Rocío (Roro) Bueno es una joven de 22 años que ha acumulado millones de seguidores en redes sociales en menos de un mes gracias a sus vídeos en los que cocina recetas impresionantes para su novio Pablo.
La viralidad cosechada se debe en parte a las críticas que está recibiendo. Porque se ha liado parda con los vídeos de Roro. En internet, claro. En el mundo real, la vida sigue como siempre para todos.
Roro ha cometido el gran pecado de la mujer joven del siglo XXI. No es el de cocinar, sino decir que cocina para su novio. Resulta que, en la gran teoría de los cuidados, se puede cuidar a todo el mundo menos al varón blanco joven. Puedes esclavizarte por tu perrhijo, ese que llevas en cochecito para que no se canse. Pero no se te ocurra comentar que a ti lo que te hace feliz es que tu novio disfrute con lo que tú le cocinas.
“A Pablo le encantan los sándwiches de queso”, comienza un vídeo de Roro. Acto seguido, la tía prepara el pan y el queso desde cero. Como si tuviera una granja en la terraza con todo a mano.
Y así todo. ¿Pablo se ha quedado sin chocapics para desayunar? Olvídate de mandarle la ubicación del Mercadona más cercano y decirle que de paso se acuerde de traer papel higiénico. Roro le prepara chocapics en un minuto (en un minuto de TikTok, al menos).
¿Cómo se explica el éxito de Roro? Hay una construcción de personaje evidente y reconocida por la propia protagonista. Ni una mujer embarazada de gemelos tiene los antojos que parece que le entran a Pablo cada día. Hay una sátira palpable cada vez que Roro dice “lo mejor de esta receta es que no se tarda nada”, mientras nos instruye de que al puñetero pollo hay que dejarlo marinando durante catorce horas.
Pero da igual que todos sepamos que esto de Roro es marketing. Que nos dé un poco de pereza los meneos que le mete Pablo achuchándola mientras cocina. Que no nos creamos que esa voz timbrada es la verdadera de Roro. Y que flipemos con su talento de la para la cocina o la costura o todo lo que requiera un mínimo de creatividad.
Todo eso da igual. Había que coger a Roro y presentarla como la gran amenaza para el feminismo, como un peligro que puede pervertir las fágiles mentes de las niñas y desviarlas de ese relato hegemónico que convierte al hombre en sospechoso y que quiere que las mujeres sean libres, pero solo si es para estar permanentemente cabreadas con la vida.
La Federación Mujeres Jóvenes ha dedicado un hilo entero de X (antiguo Twitter) a hacernos pedagogía de la amenaza que representa Roro. Porque en eso consiste este feminismo institucional que cada día pierde más autoridad moral: en señalar a individuos particulares para decir “así no se es mujer”, en marcarlos con la señal de peligro, de convertir en sectarismo totalitario la vida particular de las personas.
Y todo financiado con tus impuestos.
Las de esa Federación etiquetan como tradwife a una chica de 22 años que no está casada, que ganará ahora mismo bastante más que su novio y que a veces cocina casi en bikini. ¿Eso es una tradwife? ¡Ay!, Betty Friedman lloraría si estuviera viva.
Llaman tradwife a una joven que cuando le preguntan si le han salido más pretendientes gracias a su éxito viral contesta que sí, que Pablo ahora tiene más competencia y se lo tiene que currar más. Si eso lo llega a decir un hombre convocan de forma urgente la comisión contra los delitos de odio.
¿Lograrán las críticas frenar el peligroso avance de Roro? Lo único seguro es que le han hecho un favorazo a la influencer.
El éxito de Roro ha comenzado a la vez que ha empezado a recibir odio en las redes. Es lo que se conoce como rage bait o cultivar la ira. Es un formato que funciona y que ella ha elegido conscientemente. La cuestión es que Roro juega en una liga en la que la ley del engagement es muy superior a la de lo políticamente correcto.
Por eso tampoco cuela cuando Roro pone cara de inocente y dice que ella solo cocina y que no entiende de dónde viene tanta atención.
Hombre, Roro, no. Cuando en la primera entrevista que concedes en un pódcast, respondes la mitad de las preguntas sentada en las rodillas de tu novio, ahí hay estrategia de marketing y puro bussines plan.
Roro es arma arrojadiza por parte de las que ven en ella un peligro para el feminismo y por parte de los que quieren joder a ese mismo feminismo. Porque aquí juegan todos.
Y ella se deja querer en este campo de batalla online y mientras firma acuerdos de publicidad con empresas del Ibex 35. Bendita guerra cultural.
El contenido de Roro triunfa porque ahora se valoran más las identidades que las habilidades personales, por muy impresionantes que estas sean. Es más viral ser la que cocina para Pablo que la que cocina a secas (y de miedo, por cierto).
Hay quien decide que le compensa crecer a costa del hate. Y Roro sabe también que las polémicas en internet, si no dejas que te afecten, no duran demasiado. Así que a ella le quedará un buen following mucho tiempo después de que a la Federación Mujeres Jóvenes se le olvide su nombre.
“Ahora mismo somos un meme”, reconoce en la entrevista con el Sr. Wolfe. La misma en la que dice que ya está trabajando en nuevos formatos porque “el objetivo es no aburrir”.
Para Roro es tan evidente que todo cabe dentro de su estrategia que da casi hasta pena la furia y la seriedad con la que sus críticos intentan convencernos de que su contenido es lo peor que le ha pasado a los derechos de las mujeres desde que tenemos democracia.
Da pena que quienes se llevan las manos a la cabeza por el éxito del formato de Roro no sean conscientes de que triunfa, en parte, gracias a ellos.
Gracias a ellos porque han conseguido que salga rentable jugar a ser mártir de las guerrillas online, porque que se han empeñado en que la batalla cultural consiste en machacar a los ciudadanos por sus decisiones, porque han logrado que el señalamiento convierta las vidas personales en banderas de una causa.
No habría Roro sin la Federación de Mujeres Jóvenes. O sí, porque el talento de Roro es innegable. Quizá es solo que el algoritmo no le habría premiado por la coletilla de “hoy a Pablo le apetecía”.
Los que critican a Roro son los que han creado las reglas del juego que le están permitiendo triunfar. Viva las mujeres que triunfan, ¿no?