Fue un gran ejemplo de eso que los entendidos llaman "soft power". Ocurrió hace poco más de un año. 

Joe Biden recibe al presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol. Para demostrar el hermanamiento entre los países, el presidente de Estados Unidos incita al surcoreano a rememorar su juventud cantando American Pie. El mandatario entona bien y, en términos de comunicación política, el momento es redondo. El único pero es que los asistentes no hagan los coros en el estribillo. 

Como remate, Biden entrega a su homólogo una guitarra firmada por Don McLean. Cualquiera que vea el vídeo se dará cuenta: el presidente ha olvidado el nombre del cantante. Sólo así se explica la fórmula, un tanto tosca, que usa para referirse a él. "El tipo que escribió American Pie". ("The fella who wrote American Pie").

Como es consciente de su situación, echa una mirada furtiva a sus notas y a la rúbrica estampada en el instrumento. De este modo consigue pronunciar "Don McLean" sin que su momento en blanco se note demasiado.

El presidente de EEUU y candidato a la reelección, Joe Biden, durante el debate con Trump del pasado jueves.

El presidente de EEUU y candidato a la reelección, Joe Biden, durante el debate con Trump del pasado jueves. Reuters

Hace apenas quince meses, Joe Biden era una persona con problemas de memoria que mantenía la picardía suficiente como para saber disimularlos. La otra noche, en el debate, demostró que ahora también ha perdido esa picardía

Por una vez, podemos hablar de "situación inédita" sin incurrir en hipérbole periodística. Esta realidad sí que imita a Aaron Sorkin.

Se ha subrayado mucho la torpeza del presidente en sus parlamentos frente a Donald Trump. No son menos escalofriantes que los momentos en los que permanece callado. Su plano de escucha es letal. El deterioro cognitivo marca la desorientación en el rostro. 

"Tiene usted la suerte de ser joven", le dijo Richard Nixon durante el minuto y siete segundos de conversación telefónica, bastante torpe, que mantuvieron el 18 de diciembre de 1972. El entonces presidente llamaba al senador electo para trasladarle sus condolencias por la muerte en accidente de tráfico de su esposa y de su hija. 

Biden aprovechó esa circunstancia sobrevenida de la juventud para desplegar una trayectoria política impresionante. Fue un auténtico animal. Lo estamos viendo estos días cuando se rescatan sus mejores momentos en pantalla partida con el presente para hacer más visible la decadencia. Paul Ryan todavía debe estar recogiendo pedazos del debate vicepresidencial de 2012. 

Confieso mi condición de pardillo. Hasta enfrentarme a la dura realidad del cara a cara, pensaba que los patinazos del presidente formaban parte de una realidad más amplia que sólo llegaba al meme de manera muy fragmentaria. Que, en el peor de los casos, Biden seguía siendo el zorro de la velada de agasajo surcoreano. 

Líbrenos Dios de alejarnos del camino de José Blanco en lo que a la intromisión en las campañas estadounidenses se refiere. Pero mucho nos tememos que Donald Trump ha vuelto a hacer añicos la previsibilidad de un escenario. Ha sobrevivido a la derrota y al 6 de enero de 2021, una fecha que habría figurado en la lápida política de cualquier otro.

Que Biden le gane se antoja difícil. Incluso si así fuera, aterra pensar en qué facultades puede llegar a la mitad del segundo mandato. El "pato cojo" parecería un atleta olímpico en la comparación. 

Las malas noticias ya no se dejan en los escalones de la puerta que evocaba McLean sobre su adolescencia repartiendo periódicos en American Pie. Nos llegan como alerta al móvil. Aunque ya pasamos por eso antes, el 5 de noviembre muchos demócratas pondrán la cara del día en que murió la música. Y se preguntarán si hicieron todo lo posible por evitarlo. 

Que alguien llame a Aaron Sorkin.