América Latina pierde las buenas maneras
Abogar por la conservación de los cauces oficiales y la cabeza fría en las relaciones con otros países no es una cuestión cosmética. Es vital en un mundo cada vez más volátil.
Latinoamérica es una región bastante disfuncional. La promesa de la integración se estancó hace tiempo y sólo destacan ya algunos acuerdos subregionales limitados. Paradójicamente, un problema común, el del crimen organizado, sí ha conseguido unir a la región en un sentimiento común de miedo. La une también la única cadena de valor que realmente opera en toda la región, la del narcotráfico.
Asimismo, las brechas estructurales sociales, institucionales y ambientales amalgaman a los países de la región en un desafío compartido.
A pesar de sus dificultades, Latinoamérica ha sido la región más pacífica dada la inexistencia de guerras entre países. Los Estados latinoamericanos han sido prudentes a la hora de usar las confrontaciones bélicas como solución a las diferencias con sus vecinos, que las hay y muchas. Así, en la región no se ha producido ningún conflicto regional desde 1995, año en el que Ecuador y Perú se enfrentaron por límites fronterizos durante unas semanas y sin que mediara una declaración de guerra formal.
Mas allá de ese sobresalto, durante los últimos cincuenta años las diferencias se han solucionado a través de procesos diplomáticos y de la mediación de otros Estados.
Otra cosa son los conflictos internos. De esos hubo una buena cantidad en el siglo XX y alguno, como el colombiano, persiste.
En general, la región siempre ha guardado las formas. En el sistema internacional se ha caracterizado por su adhesión al Derecho internacional y al sistema multilateral. Eso ha sido así incluso cuando la rivalidad personal entre presidentes les llevaba a plantear soluciones "de mano". Como aquellos tiempos en los que Álvaro Uribe retaba a Hugo Chávez a pruebas testoterónicas: cabalgar sin derramar un café o salir a la calle a resolver las diferencias ideológicas.
"En los últimos meses estamos asistiendo a una escalada de la tensión regional inédita en Latinoamérica"
Las rupturas de relaciones diplomáticas de los últimos años han correspondido a abismos ideológicos, como el que separaba a los presidentes de Brasil Jair Bolsonaro o de Colombia Iván Duque con Nicolás Maduro. Son rupturas que se enquistaron durante un buen tiempo antes de solucionarse, para regocijo de las poblaciones fronterizas y del tejido empresarial de los tres países.
Sin embargo, en los últimos meses asistimos a una escalada de la tensión regional inédita. La violación del espacio diplomático mexicano en Ecuador, el aislacionismo del régimen nicaragüense, las escaladas verbales del presidente de Argentina, Javier Milei, con varios presidentes, o los altercados en redes con El Salvador, son muestra de una tendencia que no sabe de posición ideológica.
El último capítulo ha sido el más alarmante. El Gobierno de Nicolás Maduro se ha negado a presentar las actas electorales de las recientes elecciones venezolanas, algo que se ha convertido en un nuevo desafío regional.
Caracas se ha apresurado a cortar relaciones y expulsar a los diplomáticos de siete países: Argentina, Chile, Costa Rica, Perú, Panamá, República Dominicana y Uruguay. Un paso adelante hacia una situación de consecuencias impredecibles.
Colombia, México y Brasil también han solicitado las actas electorales, pero con estos países Venezuela no ha roto relaciones. Jugarse la actividad transfronteriza o un enfrentamiento con los gigantes regionales es un coste difícil de asumir, lo que de hecho abre la puerta a una posible salida negociada de la situación.
Los cauces diplomáticos sirven para eso. Para tender puentes incluso en las situaciones más difíciles.
"La grave deriva del enfrentamiento político en Venezuela va a convertirse en un nuevo eje de conflictividad regional"
De cualquier forma, si las gestiones no llegan a buen puerto, la grave deriva del enfrentamiento político en Venezuela va a convertirse en un nuevo eje de conflictividad regional. Los grandes perdedores serán nuevamente los ciudadanos venezolanos, desperdigados por la región en el mayor éxodo de la actualidad.
El problema de esta utilización política de las relaciones internacionales como herramienta de política interna es que no se trata ya de un caso aislado o de la consecuencia de un estilo personal, sino que es el reflejo del momento político. De una forma emergente de hacer política. De la banalización de la diplomacia supeditada a las temperamentales redes sociales del gobernante y de un vector populista que convierte toda relación con el exterior en un gasto superfluo.
De ahí que incluso los aviones presidenciales se conviertan en objeto de campaña. De una falsa ilusión de austeridad que se construye sobre la falacia de que los viajes presidenciales y del Ejecutivo son siempre gastos prescindibles e irrelevantes. Poco se valora el poder del contacto humano, de la relación personal, de la presencia en los foros internacionales, como una de las herramientas más poderosas para proteger y promover el interés nacional.
Así, a la debilidad de las instituciones latinoamericanas sumamos ahora una campaña deliberada para limitar la acción, el poder y la capacidad estratégica de las cancillerías.
Esta situación supone un grave riesgo. En primer lugar, porque ante la dificultad de la gestión interna se abre la posibilidad fácil de la cortina de humo internacional.
En segundo lugar, porque en una región en mora de procesos de integración que permitan enfrentar los desafíos comunes, estos se hacen aún más improbables.
En tercer lugar, porque debilita aun más la seguridad jurídica y política, desincentivando la inversión y la cooperación internacional.
En cuarto lugar, porque al cerrarse los cauces diplomáticos se fortalecen las vías de hecho y la posibilidad de la confrontación.
Finalmente, porque en medio de un proceso de reequilibrio del poder internacional, el debilitamiento de la estrategia de política exterior agrava la irrelevancia y la vulnerabilidad internacional de los Estados latinoamericanos.
Abogar por la conservación de los cauces oficiales, por la estrategia, la mesura y la cabeza fría en las relaciones con los demás no es una cuestión cosmética. Es vital en un mundo cada vez más volátil.
Las buenas maneras nunca están de más. Incluso en la política.
*** Érika Rodríguez Pinzón es profesora de la Universidad Complutense, investigadora del ICEI y Special Advisor del Alto Representante de la Unión Europea.