No sé a qué tanto revuelo con las declaraciones de este domingo de Kylian Mbappé, flamante nuevo jugador del Real Madrid.
El futbolista francés dijo esta boca es mía para demostrar, con un discurso político la mar de coherente y sensato, que no sólo es hábil con la pelota, sino que es ducho en el manejo de las palabras.
Es obvio que la influencia política de un deportista de élite, especialmente entre la juventud, es injustamente muchísimo mayor que la repercursión que puedan tener al respecto las palabras de un intelectual (Houellebecq o Carrère por ejemplo), a quien se le presupone un juicio bastante más fundamentado que el de un delantero centro.
Por eso, ese potentísimo y desproporcionado altavoz que tiene un futbolista, desde su privilegiado speakers' corner, puede ser un arma de doble filo en tanto que se puede utilizar coherentemente (como ha hecho Mbappé) o, contra toda lógica, para difundir ideas nocivas: como el explícito apoyo de Neymar a Bolsonaro o la campaña mediática de Guardiola a favor de la independencia catalana.
Pero si alguien ha alcanzado una posición de privilegio e influencia gracias a sus habilidades físicas, y no intelectuales, debería abstenerse de emitir públicamente comentarios de orden político (o de cualquier otra materia que no sea de su negociado), ya que, salvo excepciones muy contadas, no hay una correspondencia entre su voz y su eco.
Se estará entonces incurriendo en el uso de una prerrogativa no merecida e injustificada. Una auctoritas concedida no precisamente sobre la base del saber, a la valía y a una capacidad moral para emitir opiniones cualificadas.
Por supuesto que la libertad de expresión ampara este tipo de comentarios. Pero de los derechos, si no quiere uno perderlos, debe hacerse un uso responsable.
Más allá de estas divagaciones teóricas, me parece impropio el guirigay montado en torno de las declaraciones del fichaje madridista. Que, afortunadamente, ha hecho uso de la prerrogativa injustificada en el buen sentido.
El capitán de Les Bleus se ha limitado a hacer una simple, aunque precisa, defensa de los valores republicanos franceses: libertad, igualdad y fraternidad (Liberté, Égalite, Mbappé en adelante), elegante y sutilmente, sin necesidad de explicitar sus filias y fobias políticas. Politeness ma non troppo.
Pero poco han tardado nuestra derecha y nuestra izquierda en arrimar el ascua a su sardina, en malinterpretar arteramente las sensatas frases verbalizadas por el jugador.
Si desde la diestra que se empitona con Meloni se ha acusado a Mbappé de blanquear al régimen catarí, de hacerle el juego a la izquierda radical, a los masones, a los judíos, a los moros y, poco menos, que seguir al dedillo la doctrina del gran reemplazo (lean los comentarios en redes y webs noticiosas) solamente por decir que cree "en los valores de la mezcla, la tolerancia y el respeto"...
Desde la zurda se ha hecho hincapié, malversando las palabras del futbolista, en que ha cargado contra Le Pen y la "extrema derecha". La expresión comodín de nuestros politólogos y periodistas progres (valga la redundancia), como lo es el "en plan" para nuestra juventud.
No. Mbappé ha dicho estar "en contra de los extremos, los que dividen". De los extremos, plural. Sí, tanto contra el Reagrupamiento Nacional como contra el Frente Popular.
En definitiva, el capitán galo no ha hecho más que darle la mejor asistencia de gol posible a su amigo Emmanuel Macron de cara a las inminentes legislativas. Algo que es digno de celebración para cualquier demócrata pata negra.
Un Macron, que cabe recordarle a nuestros izquierdistas, además de formar parte de un bloque de centro liberal o de centroderecha, acogió en su día bajo su manto a Ciudadanos, aquel partido que nuestra siniestra tachaba de radical de derechas hasta que asomó Vox.
No sé, por el horario en que escribo, si Mbappé debutó en la Eurocopa jugando de extremo izquierdo o de extremo derecho. Si sé que políticamente juega de delantero centro.