Pocas cosas hay menos políticas que contemplar la realidad política bajo la especie de categorías apriorísticas, como si las ideologías fueran cuerpos doctrinales estáticos que se materializan en formas puras.
Es lo que hace un cierto progresismo cuando se reivindica "verdadera izquierda" frente a la deriva posmoderna de la llamada "izquierda woke", asumiendo que se habría producido en un momento dado una ruptura en forma de traición a las ideas originales del socialismo.
Esta clase de análisis ha encontrado su eco recientemente entre aquellos liberales que, con los tratados seminales de los popes de los derechos civiles y la separación de poderes en la mano, alegan que lo de Javier Milei en ningún caso puede ser considerado auténtico liberalismo.
El error es el mismo en los dos casos: aproximarse a los fenómenos políticos de una manera ahistórica.
Para comprender los momentos de crisis se adopta un enfoque patogénico, como si se trataran de deformaciones fruto de una enfermedad infecciosa, en lugar del enfoque apropiado, que es uno filogenético. Es decir, uno que entiende que las ideologías instalan un conjunto de principios que luego evolucionan en virtud de las circunstancias en distintas estirpes teóricas.
Milei, como representante del libertarianismo, es de hecho el producto del desarrollo en sus consecuencias del pensamiento liberal y su germen antipolítico.
Este problema lo atisbó ya en 1888 el papa León XIII, cuando en su crítica a la idea moderna de libertad admitió que hay defensores del liberalismo que no están de acuerdo con su versión más extrema.
"Obligados por la fuerza de la verdad, dice el pontífice en su encíclica Libertas praestantissimum, muchos liberales reconocen sin rubor e incluso afirman espontáneamente que la libertad, cuando es ejercida sin reparar en exceso alguno y con desprecio de la verdad y de la justicia, es una libertad pervertida que degenera en abierta licencia". Pero, añade, "al poner esta limitación no son consecuentes consigo mismos".
Porque, en su condena de todos los frenos a la voluntad del individuo, para el liberalismo "cada ciudadano es ley de sí mismo". Y "armada la multitud con la idea de su propia soberanía, fácilmente degenera en la anarquía". En el caso de Milei, en el anarcocapitalismo.
Estas tesis, por tanto, se deducen lógicamente del liberalismo en su despliegue histórico. Como también es fruto del desarrollo en sus consecuencias del pensamiento liberal, por cierto, el socialismo.
Porque también el socialismo puede entenderse como una herejía del liberalismo, en su vertiente republicana, que quiere llevar los requisitos de la libertad política hasta sus últimas consecuencias, entendiendo que a menos que el Estado garantice una igual libertad a todos los ciudadanos, la libertad que promete el liberalismo será un brindis al sol.
El libertarianismo de Milei sería una herejía del liberalismo en un sentido contrario, minarquista, que reivindica igualmente la coherencia con los principios originales del liberalismo en sentido inverso, en la forma de un integrismo de la no intervención.
Pero lo interesante es que ambas variantes podrían achacarle respectivamente a la otra una traición de la doctrina liberal clásica. Uno, por haber asumido una libertad económica que impide la realización de la libertad política. El otro, por incurrir en un estatismo que anula la libertad individual.
Al fin y al cabo, las dos decantaciones del liberalismo comparten la idea de libertad como emancipación, como liberación de todos los condicionamientos a la autodeterminación del sujeto. Comparten con su matriz, en definitiva, el error originario, que es, en esencia, el de sustituir el principio de "la verdad os hará libres" por el de "la libertad os hará verdaderos".
Los custodios de las esencias del liberalismo clásico se escandalizan ante las imágenes de quien se reivindica su heredero blandiendo una motosierra entre imprecaciones intolerantes y condenas a la justicia social.
Pero si pudieran ser consecuentes consigo mismos, habrían de reconocer que el liberalismo fue desde el principio una motosierra, aunque sólo en nuestro tiempo se haya actualizado en toda su violencia implícita. Una podadora que desarboló la tradición, y que al proponerse organizar la sociedad sobre bases racionales para realizar la libertad natural del individuo desnudó a los pueblos del sostén comunitario que los vinculaba y protegía. Milei no ha sido el primer arboricida de su linaje.