Pese a los pronósticos de los más cenizos —grupo al que orgullosamente pertenece el que escribe— Ucrania lo ha vuelto a hacer. Ha sorprendido al mundo —y sobre todo a la parte rusa del mundo— y ha maniobrado con éxito en pleno óblast de Kursk, dejando atónitos tanto a los ojipláticos vecinos como al déspota del Kremlin. Y para colmo esta obra discurre en el mismo lugar en el que se decidió el destino de la Segunda Guerra Mundial allá por 1943.

Por si aún existen dudas, el asalto ucraniano del 6 de agosto fue un éxito táctico innegable.

En primer lugar, se logró mantener el secreto de la ofensiva hasta el final, engañando a los rusos que probablemente pensaban que la concentración de fuerzas junto a una frontera tan irrelevante era una finta.

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, durante la celebración del Día de la Independencia de Ucrania, este sábado.

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, durante la celebración del Día de la Independencia de Ucrania, este sábado. Reuters

Además, el plan de operaciones logró una bien sincronizada ofensiva de maniobra con armas combinadas. O lo que es lo mismo, tanto la aviación tradicional como las fuerzas especiales, los drones de reconocimiento, las unidades de drones kamikaze, la artillería autopropulsada, la defensa aérea, la guerra electrónica, la guerra cibernética e incluso las fuerzas acorazadas se coordinaron en un ballet ejemplar que tenía ante sí un grupo mal organizado de reclutas de mili rusos que fueron vapuleados y que perdieron 20 kilómetros de territorio en un abrir y cerrar de ojos.

Recordemos que durante la famosa contraofensiva del verano pasado —tal y como relatamos en el premonitorio artículo "Coitus interruptus de la ofensiva ucraniana"— sucedió todo lo contrario.

Los rusos parecían conocer punto por punto el plan ucraniano, se había filtrado todo el orden de batalla un par de meses antes de la operación, y las armas combinadas brillaron por su asincronía… En contraste con el año pasado, en esta ofensiva el ejército ucraniano ha hecho un trabajo digno de estudio en las academias militares.

Ahora bien, más allá de lo táctico, en el nivel de lo relevante —de lo estratégico— la pregunta es: ¿para qué le sirve esta ofensiva a Ucrania? La información publicada es clara, y nos indica los siguientes objetivos:

1. Atraer a las fuerzas rusas del Donbás para aliviar la presión sobre ese frente.

2. Obtener territorio que intercambiar con los rusos una vez se inicien las negociaciones de paz, previsiblemente al final de este año.

3. Obtener un colchón protector frente al óblast de Sumy.

4. Elevar la moral del pueblo ucraniano en plena movilización.

Paralelamente, podemos destacar otros objetivos secundarios:

i) Obtener atención internacional, en especial frente a la otra gran crisis en Gaza

ii) Infundir confianza en el liderazgo del vilipendiado jefe del Estado Mayor, el General Syriski.

iii) Infligir la máxima destrucción a los refuerzos rusos.

iv) Minar la confianza de Vladímir Putin en la continuidad —y en la previsibilidad— del resultado de la guerra.

v) Disputar la iniciativa estratégica a Rusia.

Vladimir Putin, en su visita a Chechenia, revisa algunas de las armas que han capturado a soldados ucranianos durante la guerra.

Vladimir Putin, en su visita a Chechenia, revisa algunas de las armas que han capturado a soldados ucranianos durante la guerra. Reuters

Ahora bien, antes que observar si se han alcanzado estos objetivos, es más importante analizar el coste de oportunidad de alcanzarlos. Sabemos que Ucrania no está boyante, no le sobran ni hombres ni material. Y a ello se añade la incertidumbre de una victoria de Donald Trump en Estados Unidos, y el enfado alemán con la noticia de que la voladura del Nord Stream habría sido efectuada por "activistas" ucranianos.

Es decir, que si Ucrania ha lanzado esta ofensiva ahora, en lugar de esperar a acumular una fuerza mayor en 2025, es porque su cálculo pasa por las negociaciones a finales de este año y esperan llegar en la mejor posición posible a las mismas.

Como la cabra tiende al monte, y los cenizos tendemos a lo propio, no podemos dejar de recordar que esta operación se ha efectuado sustrayendo de un día para otro a unidades veteranas —y muy necesarias— en el frente del Donbás. Unidades que en las operaciones ofensivas de las últimas semanas han sufrido un desgaste superior al habitual, especialmente en términos de equipo pesado de difícil reposición.

Además, el nuevo frente de Kursk —que corre el riesgo de alcanzar una longitud de 120 kilómetros, añade un 12% de frente, y cerca de un 20% de frente efectivo si descontamos los 300 kilómetros del río Dniéper.

También hay que recordar que hasta ahora Ucrania no ha efectuado repliegue alguno, no ha cambiado territorio por ahorrar fuerzas y no ha querido renunciar a nada hasta ahora. Y eso implica riesgos mayores.

Si analizamos los objetivos expuestos anteriormente, veremos que por ahora se han obtenido los principales, con la salvedad del más importante: el de atraer a las fuerzas rusas del Donbás para aliviar la presión sobre ese frente.

De momento, los rusos no han rescatado sus principales reservas en el Donbás para reforzar Kursk. Pero si esto sucediera, sin duda esta ofensiva habría merecido la pena. Y ciertamente, la perspectiva de llegar a la negociación con un sector de Rusia ocupado por primera vez desde 1941 tiene mucho potencial de inducir en Putin la errónea decisión de ceder la iniciativa estratégica y bailar al compás que marca Ucrania. Esto es, desviar las reservas del Donbás ucraniano a territorio ruso, a Kursk.

La otra gran cuestión es si estamos ante una jugada algo desesperada —lo cual sería la peor de las noticias para Ucrania—, y esta es sin duda la perspectiva que alienta la propaganda rusa, o si estamos ante un riesgo calculado, en el que se espera que la movilización general permita sostener todo el frente a partir de otoño y durante todo 2025 incluso si los rusos no se avienen a negociar.

Soldados ucranianos entrenan en la región de Sumy, cerca de la frontera con Rusia.

Soldados ucranianos entrenan en la región de Sumy, cerca de la frontera con Rusia. Reuters

Me decanto más bien por esta segunda opción, pero no cabe descartar que Ucrania esté mordiendo más de lo que pueda tragar.

En definitiva, los indicadores para averiguar si Ucrania está haciendo lo correcto son los siguientes:

1. ¿Logra Ucrania mantener el colchón en Kursk hasta el comienzo de 2025?

2. ¿Logra Ucrania reducir el ritmo del avance ruso en el Donbás?

3. ¿Logra Rusia acelerar su ritmo de avance en los próximos meses?

Si Ucrania ha calculado bien, la situación del frente se irá congelando en los próximos meses, y Ucrania habrá ganado un valioso pedazo de Rusia con el que negociar. Y en sentido contrario, si Rusia aumenta su ritmo de avance en el Donbás, Ucrania arrastrará los mismos problemas que se verán agravados un nuevo frente grande y sin fortificar en Kursk, en tal caso la ofensiva habrá sido un error estratégico.

Por último, si Ucrania preserva el territorio en Kursk y sigue perdiendo el Donbás al mismo ritmo, podremos considerarlo una suerte de efecto neutro, lo comido por lo servido.

En todo caso, la guerra se decidirá este otoño, y las negociaciones marcarán si la guerra continua a partir del invierno. Hasta entonces lo acertado o lo errado de esta ofensiva seguirá siendo una incógnita.