Mientras que los vecinos de Molpeceres (Valladolid) celebramos que ya tenemos un contenedor de basura que cuesta 750€, otros han conseguido quemando contenedores como ese que les perdonen una deuda de 15.000 millones de euros y les regalen el concierto fiscal.
Parece que la solidaridad territorial va de contenedores de basura. Cuantos más tengas, más puedes quemar, y más cosas te dan a cambio. Nosotros ya tenemos uno, y esperamos con ilusión que el año que viene nos den otro. Cuando tengamos más invitaremos a Carles Puigdemont el día de la Virgen para que los queme, a ver qué premio nos dan.
Somos muy pocos, y solo siete empadronados, así que tardaremos muchísimo en acumular una cantidad suficiente de contenedores. La culpa es de la financiación municipal, que depende en gran medida de la población. Si una localidad tiene más de 75.000 habitantes, está salvada. Si tiene menos de 5.000, entra en coma y es sólo cuestión de tiempo que muera.
En España, el 72% de los municipios tienen menos de 2.000 habitantes. El 12%, entre 2.000 y 4.999. El 11%, entre 5.000 y 19.999. Y sólo el 5% 20.000 o más.
O sea, que el 95% de los municipios de nuestro país lo pasa mal, muy mal o fatal.
Los ingresos municipales proceden de la fiscalidad, las transferencias y otros recursos. Pero si nadie se empadrona, si nadie registra su coche y se hacen pocas obras, el municipio no recibe ni ingresos fiscales, ni ayudas estatales, ni autonómicas, ni provinciales, y no tiene ingresos suficientes para mantener las aceras (si las tiene), el ajardinado, y las farolas.
No hablamos ya de colegios, hospitales o bomberos. Eso es harina de otro costal. Se trata sólo de que el pueblo no se caiga a trozos y de tener un contenedor para papel y otro para restos orgánicos.
La financiación local depende excesivamente del número de habitantes empadronados. Si no hay empadronados, no hay dinero. Se podría decir que es ley de vida, que para qué tirar el dinero donde nadie quiere ir.
Y es verdad y no lo es, como todas las mentiras. Es verdad que poca gente lo prefiere como primera residencia, pero también es verdad que cada vez más personas lo eligen como segunda residencia. Porque son baratos, porque tienen vínculos personales, porque son familiares y porque les da la gana.
No son pueblos muertos, sólo están mutando. Pero si ni siquiera hay dinero para un contenedor de basura, es que hay muchos recursos que se están desviando hacia donde no deben. Como a "pacificar" ciertas regiones con inclinaciones incendiarias.
Si el único criterio es el empadronamiento, la solución sólo podrá enquistarse cada vez más. En estos pueblos hay muchas más viviendas habitadas que vecinos empadronados. ¿Por qué? Porque empadronarse en un pueblo pequeño sin servicios es un problema que se convierte en un círculo vicioso. No me empadrono porque no tengo servicios, y no tengo servicios porque no me empadrono.
Hay otras formas, además del empadronamiento y de quemar contenedores, que permiten detectar y cuantificar si hay vida y creatividad que merezca el apoyo del Estado.
Se podría dar importancia, por ejemplo, al número de casas dadas de alta en un municipio, y tenerlo también en cuenta como criterio para las transferencias territoriales. No sólo para la recaudación del IBI, sino también para las ayudas recibidas de las diputaciones.
Hay municipios que se mueren porque es ley de vida. Pero hay otros que luchan contra viento y marea por sobrevivir. Contemos las casas que hay en pie, y sabremos a quién le importa ese pueblo. Es mucho mejor que contar el número de contenedores quemados.
No hace falta que busquéis más a Puigdemont, está en Molpeceres.