Con la convocatoria anticipada de elecciones legislativas tras su fracaso el 9-J, Emmanuel Macron sólo ha conseguido exponer a Francia a vivir dentro de sus fronteras la dinámica de derechización que marcó las elecciones europeas.

Sus propios compañeros de filas reconocen que la estrategia, pensada para dramatizar la amenaza representada por la Agrupación Nacional y sacar así a los votantes moderados de la abstención, ha acabado demostrándose desatinada.

Los últimos sondeos sitúan a la extrema derecha a un paso del poder, con la candidatura de Jordan Bardella a las puertas de la mayoría absoluta. También infravaloró el presidente la capacidad de la izquierda para aliarse, que concurrirá unida bajo el Nuevo Frente Popular, y que alcanzaría el 28% de los votos.

De modo que las encuestas, que sitúan al bloque centrista de Macron como tercera fuerza, parecen abocar a Francia a una segunda vuelta con dos candidatos radicales.

Hasta ahora, el sistema electoral a doble vuelta ha servido como barrera frente a los extremismos, lo que ha permitido que la ultraderecha quedase fuera del Parlamento aunque sus resultados no dejasen de mejorar. Pero el hundimiento del centro ha dejado obsoleto este Pacto Republicano, dado que todo apunta a que los franceses tendrán que escoger entre extrema derecha y extrema izquierda, sin que pueda ahora trazarse cordón sanitario alguno.

La creciente impopularidad de Macron está haciendo que su movimiento no sea capaz de recabar voto de centroizquierda que le apoyó para frenar a Le Pen en 2017. La aglutinación de ese voto transversal fue clave para impedir la llegada al Elíseo de la extrema derecha, pero ha supuesto la contrapartida de que no quede en pie una alternativa moderada cuando el centro cae.

Y es cierto que Marine Le Pen ha ejecutado en la última década una exitosa labor de homologación y blanqueamiento, distanciándose del legado fascista de su padre y persiguiendo un rebranding de proletarización y feminización para ampliar su base social.

Pero no se puede pasar por alto que su programa etnicista permanece intacto, y que pese a que se ha mostrado a favor de Israel frente a los atentados de Hamás, aún quedan muchos vestigios de antisemitismo en el seno del partido (como también dentro de las filas del ultraizquierdista Jean-Luc Mélenchon).

Si la extrema derecha logra tras la segunda vuelta formar gobierno, se producirá un punto de inflexión en la política francesa (que ha mantenido fuera del gobierno al extremismo desde el fin del régimen colaboracionista de Vichy), pero también en la política europea. La segunda economía del Continente, y su mayor poder militar, pasaría a tener un primer ministro de la derecha radical populista.

Es evidente que el vuelco hacia un premier euroescéptico se dejaría sentir en el conjunto del proyecto europeo. La perspectiva de una cohabitación hostil entre Macron y Bardella (que sólo podría empeorar si la Agrupación Nacional conquistase también en 2027 la Presidencia de la República con un ticket à la estadounidense con Le Pen) comprometerá la política exterior francesa tal y como la hemos conocido hasta ahora.

Porque Le Pen ha adelantado que dará la batalla constitucional para reclamar para el primer ministro las competencias de Defensa. Lo cual, teniendo en cuenta la afinidad de Le Pen con Putin, siembra incertidumbre sobre la continuidad del apoyo francés a Ucrania. 

La Agrupación Nacional también está decidida a disputarle al presidente la prerrogativa de contribuir a la gobernanza europea, para imprimir su sello soberanista a la UE y reforzar el empuje radical junto a la Italia de Meloni.

La cohabitación con la ultraderecha disminuiría la ascendencia de Macron en Europa, lo cual implicaría a su vez la fragilidad de la UE como potencia geopolítica. Y puede ocurrir que los dos pilares del sistema internacional, EEUU y Europa, pierdan su papel de guardines del mismo.

Porque el debilitamiento de Macron coincide con el hundimiento del otro gran liderazgo democrático global, el de Joe Bien, cuya candidatura parece herida de muerte tras su calamitoso paso por el debate presidencial. Si a un gobierno de la ultraderecha francesa se le suma el regreso a la Casa Blanca de quien ha especulado con la posibilidad de sacar a EEUU de la OTAN, las consecuencias para el orden global serán imprevisibles.