No habrá declarado el presidente, pero ya se ha encargado de que todos a su alrededor declaren por él: ministros, presidente del CIS, tertulianos de guardia, medios afines, Fiscalía y cualquiera hasta donde se extiende la influencia de “su persona”. “¡Vengadores, reuníos!” le faltó bramar. Y todos, que optan al oro olímpico en eso de la natación sincronizada, como salmones remontando la actualidad, han declarado por el presidente que esto es una maniobra de la derecha, que si el juez tiene dos DNI, que si el lawfare y que prefieren a Barrabás en vez de a Barrabés.
Por eso Pedro Sánchez pudo acogerse a su derecho de no declarar ayer, porque ya había dejado muy clara su postura sobre el magistrado del caso y la causa que investiga sin tener que decir él mismo ni una sola palabra. Y si se le olvida algo, descuide que escribirá otra encíclica a la ciudadanía: “Hermanos, lo importante es despolitizar la justicia, que los políticos le quiten las manos de encima para que yo pueda ponerle las mías después”.
Él quería declarar por escrito, que para eso es el presidente del país. Pero como el juez no consintió, ha preferido no declarar porque se ha acordado de que también es esposo en este caso y que se debe a su mujer más que a los cuarenta y siete millones de españoles a los que quizá va siendo hora de que les dé una explicación compareciendo ante la prensa –con preguntas incluidas–. Y después de ser todas esas cosas: presidente, esposo, secretario general, víctima de las noticias que publican hasta los medios internacionales, no le dejan acogerse a la Quinta Enmienda –como Donald Trump–.
¡Lo que hay que ver!
Al presidente se le olvidó que como un ciudadano más puede acogerse a su derecho de no declarar al tratarse de un familiar de primer grado, pero que como dirigente público de él se esperaba una explicación más trasparente que la callada por respuesta de decir que esto es obra del fango.
La transparencia no está de moda, aquella misma en la que se amparó para llegar al Gobierno y que hoy es traslúcida tirando a opaca. Entre los miles de asesores de la Moncloa, quizá lo único que haga falta sea un limpia cristales que le devuelva la trasparencia a todos los claroscuros del presidente. A esta mala costumbre de usar lo público como si fuese propio para salvar los muebles cada vez que él y los suyos se olvidan de que junto al sueldo les va la ejemplaridad.
Si en España esa palabra todavía significase algo sería un escándalo aún mayor que los negocios turbios de Begoña eso de que la demanda del presidente contra el juez la interponga la Abogacía del Estado, como si este fuese el bufete particular de Begoña y Pedro; ‘Legálitas’, pero sin minuta… que para eso la pagamos usted y yo.
A eso se dedica el presidente desde que llegó a Moncloa: a ligar –con sus votantes– con el Falcon de otro, con el CIS de todos, con los Presupuestos Generales y ahora con la Abogacía del Estado también porque, como Luis XIV, “el Estado soy yo”.