Las calles de París arden. No es nada nuevo. Nunca he terminado de comprender esa costumbre tan parisina de quemar las calles de su ciudad cada cierto tiempo. Es como si las barricadas fuesen el escaño sobre el que se sientan la soberanía nacional, y el fuego hiciese de faro hacia una nueva república.
La ciudad de las luces también se alumbra con la antorcha de Prometeo y Macron ahora yace encadenado con el buitre de la polarización devorándole los hígados.
¿Por qué arde de nuevo París sobre las ruinas de la Quinta República? Macron ha cometido el gran error de su vida convocando elecciones a consecuencia del resultado de las elecciones europeas.
Tenía todo a favor para corregir el rumbo e intentar hacer algo con los mimbres de la democracia que gobernaba.
Tres años más de legislatura, para un líder con reconocimiento suficiente y un partido bien armado, podrían haber sido suficientes para afrontar los temas que remueven los extremos. Inseguridad, servicios públicos, desigualdad, y tensión cultural son, según la mayoría de los sondeos, los problemas que realmente preocupan a los franceses.
Pero en lugar de entrar a fondo a solucionarlos desde el poder que le han otorgado las urnas, y que era su obligación, ha preferido meterse en una batalla ideológica e identitaria.
En vez de cuestionar la legitimidad moral de la extrema derecha y agitar unas izquierdas que estaban moribundas, debería haber ejercido las funciones de la democracia.
No haciéndolo se ha mostrado más populista e iliberal que los extremos que condena. ¿En base a qué razón condena a los que critican la democracia si él no ha querido servirse de sus recursos?
Estas elecciones son una fatal combinación de una cuestión de confianza y un referéndum contra la extrema derecha, pero ambos recursos son excepciones a la normalidad democrática. Convocándolas, ha dicho a los franceses que la Quinta República no sirve para solucionar los problemas de los franceses.
La sospecha de que la decisión ha sido impulsada por un narcisismo enfermizo se me queda corta. Yo veo, en lo que el editorial del diario francés Le Figaro del 1 de julio llamaba "el hipercentro", y en su tentación de neutralizar a la izquierda dividiéndola y a la derecha condenándola, el fuego demoníaco de Prometeo.
Hay en nuestras democracias un vicio por el centro que, con perspectiva, se verá que ha sido detonante y acelerador de todos los populismos. Resulta muy poco convincente defender la democracia y, al mismo tiempo, discutir la legitimidad del adversario.
Si la democracia no es capaz de vencer democráticamente a sus enemigos, es que sus enemigos tenían razón y la democracia no sirve para nada.
El "hipercentro" es la estrategia del lobo con piel de cordero que, en defensa de la nobleza de la moderación y el matiz, se revuelve contra los contrastes. Pero la democracia es una película en blanco y negro que necesita el contraste, la luz, las sombras, y el blanco y el negro para funcionar.
El "hipercentro" es un gran fundido en blanco, es una película fallida.
Macron no ha engañado a Zeus. Ha estafado a los franceses anunciando sin quererlo que la Quinta República está muerta, y que de las cenizas se eleva él, centro, origen y fundamento de una nueva república.
Pero como a Prometeo, Zeus le ha castigado a yacer encadenado con el buitre populista devorándole las tripas. Cuanto más se tensen las calles estos días, mejor para Agrupación Nacional. Muchos macronistas votarán al partido de Marine Le Pen sólo por esto, y no se lo perdonarán.