Yo tengo claro que he conquistado mi libertad gracias a mi desastre. La Rosa Mari, mi santa madre, me lo tiene dicho: "No, hija, desde luego que quien esté contigo no va a estarlo porque seas apañá ni hacendosa, porque no lo eres". Está claro.
Ese es mi dudoso honor. Si un fulano casadero obsesionado por cumplir su plan viniese buscando en mí a una cocinera, o a una excelsa limpiadora del hogar, o a una abnegada y clásica madre de sus hijos, la llevaría clarísima. Bendito sea.
Una no es mala muchacha, pero resulta más bien desordenada y despistada. Doy bastante trabajo, genero mucho remolino, no salgo nada a cuenta. O sea, que el caos me protege del machismo.
Esto es una boutade pero también va en serio, y yo estoy contenta porque del estereotipo castrador de la buena esposa nunca se está todo a salvo. Cuando te despistas, son los años cincuenta y tu sonriente marido (es decir, tu proveedor) te está encargando una tarta casera por su cumpleaños y tú rumias la posibilidad de suicidarte en un hotel dejando al niño con una vecina, como Julianne Moore en Las horas.
Cuando esto parecía superado, te asomas un verano de 2024 a TikTok y a Twitter y te lo encuentras lleno de mantenidas militantes. Es un monstruo con muchas cabezas nominativas. En Reino Unido y Estados Unidos tienen el término tradwives para definir a esta esposa convencional que habita el siglo XXI.
En internet, la tendencia se llama #SAHGF (Stay At Home Girlfriend) y ya suma más de 165 millones de visualizaciones en TikTok.
En realidad, políticamente, todas son más bien hijas sanas de la alt-right americana. Están por todas partes y cada vez más orgullosas de que el varón represente un papel muy concreto y ellas, otro.
Escuchas sus relatos y cuesta creer que no sean parodia. Un insólito ejército de mujeres se jacta ahora de no trabajar y de dedicarse a agradar al marido, es decir, de cumplir el rol más flácido y tedioso que se recuerda. Su curro ya lo hicieron, y era buscar a un rico. O, al menos, a uno que no estuviese del todo muerto de hambre, a uno que pudiese prosperar y darles la vida que ellas merecen.
Esto es un poco como el hipódromo. Hay que apostar y rezar porque el caballo no se quede cojo en mitad de la carrera, sino toda la vida será un fracaso.
Making a grilled-cheese sandwich, for most, requires about ten minutes. But for these influencers, it can take days. Meet the “tradwives” taking the internet by storm https://t.co/RiFnrbXnQZ 👇
— The Economist (@TheEconomist) June 30, 2024
Este subtipo moderno de mantenidas tiene mucha guasa, porque tampoco predica del todo una existencia pegada a los fogones y a la mopa (ese trabajo tan esencial y tan mal pagado y mal mirado, históricamente), sino algo mucho más pijo, más sibilino y sexualizado: su obligación extra es hacer deporte compulsivamente, llevar a cabo un régimen casi militar, esmerarse en sus pieles y en sus cuerpos hasta perfeccionarlos para servírselos al marido.
Las hay que hasta tienen limpiadoras, porque en casa sobra el dinero como para que ellas tengan que desgajarse una uñita. Todo el mundo aquí ha entendido que su función, verdaderamente, es otra: estética y sexual. Hasta que llegue la reproductiva.
Mientras tanto, no estudian, no conocen su vocación, no emiten opiniones propias (son un eco, un cacareo del discurso de sus maridos), no tienen amigos (hombres no, desde luego), apenas salen sin sus esposos: no hacen nada más (y nada menos) que estar buenas, que ser deseables, que barnizar su cáscara.
Te pueden preparar un postrecillo un día, porque a ver quién llena esas tardes eternas donde siempre es verano. Pero, muy esencialmente, ellas son el postre nacarado, listo para deglutir y complacer.
Están agotadas (hay días que sacan al perro y se echan doble mascarilla en el cabello), pero es lógico si tenemos en cuenta que han fundido la fantasía sexual masculina de la sirvienta con la de la modelo.
En el fondo, son prostitutas de contrato fijo. Su matrimonio es un contrato que legitima o romantiza esa prostitución.
[El conservadurismo identificó la prostitución con la promiscuidad, es decir, con la cantidad de sexo que se tuviese, pero no tiene nada que ver con eso, porque el promiscuo o la promiscua desean. Es el deseo el centro de la ecuación. El deseo les da la agencia propia. Sin embargo, la mantenida moderna sólo tiene sexo con su marido porque él apoquina. Si quitamos el dinero de la ecuación, desaparece el sexo. El consentimiento está viciado. Y sí, claro: se puede ser prostituta de un solo hombre].
Aunque estas mujeres se diviertan y se sientan privilegiadas por no tener que trabajar fuera de casa, aunque subrepticiamente nos llamen tontas a las demás, o incluso llamen tontos a sus propios maridos y sientan que son ellas las listas que han pegado el pelotazo, no ven que han pagado su sustento con la moneda más cara: han renunciado a la formación, a la independencia, a la desobediencia.
¿Qué habrá más importante en la vida que poder marcharse cuando una quiera de un sitio? Para eso hacen falta palabra, carácter y lerele.
Estas chicas han olvidado lo esencial. Quien paga, manda. ¡Ah! Y que el sexo es poderoso, pero no tanto como el dinero, que puede comprarlo todo. Hasta el sexo.
Ellas sólo son libres, como diría Carlos Barral, para decidir lo que no importa.
Supongo que lo fácil es decir "que cada una viva su vida como quiera". Claro. Pero los hábitos, los usos y las costumbres tienen connotaciones sociológicas e históricas. El problema es que han sido siglos de lucha para salir de las cocinas para que sean otras mujeres las que nos vuelvan a meter en ellas asegurando que dentro se está calentito.
El problema es la política pendular, los movimientos retrógrados que vienen a contradecir la última década feminista.
Me preocupa que sea seductor para las niñas del futuro este modelo de vida que renuncia al esfuerzo. Me preocupa que lo más fácil sea siempre encontrar una vieja o nueva forma de ser puta.
Cuando dije que quería vivir del cuento, me refería a vivir de la escritura.