Dice Isabel Díaz Ayuso, respecto de los problemas con la inmigración, que si algún día tiene una hija de una edad determinada, quiere que salga "con su falda corta" si le da la gana, "y vivir como siempre ha querido en su pueblo".
Ayuso sobre inmigración y los problemas "de convivencia": "Si tengo una hija, quiero que salga con su falda corta" https://t.co/f0aTMZSwoq
— EL ESPAÑOL (@elespanolcom) September 2, 2024
"Y no que haya un choque cultural porque no hemos sabido integrar o porque no se ha hecho con equilibrio", apostilla.
Yo estoy de acuerdo. Supongo que eso me convierte en etnocentrista, que dicen ahora, y por tanto en un ser despreciable con ansias hegemónicas y tal. ¡Supremacista occidental! Jajá.
La verdad es que no soy nada de eso. Sobra decir que no creo que haya seres humanos más valiosos que otros, no por razón de su raza ni de su procedencia. Pero sí que sostengo que hay ideas mejores que otras, más respetuosas con la vida y la dignidad de todos.
Pido perdón a la progresía por no haber renunciado a pensar. Pensar es calibrar. Pensar es medir, escueza a quien escueza. Pensar supone asumir que alguien saldrá perdiendo. Y yo quiero que pierda cualquier individuo que trate de coartar mi autonomía como mujer.
Yo iré a por ellos igual que ellos vienen a por mí.
Claro que ahora es beligerante y sospechoso y hasta xenófobo exigir seguir viva. O exigir no ser violada. O exigir no acabar amoratada ni con la boca sangrando por una paliza de mi marido. O exigir intervenir en el espacio público y en la política. O exigir el autogobierno de mi cabeza y de mi cuerpo.
Ahora no se puede reconocer que hay culturas mucho más misóginas que la nuestra (que ya lo es, y aún a veces impúdicamente). Esto es soberbia europea, esto está a dos cafés de ser fascismo. Lleva una toda la vida a la gresca con los machistas patrios, y cuando aún no hemos acabado con ellos, tiene que arremangarse para encarar a los machistas extranjeros, más numerosos y sanguinarios, más radicales y delirantes en su misoginia.
Está siendo cansadísimo.
El relativismo cultural de la izquierda empieza a ser sonrojante. Su rechazo a la integración (por miedo, de nuevo, al dichoso supremacismo) nos pone en peligro.
No aguanto el viejo "son sus costumbres y hay que respetarlas".
Veamos. Nuestras costumbres, las españolas, hasta hace no tanto pasaban por celebrar los tratos y los negocios machos en un puticlub de carretera. Es repugnante que la izquierda institucional no haya abolido aún la prostitución y a la vez siga defendiendo el uso del velo. La verdad es que siempre se respetan muy a gustito las costumbres de las gentes, de aquí o de allá, cuando denigran a las mujeres.
A mí me dan asco todos, los ajenos y los nuestros, aunque a unos les temo más que a otros. Les detesto desde el niqab al hiyab, les desprecio desde el prostíbulo al OnlyFans. En mayor o menor medida, siempre nos terminan por convertir en esclavas. Algunas muertas y otras vivas. Algunas se tapan el pelo para sobrevivir, y otras enseñan la vulva para lo mismo.
Lo más descacharrante, sin embargo, son las mujeres progresistas que se dicen feministas y que, estúpida y cándidamente, defienden una política migratoria de puertas abiertas, sin reflexión ni estudio. Pobre de ellas. Son ovejas alimentando a los lobos. Nos joderán a todas. Nos han vendido.
Cuando la izquierda ha tenido que elegir entre defender a los inmigrantes y defender a las mujeres, ha elegido a los primeros. Sorpresa. Luego dicen que "con el fascismo no se debate, al fascismo se le combate". Pero con el machismo internacional sí que charlan largo y tendido. Miserables.
Claro que yo quiero seguir vistiendo "la falda muy corta" cuando me plazca, esa de la que hablaba Sabina en 19 días y 500 noches. Pero no es lo fundamental. Necesito, sobre todo, poder seguir llevando la frente muy alta y la lengua muy larga.