"Sí, es correcto comparar a Trump con Hitler" decía el Washington Post hace sólo siete meses, en diciembre de 2023. El problema de señalar a alguien, pongamos como ejemplo al azar Donald Trump, como el Adolf Hitler del siglo XXI, en una época además en la que convivimos con la Rusia de Vladímir Putin, la Gaza de Hamás, el Irán de los ayatolás, la Venezuela del Helicoide, la China de Xi Jinping o el Afganistán de los talibán, es que algún loco acabe llevando la hipérbole a su conclusión obvia. 

Porque ¿hay algo que no estaríamos dispuestos a hacer para frenar al Adolf Hitler de nuestra era si tuviéramos en nuestras manos un rifle AR-15? ¿Que no estaríamos dispuestos a hacer para salvar LA DEMOCRACIA?

Lo irónico de los moderados de nuestra época es que nos hayan advertido una y otra vez del peligro del extremismo utilizando el mismo tipo de proclamas extremistas, histéricas y sobreactuadas que uno atribuiría, precisamente, al Adolf Hitler perturbado de los mítines del Berlín de 1936. "¡Trump acabará con la democracia!". "¡Trump derogará la Constitución!". "¡La guerra civil es inevitable!". "¡Peligra la paz mundial!". 

Que nada de eso ocurriera durante la primera legislatura de Trump en el poder no hace más que incrementar, en la mente de los apocalípticos de la bondad, la verosimilitud del vaticinio. A Barack Obama le dieron el Nobel de la paz antes incluso de que llegara a la Casa Blanca. El motivo fue, a falta de méritos, el color de su piel, en combinación con su ideología. Luego bombardeó siete países en apenas seis años.

Sólo en 2017, Obama lanzó 26.000 bombas sobre otras naciones soberanas.

Se dice pronto. 26.000 bombas.  

Que el Trump de 2024 sea un Trump menos histriónico, menos bocazas, mucho más prudente que el de 2020 tampoco hace mella en el argumento.

Cuando Joe Biden, durante el famoso debate televisado de hace dos semanas, dio claras muestras de desorientación y de senilidad, Trump no hizo lo que muchos otros políticos habrían hecho en su lugar: aprovechar las circunstancias para dejar las elecciones sentenciadas señalando la evidente incapacidad de su rival.

¿Recuerdan a Pedro Sánchez carcajeándose a lágrima viva de Alberto Núñez Feijóo en el Congreso de los Diputados cuando el líder del PP dijo que él también podría haber sido presidente si hubiera cedido al chantaje de ERC, Junts, EH Bildu y el PNV?

Imaginen a Pedro Sánchez frente a un Joe Biden de derechas. ¿Lo habría respetado?

Ayer mismo, tras el atentado, Trump no hizo todo aquello que uno podría imaginar del Hitler del siglo XXI. Trump no acusó del atentado a la prensa que lo ha satanizado o a esos rivales demócratas que han llamado a parar a Trump "por todos los medios necesarios". Dio sus condolencias a las familias de las víctimas del atentado, pidió unidad y fortaleza a los ciudadanos americanos, y expresó su fe en los Estados Unidos.

Fue el tipo de mensaje, exactamente, que uno le supondría al más tibio de los moderados. O a un líder. 

Sé lo que van a decir. "El asesino era conservador". ¿Seguro? 

Está por ver. Un tipo que se aposta en un tejado para disparar contra un candidato presidencial, sabiendo que acabará muerto, no parece que sea otra cosa que un demente. Lo poco que se sabe del asesino, además, apunta más bien a un chiflado solitario, uno de esos que buscan lo que en los Estados Unidos llaman "un suicidio por policía interpuesto". Es decir, provocar una situación en la que la policía no tenga más remedio que matarle. Un producto obvio de la cultura de las armas americana. 

Hacerlo después de matar a Trump, claro, garantiza un lugar en los libros de historia. 

