Los hogares en situación de pobreza en España tienen rostro de mujer y, en concreto, de madre soltera.
Ese rostro ha sido esta semana el de Esther Marín, malagueña, madre de tres hijos y limpiadora en la Universidad de Málaga. Ha intervenido en el pleno de junio del Ayuntamiento malagueño para explicar su situación, marcada por la precariedad y por un desahucio y atravesada por la necesidad de sacar a sus hijos adelante.
El alcalde de Málaga, le ha respondido: "Si tiene un sueldo, como dice que tiene, no será tan difícil encontrar alguien que pueda alquilar, subvencionado por nosotros".
Es desgarrador escuchar la desesperación en la voz de Marín ante esta contestación. "Es muy difícil, es como buscar una aguja en un pajar, es imposible", lamenta.
Cuando el ciudadano tiene que defenderse, no ya de las malas políticas de sus gobernantes, sino de sus juicios, la injusticia que se comete es una afrenta a la dignidad.
Esther Marín ha crecido en una sociedad que dice que el trabajo es la principal vía de inserción social. Y si no lo has conseguido, pues hay ayudas. Tan difícil no será.
Si es que os subvencionáis mal.
Cuando el discurso público se desconecta de la realidad de esta manera tan radical, privilegio de clase es poder ignorar el tema, sacudir la cabeza por la subida de los precios o cambiar de canal cuando María Jesús Montero dice que clase media es la que cobra el SMI.
A otros, como Esther Marín, no se les concede esa posibilidad. A ella le toca, después de limpiar los baños de la Universidad de Málaga, decidir en casa de qué familiar va a pasar la noche. Y, además, le toca escuchar del alcalde, que trabaja para solucionar problemas como los suyos (o debería), que su vida no tendría por qué ser tan complicada.
Una sociedad que sume a su población con empleo en la pobreza es una sociedad fracturada. Una sociedad que le dice a esa misma población que la economía va como un cohete, es una aberración. No sólo excluye a las personas de la posibilidad de una vida digna, sino que las silencia y les niega su realidad.
Ya no es solo que Francisco de la Torre parezca ignorar la auténtica lotería que supone a veces recibir subvenciones, o el infierno burocrático al que se somete a las personas que las necesitan, o los requisitos imposibles que suelen exigir las Administraciones públicas.
Lo que es un drama todavía más flagrante es que nos hayamos convertido en un país que necesita subvencionar a personas con nómina. Un país que ha asumido que el trabajo ya no está al servicio de vivir una vida digna. Un país que saca pecho de los datos macroeconómicos mientras tiene que quitar el IVA de los alimentos básicos.
Un país que, por un lado, empobrece a sus ciudadanos y, por otro, les dice que no son tan pobres.
La economía del cohete y la coartada de las subvenciones palidecen ante realidades como la de Esther Marín. Una realidad que debería impedirle a los políticos seguir escondiéndose detrás de datos que no convencen a nadie.
Realidad como la de los niños que se quedan en el aula cuando sus compañeros se van de excursión. La de los trabajadores que han hecho cola en Cáritas porque con su nómina no les da. La de los vídeos en TikTok que presentan pisos de 20 m2 por 200.000 euros.
La realidad de un país que, poco a poco, opta cada vez más por subvencionar la pobreza en vez de luchar por erradicarla. Y mira con desprecio a las Esther Marín de turno que vienen a estropear sus narrativas.
Y tan difícil no será.