El equipo que juega realmente bien, el que alegra la vista del aficionado, no suele ganar Eurocopas ni Mundiales, quedando en la memoria como equipo de culto para paladares exquisitos, pero sin alzar el trofeo, que tiende a acabar en manos del más eficaz.
Sucede que en raras ocasiones la escuadra que más alegra la retina es también la más eficaz, y gana el torneo produciendo una sensación de inevitabilidad. Esa sensación solo la recuerdo con la Francia de Platini en la Eurocopa del 84 y con esta España de Lamine Yamal, Nico Williams y el resto de sus talentosos compañeros.
La exhibición con la cual borraron del mapa a Francia hace que el 2-1 quede corto para lo visto sobre el campo, no porque España generase muchas más ocasiones, sino porque su control del partido fue absoluto.
España puso el vértigo estrictamente necesario para dar la vuelta rápidamente al marcador cuando se vio por detrás, y después se dedicó a dar al balón un trato tan exquisito que devino rendición tácita de los franceses, que sólo mostraron tosquedad.
Baste decir que Mbappé no hizo prácticamente nada y aun así fue el mejor de ellos. Deschamps tendrá en su currículo lo que tenga que tener, pero para la historia del fútbol es el tipo que prefirió alinear a Rabiot antes que a Camavinga, el gran descubrimiento del fútbol galo en el último lustro.
El único consuelo que le queda al bueno de Didier es Southgate, el único seleccionador que le ha superado en cicatería y cortedad de miras, refinando el pasmoso arte de sacar todo lo peor de cada una de las múltiples estrellas a su disposición en esta Eurocopa brutalmente plomiza para el espectador.
La excepción, por supuesto, ha sido España.
No se me ocurre qué clase de catástrofe tiene que acontecer para que no se imponga en la final, sea el rival Inglaterra o Países Bajos. Southgate es capaz de dejar languidecer la semifinal y después la final hasta que decidan los penaltis, donde cualquier cosa puede pasar, pero ni siquiera ese plan suena convincente para derribar a esta España, la España de la consagración de Lamine Yamal.
Los que somos escépticos respecto al producto Masía, siempre tan maravillosamente embalado por la propaganda culé y con frecuencia tan decepcionante cuando abres el paquete, no tenemos más remedio que admitir que esta vez decían la verdad: es un talento generacional. Su gol a Maignan está al alcance de unos pocos elegidos.
El único que ha marcado uno similar en este torneo ha sido Arda Güler, otro imberbe destinado a llevar las riendas de un grande, del cual ya forma parte.
Lamine también merecería jugar en un grande.
El partido de Nico Williams también fue para enmarcar, a pesar de haber admitido que le estaba descentrando el acoso mediático para que firme por el Barça. Los mismos periodistas que no pararon hasta que Lopetegui fue puesto en la calle, porque supuestamente su compromiso con el Madrid para después del Mundial descentraba a la selección, no han cesado de distraer a Nico con los cantos de sirena de Laporta, que ya son ganas de intentar distraer.
Williams es un jugador descomunal, un extremo que ejerce de enemigo público número uno de todas las defensas, infatigable y solidario además. El Athletic de Bilbao, club ejemplar, merece tenerlo muchos años en sus filas.
Ambos, Lamine y Nico, son las cabezas visibles de esta selección que muchos habíamos infravalorado. Pero no son los únicos. El partido de Fabián Ruiz, su Eurocopa al completo, son también propias de un jugador mayúsculo que merecería también jugar para un club que tenga algo más que dinero procedente del petróleo. Visión de juego, llegada, movilidad, denuedo. Un futbolista superlativo.
Como lo es Rodri, acaso el mejor mediocentro del planeta. Y qué decir de Nacho, quien ya de camino a un dorado retiro desértico, dio una nueva lección. No hay palabras para describir la injusticia que sucesivos seleccionadores han cometido con un tipo que, con seis, ostenta el récord de Champions League ganadas junto a Gento, Modric, Kroos y Carvajal.
Un Carvajal en el mejor momento de su carrera y que la irritantemente llamada Roja recupera para la final.
Hay una amplia probabilidad de que España gane esta Eurocopa. Los que aún no somos capaces de olvidar que esta es la selección de la Federación, de Rocha y Rubiales, de Medina Cantalejo y otros discípulos de Negreira, trataremos de hacer abstracción de todo ello para sentirnos incluidos y gozar.
Al fin y al cabo, con un poco de voluntarismo, uno puede llegar a aceptar que, corrupción aparte, medios vendidos aparte, esta puede ser también la selección de su país.