La extrema derecha ha ganado las elecciones por primera vez en la historia republicana de Francia. Según los sondeos, la Agrupación Nacional (RN) de Marine Le Pen se ha hecho con el 34% de los votos, lo que le garantizaría entre 250 y 300 escaños en la Asamblea Nacional.

Se confirma que la temeraria apuesta del adelanto electoral de Emmanuel Macron ha sido contraproducente. La estrategia del miedo para frenar al "fascismo" en las urnas tiene cada vez menos efecto en un país en el que la derecha radical está muy normalizada.

Hay que recordar que RN ganó las europeas con el 31% de los sufragios, y que en estas legislativas ha logrado doblar su marca en la primera vuelta de las legislativas de 2022. Aún así, Macron ha vuelto a pedir parar a la ultraderecha en la segunda vuelta del próximo domingo.

La formación Ensemble del presidente ha quedado relegada a la tercera posición con el 20% de los votos. Queda así neutralizado el bastión centrista que contuvo la fuga del escenario político francés hacia los extremos en las presidenciales de 2017.

La coalición Nuevo Frente Popular (NFP) aspiró a heredar este papel de dique de contención contra la ultraderecha, pero no parece haberlo conseguido. El bloque de extrema izquierda puede considerarse, en relación con las expectativas, el perdedor de la noche. Porque mientras que el macronismo ha mejorado levemente los números que le daban las encuestas, el NFP no ha conseguido cumplir con el pronóstico del 30% de las papeletas.

Se trata de un fracaso notable de una una alianza frágil y sin un liderazgo claro muñida atropelladamante. Máxime teniendo en cuenta que contaba con un marco electoral favorable y que se enfrentaba a un Macron muy debilitado. 

Con la consumación de la práctica desaparición de los dos grandes partidos tradicionales, Los Republicanos y el Partido Socialista, sobre los que ha descansado la gobernabilidad de la V República, cae también el consenso republicano que había conseguido mantener en la marginación a una ultraderecha que no ha dejado de crecer. Ahora los franceses se ven obligados a elegir entre dos opciones radicales, lo que complica que el bloque de izquierdas vaya a poder desempeñar el rol de aglutinador del voto contrario a Le Pen.

Aún así, los dos contendientes del candidato de RN Jordan Bardella parecen decididos a mantener el cordón sanitario a la extrema derecha. Jean Luc Melenchon ha asegurado que el NFP se retirará en aquellas triangulares donde sea tercera fuerza para evitar la victoria de Bardella. Y Macron ha hecho lo propio adelantando que Ensemble no presentará candidato en la segunda vuelta allí donde se dispute la victoria con RN y quede en tercer lugar.

El resultado queda muy abierto para la segunda vuelta, dado que más de la mitad de los diputados se decidirán en triangulares al haber pasado tres candidatos en la mayoría de circunscripciones.

Pero la notable ventaja de la Agrupación Nacional parece implicar que la segunda vuelta se circunscribirá a dilucidar si logra o no la mayoría absoluta. Con los escaños proyectados, Bardella tendría suficiente para que Macron se viera forzado a encargarle la formación de gobierno.

Tras los resultados de este domingo, la posibilidad de un bloqueo parlamentario que obligase a un Ejecutivo técnico de consenso se antoja menos verosímil. A lo sumo podría cuajar un panorama parlamentario formado por un gran bloque de ultraderecha, otro gran bloque de ultraizquierda y uno más pequeño de la Mayoría presidencial (convertida ya en minoría) que pudiera servir de amortiguador. Se ha especulado de hecho con que Macron estaría intentando desgastar a los extremos antes de las presidenciales de 2027, y darse tiempo para promocionar a un sucesor al frente de su espacio.

Pero se impone más bien el escenario de una cohabitación hostil entre un presidente y un primer ministro de distinto signo político. La única duda es si este será de extrema derecha o de extrema izquierda.

Porque aunque la primera opción parece la más probable, el bloque de izquierda podría arreglárselas para dar la vuelta a la relación de fuerzas, sustituyendo a Melenchon por un candidato menos polémico que no ahuyente a los moderados para colocarlo en el Palacio de Matignon.

Al fin y al cabo, Macron ha dado a los suyos para el balotaje la consigna de optar por los de Melenchon en los casos en los que su formación sea incapaz de ganar, argumentando que "frente a Agrupación Nacional, ha llegado el momento de una amplia unión, claramente democrática y republicana, para la segunda vuelta".

Resulta aún así improbable que todo el electorado centrista acate la directriz de Macron y se avenga a votar por la extrema izquierda, por mucho que Melenchon (al igual que Bardella) haya moderado su mensaje en la noche electoral prometiendo gobernar para todos.

Lo que sí parece garantizado en cualquier caso es la cronificación de la polarización del escenario político francés. La cohabitación del centro con el extremismo en el gobierno, en un mandato conflictivo en el que además el poder de contrapeso de Macron quedaría limitado por haberse visto mermada su legitimidad tras perder las legislativas, aboca a Francia a adentrarse en un terreno inexplorado de inestabilidad e incertidumbre.