España culminó frente a Inglaterra una Eurocopa en la que vislumbró la perfección. Volvió a mostrar una capacidad combinatoria única y una coordinación sublime entre sus líneas, culminada por el entendimiento eléctrico de sus jóvenes extremos. Enfrente, Inglaterra se mostró más intermitente, desarmada en muchas fases del encuentro, sin perjuicio de que porfiara hasta el final en busca de una suerte mejor.

Morata levanta la Eurocopa.

Morata levanta la Eurocopa. RFEF

De hecho, plantearon un partido timorato, con hasta una doble línea defensiva de cinco hombres en la primera parte, en la que los dos adversarios se midieron con la cautela propia de las finales. Por extraño que parezca, el encuentro cambió de rumbo en el descanso, ese periodo invisible para los espectadores, en el que reloj y balón se detienen, pero en el que entrenadores y conjura de voluntades pueden condicionar la contienda.

Y así sucedió, porque el equipo de la rosa salió despistado y el español dispuesto a mostrar que la primera parte no había sido de su agrado.

Pensado, dicho y hecho, pues apenas reanudada la confrontación, Williams y Lamal quebraron la línea defensiva ajena con esta facilidad aparente con la que ejecutan lo que la mayoría sólo pueden pensar.

Sin embargo, de forma inusual, el equipo se replegó, retando al orgullo inglés a que se revelara. Como no podría ser de otra forma, los isleños aceptaron el desafío, por lo que el equipo nacional hubo que retomar de nuevo sus principios ante el relativo desconcierto en el que nos sumió el empate. No estaba todo dicho, ni mucho menos.

De forma paulatina, competitiva y orgullosa, sufriente y perseverante, España se sobrepuso a la pérdida de su brújula, Rodri, primero; y a la insistencia de un adversario que buscaba escribir unas líneas de la Historia. Además, los ingleses aúnan poderío físico y experiencia, requisitos para la presencia en los clubs punteros de Europa. Jugadores del City, Real Madrid, Bayern y Chelsea incapaces, sin embargo, de asociarse con la adherencia propia de los equipos campeones

Fiel a la escuela española, la que alumbra patrones sobre la defensa de su área y el dominio del balón, la evolución ha dictado un equipo luminoso, imprevisible, que nunca pierde la solidez y rara vez el control del partido. Ni siquiera por su condición de favorito, que planteaba algunas incógnitas sobre el rendimiento de algunas de sus jóvenes estrellas ante su primer encuentro con la historia.

Tampoco por aquí se debilitó, porque en este ámbito, Luis de la Fuente ha seguido los pasos del escoliarca más clásico, Vicente del Bosque, para plantear una gestión colectiva sobre la base de la prudencia.

Incluso recurriendo a la historia de Roma, el preparador nacional ha recordado a sus chicos que sólo son hombres, como repetía sin cesar el esclavo que sostenía la corona de laurel sobre el general victorioso, el triumphator.

Tanta escuela, desenfado y precocidad casi invitarían a pensar en un juego de patio de colegio, de no ser por la veteranía de Carvajal y Rodri, por ejemplo, y porque estos jugadores son más catedráticos que alumnos. Así, del patio de la cátedra al césped del Olímpico de Berlín, España ha ofrecido un manual de comportamiento de equipo.

Nuestro equipo, atrevido y aguerrido, talentoso y equilibrado, ha mostrado durante todo el campeonato una superioridad tan asombrosa por su excelencia como por la carestía de sus oponentes. Frente al fútbol moderno y coordinado de España, la mayoría de selecciones desperdiciaban sus recursos de forma casi obscena, ofensiva con los cánones del fútbol y hasta con el sentido común.

Quizás fue Francia el ejemplo más genuino, un conjunto con más estrellas que ninguno y con el juego más ramplón que uno recuerda. Una caricatura de sí misma, cuyas deficiencias resaltaron la alegría de nuestro fútbol, su orden flexible, la profundidad de sus extremos.

Por ellos deslavazaría España a sus contrarios, Williams y Lamal, que lo mismo punzan que taponan, intérpretes de la modernidad, de una evolución del estilo propio de los últimos años, el más reconocible, el que más frutos nos ha dado y que ha corrido en su expresión actual por las venas de este conjunto sobresaliente.