En primer lugar, la Francia Insumisa ya se ha quitado la careta.

Cogiendo por sorpresa a sus socios de coalición al plantarse desde las 20:10 en todos los platós de televisión, flanqueados por una Rima Hassan ataviada con la kufiya que había regresado de Bruselas a la velocidad del rayo, en resumen, al imponer, una vez más, su presencia, su estilo y su brutalidad, Jean-Luc Mélenchon ha terminado por desenmascararse y por reducir a sus aliados del Nuevo Frente Popular al rango de meros figurantes, condenados a hablar después de él, en dúplex, sin solemnidad, de forma desorganizada.

No lo habría hecho mejor si su intención hubiera sido terminar de humillarlos.

Jean-Luc Mélenchon, líder del partido de extrema izquierda La France Insoumise.

Jean-Luc Mélenchon, líder del partido de extrema izquierda La France Insoumise. Reuters

No lo habría hecho de otro modo si hubiera querido poner de manifiesto las trampas de esta alianza electoral.

Dejó claro de una vez a los socialistas, ecologistas y demás izquierdistas que creían en una reedición de los días de gloria del movimiento obrero, que, en su opinión, el frente no ha sido más que una OPA hostil que ha lanzado una secta violenta, antiparlamentaria y antisemita cuya verdadera estrategia (tal vez lo comprendamos algún día) era sembrar el caos y en la que lo importante no era servir de barrera ante la Agrupación Nacional, sino hacerles de trampolín.

Los votantes no se equivocaron situando a este lamentable atalaje en una posición inferior a la que habían imaginado los sondeos.

En esta primera vuelta, el electorado ha votado por algunos de sus peores personajes (Panot, Caron, Obono, Chikirou, Delogu, por citar sólo algunos), pero esta falsa izquierda, esta izquierda indigna, esta izquierda que vive bajo la dirección de la Francia Insumisa a la que se han adherido los apparatchiks de los demás partidos, ya sea por cinismo o por ingenuidad, está lejos de ser mayoritaria.

Se ha evitado el peligro.

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Pero sigue existiendo otro peligro.

Queda la Agrupación Nacional, que ha salido vencedora y que, aunque su resultado sea ligeramente inferior a lo que esperaban sus dirigentes, aunque las proyecciones de la segunda vuelta la sitúen, por utilizar de nuevo las palabras de los sondeos, en la horquilla más baja de lo que se podía esperar, sigue con posibilidades de obtener una mayoría absoluta y gobernar el país.

Se dice que los votantes ya no quieren oír frases grandilocuentes, debates sobre valores y condenas morales del racismo y la xenofobia. ¿Seguro?

Me sorprende. Pero afrontémoslo. Aceptémoslo, sí, ya no tiene mucho sentido apelar a los principios o a la genealogía del partido de Le Pen (las Waffen SS, los colaboracionistas, etcétera).

Por otra parte, quedan pocos días hasta el próximo fin de semana para recordar hechos simples y precisos.

Quedan pocos días para recordar que este partido populista que siempre está con el "todo está podrido" en la boca, lema de la eterna extrema derecha, acaba de ver confirmada por el Tribunal de Casación de Francia, la más alta instancia del Poder Judicial francés, la sentencia por "fraude" en el caso de los kits de campaña de unas elecciones legislativas anteriores.

Quedan pocos días para documentar, como hacemos en La règle du jeu, la malversación de activos empresariales, la malversación de fondos públicos y las operaciones de blanqueo de capital de las que son culpables muchos de los cargos ejecutivos del partido, y que probablemente lo conviertan en el partido más corrupto de Francia.

Quedan pocos días para meterle a la gente en la cabeza que, aunque el programa de la Agrupación Nacional no se llegase a aplicar del todo, el mero hecho de su llegada a Matignon, seguida de la puesta en marcha de unas cuantas medidas demagógicas que nos presentan como medidas de urgencia, tendría el efecto inevitable de aislar a Francia en el panorama europeo, de empeorar su economía y sumir a los más precarios en una situación de precariedad aún mayor.

Marine Le Pen y Jordan Bardella, de Reunión Nacional, en una imagen del pasado 9 de junio en Francia.

Marine Le Pen y Jordan Bardella, de Reunión Nacional, en una imagen del pasado 9 de junio en Francia. Reuters

Quedan pocos días para recordarle a todo el mundo que Jordan Bardella, al igual que la astuta Marine Le Pen, está rodeado de personas que han trabajado para Assad padre e hijo, que se han puesto al servicio de Putin y los suyos, o que han abogado por la gran alianza de cristianos integristas e islamistas radicales.

Quedan pocos días para recordarle a Serge Klarsfeld que la comunidad judía, que incluye a decenas de miles de francoisraelíes que gozan de la doble nacionalidad, será una de las primeras en ser blanco del clima de sospecha creado en los últimos días de campaña por la ya célebre disputa (por triste que sea) sobre la "binacionalidad".

En resumen, quedan pocos días para votar a favor de cualquier candidato (con la excepción, claro está, de los antisemitas de la Francia Insumisa) que sea capaz de impedir que esta panda de incompetentes y rencorosos tengan un escaño de más en la Asamblea Nacional. 

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Ecologistas, socialdemócratas o heraldos del Frente Popular que, como François Ruffin, han sido vergonzosamente engañados. Los votantes de Raphaël Glucksmann, a los que se les ha robado el voto. Republicanos de derechas y de centroderecha fieles a la herencia gaullista. Supervivientes de la mayoría saliente.

Siempre habrá tiempo, más adelante, para juzgar el movimiento de disolver la Asamblea, a quien lo firmó o a quienes cedieron ante la tentación del sálvese quien pueda.

Por el momento, todos ellos tienen su lugar en el emergente "frente democrático".

Para todos ellos, hay una necesidad urgente, y solo una: hacer de dique de contención ante la Agrupación Nacional e impedir el escenario pesadillesco que supondría ver al presidente de la República obligado a tener como primer ministro al incompetente y preocupante señor Bardella.