de tiempo. Qué larguito se me está haciendo el siglo XXI.