El Tribunal Constitucional ha avalado que las menores de 16 y 17 años puedan abortar sin consentimiento paterno. Una decisión considerada por muchos como un nuevo éxito de los defensores del aborto.

Me pregunto si el único abordaje posible del aborto es la ausencia de cualquier límite. Si de verdad podemos considerar que esto es una victoria para la libertad de las mujeres. Más concretamente, para las adolescentes.

Porque no olvidemos de quién estamos hablando aquí. En la ley sobre la que el Tribunal Constitucional acaba de estampar su sello de aprobación se celebra que "se devuelve a las mujeres de 16 a 18 años la posibilidad de decidir sobre sus propios cuerpos".

Manifestación a favor del aborto en Estados Unidos.

Manifestación a favor del aborto en Estados Unidos. Europa Press

"Mujeres de 16 años" es algo chirriante. Hablemos de casarlas. Hablemos de una violación. ¿Siguen siendo mujeres o quizá nos damos cuenta de que son niñas?

He aquí la primera condición para empezar a distorsionar la realidad: manipular el lenguaje. 

Es innegable que el embarazo de una adolescente es una situación indeseable. De por sí, una mujer embarazada es vulnerable. Por eso se considera que el escenario ideal para un embarazo es uno en el que el bebé sea esperado o, por lo menos, no rechazado. Uno en el que la mujer se vea acompañada por una pareja estable, en el mejor de los casos, o por una red de apoyo.

Tanta es la seguridad que requiere traer una vida al mundo. 

Si a eso le añadimos que la embarazada es una adolescente, la desprotección es evidente y, en muchos casos, dramática.

Ante eso, ¿cómo debe actuar la ley? Garantizando la protección y paliando la inseguridad, no añadiendo un drama a otro drama.  

¿Consigue eso la ley del aborto que le dice a una niña que puede presentarse en una clínica sin que sus padres o tutores lo sepan? No.

Examinémoslo.

En primer lugar, las políticas públicas deberían, por lo menos, aspirar a la neutralidad. Pero la legislación considera de facto que el drama es tener el bebé y que la familia es fuente de inseguridad ante una hipotética falta de apoyo para terminar con el embarazo.

Así, niega a los menores la oportunidad de recurrir al mejor amparo con el que puede contar cualquier ser humano. Se les enseña a sospechar de sus propios padres. Se les quita el suelo bajo los pies en una situación de riesgo.

Alienta a una niña ya de por sí muerta de miedo a no contarle nada a sus padres.

Las consecuencias de esta brecha entre padres e hijas son nefastas. En El club de los poetas muertos, el animar a un adolescente a enfrentarse a sus padres, sus principales figuras de referencia y autoridad (sin duda equivocadas y sin duda imperfectas), no acaba con un adolescente más empoderado, sino con un adolescente muerto.

El Estado, por mucho que lo intente, no puede jamás suplir el papel que la familia ejerce en el desarrollo de un ser humano. Quizá por eso parece tan empeñado en anular a ese ser humano.

Además, la ley desprotege a las niñas en caso de vulnerabilidad extrema. ¿Y si la adolescente es víctima de un delito y el perpetrador en cuestión aprovecha este atajo para sus propios intereses? ¿Y si lo que hay detrás de una niña que se presenta en la clínica solicitando un aborto es un novio que presiona?

¿Cómo está previsto actuar ante estos casos?

Y ya que estamos poniendo a los padres en duda, ¿ampara esta ley a la menor que desea tener a su hijo y no cuenta con el apoyo de su familia?

El silencio es la respuesta a estas preguntas. Preguntas que la adolescente se quedará rumiando en soledad.

¿Es garante de derechos una ley que no es capaz de dar seguridad en situaciones de vulnerabilidad? No lo parece.

Esta ley vende una libertad falsa y vacía que ninguna persona querría para su vida en ningún otro ámbito. Una que le niega a la persona la información que se le debe para tomar una decisión verdaderamente libre

Es curioso que el mismo texto en el que se elimina la obligatoriedad de dar información a la mujer que acude a abortar, y que elimina los tres días de reflexión, opta luego por unos criterios totalmente diferentes cuando se trata del parto. 

"Se refuerza la obligación del personal sanitario de actuar con base en los principios del parto respetado, lo que incluye el consentimiento informado de las mujeres ante intervenciones invasivas".

Vuelva a leer. "Consentimiento informado ante intervenciones invasivas".

Luego, revise el párrafo en el que se prohíbe dar información a las mujeres sobre el aborto. Y juzgue usted mismo si algo de esto tiene sentido. 

Quizá sea porque cuanto más avanza la ciencia y la tecnología, más difícil resulta impedir que la realidad se imponga a la retórica. Es difícil negar la existencia de un ser humano cuando escuchas un latido o cuando ya se pueden realizar procedimientos quirúrgicos a un feto de sólo 16 semanas de gestación para salvarle esa vida que dicen que no tiene.

Es difícil no dudar cuando te dicen la verdad sobre la realidad de abortar y los riesgos a largo plazo.

Por supuesto que un hijo es para toda la vida. Y es justa la crítica que muchas veces se hace a los antiabortistas, acusándoles de estar obsesionados con que los niños nazcan, pero olvidándose después de la carga añadida que eso supone para las mujeres

Pero un aborto también es para toda la vida.

Así que no hay nada más paternalista que pretender que las mujeres entren en las clínicas abortistas como cuando se lleva a los niños engañados a vacunarse. Nada más cínico que hacerlo enarbolando la bandera de la libertad y la igualdad.

Explica Jean Bethke Elstain en The Cost of Choice: Women Evaluate the Impact of Abortion (libro que recomiendo) que "es el momento de que las consecuencias del aborto sean tomadas en serio como una manera de garantizar que también nos tomamos en serio a las mujeres. ¿Acaso no iba de eso el feminismo?".

Porque si no es así, es la misma ley la que acaba coaccionando bajo la falsa de pretensión de eliminar toda coacción.

Bajo la falsa pretensión de sacar a las mujeres de un callejón sin salida, la propia ley se convierte en una trampa mortal. 

El auténtico éxito de una sociedad sería el de enfrentarse a las preguntas morales que plantea el aborto. Y a las consecuencias culturales que se derivan de legalizarlo

Como dijo la feminista provida Clair de Jong en 1978, "aceptar la 'necesidad' del aborto es aceptar que las mujeres embarazadas y las madres son incapaces de funcionar como personas en esta sociedad". 

Porque hay una realidad innegable. El aborto es el único estado legal en el que llamamos progreso a una medida que no reconoce humanidad y dignidad a quien carece de ambas, sino que contribuye a despojarle de ellas. Una medida que dice que el hijo concebido y aún no nacido queda fuera de la comunidad moral.

Una sociedad que consagra la autonomía personal como el valor que reina por encima de todo lo demás es una sociedad deshumanizada. Porque si hay algo que el ser humano no es, es autosuficiente.

Viendo todo esto, se hace cada vez más difícil comprar la idea de que el principal problema es el hijo que esperas (no digo que en muchas ocasiones no sea un problema) y no la tremenda soledad con la que una se enfrenta a ser madre y el abandono que sufre la mujer después de haber decidido abortar.

Eso es lo que ha avalado el Tribunal Constitucional. Una arquitectura social que opta por facilitar la muerte, porque no tiene respuestas para la vida.

Esta es la realidad que ahora queremos venderles a las niñas como una conquista de sus derechos.