En una década (2020-2030) que parecía marcada por la hegemonía de Tadej Pogacar, lo previsible era que el ciclista esloveno, llamado a batir todas las marcas, estuviese en proceso de ganar su quinto Tour de Francia.  

Así, estaría a punto de sumarse al selecto club de los pentacampeones de la Grande Bouclé (Anquetil, Merckx, Hinault e Induráin) con tan sólo 25 años (el navarro, por ejemplo, conquistó su primer Tour con 26).

Pero en 2022 se cruzó en su camino (aunque ya en el 2021 le dio un aviso) Jonas Vingegaard, un menudo danés que, desde su puesto destripando arenques en una fábrica del norte del país báltico, no parecía llamado a grandes empresas en el ciclismo.

Jonas Vingegaard, con el Visma.

Jonas Vingegaard, con el Visma. VISMA LEASE A BIKE

Tampoco lo parecían ni Primoz Roglic, compatriota de Pogacar, ni Remco Evenepoel, invitados de lujo en esta ronda gala. Llamado a ser campeón de saltos de esquí el primero, y futbolista de élite el belga.

Pero los caminos del ciclismo, como los del señor, son inescrutables. Inmersos ya en el mes de julio de 2024, presenciamos uno de los duelos más ajustados de la historia (habría que remontarse a los Coppi-Bartali de los años 40) en el deporte más duro que ha inventado el ser humano.

Y en una época marcada por lo plebiscitario (Le Pen contra Mélenchon, Biden contra Trump, Israel contra Palestina, etcétera) no caben grises ni terceras opciones: o estás con Pogacar o con Vingegaard.

Así, lo natural sería identificarse con el esloveno, que en la película sería el niño bueno, el chico guapo, el superhéroe y demás. Mientras el danés, por oposición o contraste, tomaría el rol del villano, antihéroe o aguafiestas.

No es que sea Vingegaard precisamente un tramposo arrogante como Lance Armstrong, ni tampoco luce las hechuras de corsario del prematuramente fallecido Marco Pantani, pero su timidez, su sobriedad y su estampa enclenque invitan a estar del lado de la sonrisa perenne de Pogacar.

Tadeo es valiente, siempre al ataque; espectacular en la carretera; elegante escalando e imbatible contra el reloj (que se lo digan a su compatriota Roglic cuando le arrebató el Tour en la última crono en La Planche des Belles Filles); tiene los ojos como dos pececillos del Adriático y el pelo se le filtra graciosamente como briznas de trigo entre los respiraderos del casco.

Además, el corredor del UAE tiene una doble condición, la de aspirante y campeón que le hacen irresistible para el gran público.

El escalador del Jumbo-Visma, con su boca dentada de serrucho, de monstruito de libro infantil de la mitología báltica, se parapeta en su equipo y juega a marear a Tadeo como los lidiadores con un toro malherido.

Sin embargo, he de confesar, que ante la amenaza que se cernía contra el espectáculo del Tour de Francia, con la previsión casi segura de una década hegemónicamente comandada por Pogacar, celebré fuertemente la irrupción, la agradable sorpresa de un destronador para el principito Tadeo.

Lo siento, estoy del lado impopular. Quiero que Vingegaard llegue a Niza vestido de amarillo.