Ramón Eder decía que el carácter se forja los domingos por la tarde. Es hermoso eso, ¿no? Sí. Lo es aunque no se esté de acuerdo. Yo creo, sobre todo, que es el verano el instrumento fundamental en la formación de la personalidad.
Hay algo rancio en que nos hayamos acostumbrado a creer que la tristeza (o la soledad, o el trabajo) es lo que más nos revela, lo que mejor muestra al mundo y a nosotros mismos cómo somos. ¿Timoratos, jactanciosos, tercos, ineptos, afables, responsables, corruptos, pacifistas, bravos, claros, nombrados a dedo, superficiales, masoquistas? Seguro. Seguro que se nos rasca en la cotidianidad más áspera y sale honra y mugre.
A unos más que a otros, de acuerdo. Pero si me cuentas cómo es tu verano, yo intuiré mucho mejor cómo eres. Tu recreo te define hasta el sonrojo. Podemos jugar a esto con un vinito mediante. Tengo tesis sobre cómo nos delata nuestro tiempo libre y nuestra inteligencia para el placer.
Uno come como es y tiene sexo como es: a ver cómo asumimos esta verdad inescapable que nos deja tan vendidos. Almorzando se conoce a la gente. Besando se conoce a la gente. Hace años que pienso que la elección del punto de la carne en un restaurante da cuenta del grado de lascivia del comensal. Y otras cosas que sólo desarrollaré fuera de horario infantil.
El carácter late bajo las bicicletas o el paseo, bajo la velocidad elegida, bajo los sabores de helados favoritos, bajo las sandalias, bajo los tomates del campo que parecen corazones de animal mitológico. Todo está en el olor a albahaca, o a jazmín, o a brasas, o a gasolina. Todo está en el queso con aceite, en los libros estivales, en la forma de meterte en el mar o en la piscina. Todo está en la forma de secarse después del baño o en el modo de untar la crema.
Conocí a un psiquiatra muy sabio que decía que todos hacemos lo mismo, que somos todos muy vulgares, y que lo único que nos diferencia entre nosotros es cómo hacemos lo que hacemos.
No tiene nada que ver con el dinero (aunque todo rema, claro), sino con la imaginación, con la atención a la sorpresa, con la capacidad para el goce y la concupiscencia. Sospecho que hay una creatividad profunda en elegir qué hacer con las horas muertas, y que hay grandeza en volverlas vivas y también en dilapidarlas. ¡Hay poderío en lo inútil! Me vuelve loca el milagro de lo improductivo.
Hay que estar muy cualificado, mucho, para construir un mundo lúbrico propio dentro de los días sin faena. Pasárselo bien es un asunto muy serio.
Gomá escribió que él era un "campeón del deseo" y Umbral escribió que "no hay otra resurrección de la carne que el verano". Es verdad. El cuerpo refulge y se hace más consciente en verano, suavísimo sobre las sábanas o resbalando en otro cuerpo entre el cloro y la crema solar. Se recobra un espíritu adolescente que agita las pequitas y aligera los tobillos. Las cosquillas, los masajes. Todo lo mejor sucede en verano. Hay partes de la anatomía que reaparecen en junio y se olvidan en octubre, como el reverso de las rodillas. Cuando no es verano estamos mutilados.
Lo sabía el Nobel Camilo José Cela cuando le metió un puño a Jesús Mariñas en el Hotel Coral Beach, allá en la Marbella de Gil, en 1991: el verano va de liberar la materia. El verano va de asalvajarse.
Dialéctica de los puños: el premio Nobel de literatura Camilo José Cela golpea al periodista rosa Jesús Mariñas. Hotel Coral Beach, Marbella, 1991. pic.twitter.com/MJbvkMc1Hb
— Luis Landeira Caro (@LuisLandeira) August 14, 2021
No es fácil y hay que fijarse en los grandes, en los mastermind del despiporre. El mejor en la francachela siempre fue Jack Nicholson, un tipo que fuma en el mar manteniendo el pitillo prendido sólo con la presión de los labios, en equilibrio y sin ahumarse los ojos, como diciendo "mirad, cabrones, sin manos". La postal, algo antigua, es de una obscenidad brillante, de un saber hacer que perturba. Ante nosotros un monstruo del goce, un caballero con el don de maximizar la alegría. Bendito sea.
En otras fotos sale hincándose un bocata de lomo en un barco, o chuleándole un trozo de pizza a una gaviota en la cubierta, o con los ojos achinados como un niño frente al sol, con guapa extrañeza. El colega se tira al mar sin miedo a la bartola ni al éxito, como dando un salto muy jovial, elevando los brazos al aire con cierto fantochismo: es viejo y joven al mismo tiempo. Es cómico, pachorrón, soberano. Todo se la resbala y eso le hace terriblemente encantador.
Quién en su sano juicio quiere ser una 'hot girl summer' pudiendo ser Jack Nicholson. Al carajo con pasar hambre para estar flaca y calor para estar morena, al carajo con la belleza que está muerta de miedo. Jack Nicholson es la excentricidad que genera cuórum. Desayuna café y sandía y sonríe como un loco. Siempre sonrió como un loco listísimo, como alguien pasado de vueltas, como un agitador privilegiado. No sabemos de quién se ríe: seguramente de él, de nosotros, del orden del mundo. El verano también es descojonarse sin saber bien por qué.
Otras veces le veo jugando al golf en bata o en moto con sus colegas o con su hijo en el basket. Nunca hizo el canelo intentando fingir ser más joven: él sabe que no fue nada fácil llegar a molar tanto. Nicholson está deteriorado y hace años que no se deja ver mucho. Da igual, nos lo imaginamos. Jack se proyecta a inspira, es un símbolo al que agarrarse. Dicen que tiene problemas de memoria y eso me entristece. Qué escamoso habértelo pasado tan bien y no poder recordarlo.
Laporta es nuestro Jack Nicholson patrio: nos ha dado largos y espesos veranos de gloria. Al menos hace diez que le extraño. El tiempo pasa. Antes me flipaba verlo cantando desgarrado con una rubia a cuestas, sobre los hombros, como para acercársela a dios; o trincándose un puro como un brazo de gitano en plena navegación. Es de estos hombres que no tienen manos, sino garfios con abrebotellas. Siempre parece que está a punto de descorcharte un champán para celebrar que no te has muerto.
El tío iba negrísimo y repeinado, grandullón, velludo, sincero. Era muy atractivo. "Aquí estoy", parecía decir con su sola existencia. Un máquina. El mejor en lo suyo, que son los veranos locos. Con sus camisas desabrochadas, con las gafas de espejos para que no se note que la fiesta de ayer es la de hoy. A veces se bautizaba con champán: se rociaba. Estaba sembrado, en definitiva, iluminado por Dioniso. Era un macho del estío.
Desde luego, él era mucho más independiente que Cataluña.
Nicholson y Laporta son mis influencers. Le dan a uno muchas ideas para vivir la vida mirando hacia afuera y sólo obsesivamente hacia el reflejo de uno mismo. Que dios nos los guarde muchos años. Ellos son mi Pastor. Con ellos nada me falta.