Pero el problema no es ni siquiera el tirador. El problema es que cuando uno dice que Donald Trump es capaz del mal absoluto, también está diciendo que Trump es capaz del BIEN absoluto. Y quien es capaz del bien absoluto, y no lo lleva a cabo, merece morir en la misma medida que Adolf Hitler. ¿Y a mí que más me da que hayan disparado a Trump (es una especulación) "porque va a entregar Estados Unidos a los judíos"? ¿Acaso no coinciden en su odio a los judíos la extrema derecha y la extrema izquierda? ¿Acaso no dicen eso ambos extremos del arco político?

El problema de nuestra época es que extrema izquierda, extrema derecha y moderados de centro piensan exactamente lo mismo. Por razones diferentes. Pero lo mismo.

El problema es que la polarización no ha hecho que todo el mundo piense diferente, sino que todo el mundo piense lo mismo, pero con argumentos incompatibles.

El problema es que el progresismo ha estado diciendo que Donald Trump es capaz de todo. Y eso es, lisa y llanamente, mentira. 

El problema, en fin, es sencillo. O nos creemos la democracia o no nos la creemos. Porque si la democracia sólo es democracia si gana Biden, si gana Macron, si gana Keir Starmer, si gana el socialismo, si gana Joe Biden, entonces no estamos hablando de democracia, sino de otra cosa muy diferente.

Estamos hablando de un sistema que sólo nos conviene si legitima la victoria de un candidato en concreto, y todo lo que no sea eso es "Hitler". Y la democracia no es eso. La democracia no es la pátina de legitimidad que adorna a los candidatos previamente determinados por las élites de la corrección política. La democracia es "jódete con lo que decida la mayoría". 

Si gana Pedro Sánchez, yo me aguanto. Si gana Donald Trump, nos aguantamos tú y yo. Yo siempre pierdo. Tú, sólo a veces. No me fastidies entonces con el rollo de "la amenaza de la ultraderecha". Lo que te amenaza es que no ganen los tuyos.

Trump es, como todos los políticos, perfectamente criticable. Si gana las elecciones, puede que Trump abandone a los ucranianos. Como lo ha hecho la UE. Como lo ha hecho Alemania. Como lo ha hecho Francia. Y como lo ha hecho España.

Occidente podría haber expulsado a Rusia de Ucrania fácilmente, pero hemos racionado la ayuda porque nuestro interés no era la victoria de Ucrania, sino un estancamiento que le permitiera a Rusia retener los territorios invadidos. Y lo hemos conseguido. Lean a Nicolás de Pedro

Trump no abandonará en cambio a Israel… salvo que la realpolitik se lo aconseje (bien haría Benjamin Netanyahu en pensar que Israel está y estará solo frente al islamofascismo iraní, incluso aunque Trump gane las elecciones).

Ayer, los "moderados" españoles celebraron a su manera el atentado contra Donald Trump. Cristina Buhigas, de Público, habló de "sucesos oportunos", insinuando no se sabe qué. Un empleado de La Vanguardia que finge ser periodista bromeó con la puntería de un asesino que ha matado a una persona y dejado dos heridos en estado crítico. Ramoncín se lamentó por el empujón que esto supondrá en la popularidad de Trump. Un siniestro humorista de izquierdas insinuó la chorrada del día: que Donald Trump se haya dejado pegar un tiro en la cabeza para incrementar sus posibilidades de victoria en las elecciones de noviembre. 

Donald Trump no es el Hitler de nuestra época, un título al que aspira mucha gente a la que no le dedicamos tanto tiempo. Es sólo un candidato de derechas. Como lo fue Ronald Reagan en su momento. También de él decían que era un patético bufón, un actor de segunda fracasado, un nazi por desarmarizar, un peligro para la democracia.

"Reagan no es Trump", me dicen a toro pasado. No, claro que no. Pero no estoy hablando de valía, sino de relato. Y en el relato, Reagan era Trump antes de que el paso del tiempo demostrara que los vaticinios apocalípticos de la izquierda eran sólo fantasías neuróticas.  

Conviene bajar las revoluciones. No hay un apocalipsis en cada esquina. El mundo no se acaba, el planeta no se funde, la democracia no corre peligro de muerte. Los moderados deberían calmarse: nos están conduciendo a una guerra