Hemos pasado por las gallegas, las vascas, las catalanas y las europeas, y ahora, si Dios quiere, no habrá más elecciones y podremos centrarnos en la Eurocopa, el vestido de la Pedroche, la cuota de la hipoteca y la decimosexta. Los políticos se podrán ocupar de lo suyo con la serenidad de que los demás tendremos puesto el foco en otras cuestiones.
En un artículo muy poco sexi, pero acertadísimo, José Ignacio Wert proponía aprovechar este periodo de calma para poner las luces largas. Sostenía la tesis de que no hay fin de ciclo y de que previsiblemente todo seguirá igual.
Yo añado un resumen crudo de las últimas cuatro convocatorias electorales.
Todas se han presentado como un plebiscito contra Sánchez, y en todas el único que ha cedido ante el PP ha sido Ciudadanos. El bloque de izquierdas no ha dejado de crecer, y Vox, o no ha sufrido, o ha crecido.
Resumen. El PP ha evitado una sangría, no ha habido sorpaso y queda aupado como única alternativa de gobierno. Pero también es verdad que sólo ha sido capaz de disputarle los votos a un partido que ya no existe.
2024 ha provocado el espejismo de unas comparativas con elecciones anteriores del periodo casadista en el que la derecha concurría con tres partidos, y por eso el resultado de los datos comparados da pie a un juicio triunfante muy equivocado: "somos los que más hemos crecido".
Esto es un error que solo sirve para que los estrategas de los últimos lustros, que han salido vivos de la era Rajoy y de la era Casado, mantengan el puesto. Pero no es suficiente para investir a Feijóo de presidente.
Para eso, además de ganar en X (antiguo Twitter), llenar portadas con la mujer del presidente, repartir zascas en el Congreso y ganar elecciones en el minuto 93, hay que tener el apoyo de la mayoría del Congreso.
¿Qué le ha pasado al PP para perder la mayoría absoluta de 2011? Le ha pasado el Congreso de Valencia de 2008 que inició un proceso fallido en el que Rajoy decidió quedarse sólo con lo que él consideraba que eran los liberales.
Sus analistas del momento le dijeron que España había dejado de ser conservadora y cristiana, y que el partido debía adaptarse a una mayoría sin convicciones.
O sea, que de un plumazo se rompió el difícil equilibrio que había dentro del partido entre liberales, conservadores y democristianos. Se mandó a paseo a los dos últimos y, por arte de magia, surgieron las tres derechas, y la consiguiente perpetuación en el gobierno del bloque de izquierdas y nacionalistas.
La consecuencia no es sólo electoral. No es sólo la pérdida de tres millones de votantes sin los cuales es imposible que la derecha sume. Es la incapacidad de mirar a los lados del camino por haberse puesto orejeras.
El drama es que no hay capacidad de respuesta a ciertos problemas y el votante lo percibe. Por ejemplo, ¿cómo salir del falso dilema entre la motosierra y el coche bomba?
Quizás el criterio lo podía ofrecer la democracia cristiana con una idea madura, consolidada y experimentada como la de la justicia social. Pero la democracia cristiana ya no está, y la voz la tienen los liberaloides que apuestan por la motosierra.
¿Y cómo entrar al debate sobre la familia, la vida y la educación? A lo mejor los conservadores que ya no están tenían algo que decir, y quizás lo mejor no era ceder estos temas a otros partidos como Vox.
Un partido que no tiene en cuenta la religión, o que si lo hace es para referirse a ella como problema, le está regalando lo sagrado a la "extrema derecha". Si la religión te molesta, eres tú el que se ha convertido en un problema.
La familia, la educación, la vida, la patria, la justicia social, la cultura o la religión no son temas fachas. Pero se nota demasiado que el conductor se siente muy incómodo circulando por estas carreteras. Mejor será que ponga las luces largas, como apuntaba Wert, antes de que se vuelva a salir en la próxima curva.