Parece ser que La Oreja de Van Gogh le ha picado billete a la tal Leire Martínez sin darle muchas explicaciones, o, mejor dicho, sin contar con ella. No es que me parezca una metodología elegante, pero ¿no son así casi siempre las rupturas? ¿Es que una ruptura puede ser de otra manera que abrupta, incómoda o cruel a su manera?
No me creo eso que cuentan los modernos civilizados (quiero decir: los que no se han querido nunca fuerte) de las "rupturas de mutuo acuerdo". Me extraña. Nadie deja de quererse a la vez. La vida no es tan piadosa.
¿Mutuo acuerdo? ¿De qué?
Tú nunca estarás conforme con que yo no te quiera, siendo tú como eres el protagonista de tu propia vida. Y viceversa. ¡Pues lo normal!
Todo este tema se está llenando de una cursilería insoportable. Los biempensantes son una cosa tan cómica. No saben ya cómo consolar a todo el mundo, cómo mirar a los invisibles, cómo piropear lo que jamás les ha importado. No tienen ningún criterio serio más que el de la lástima. Ayer les daba pena Amaia, hoy les da pena Leire. Lo hacen sólo para quedar de santitos, de sensibles al dolor, de arropavíctimas. Les huelo desde aquí y me dan vergüenza intelectual.
"Hay que darle las gracias a Leire Martínez por diecisiete años de trabajo impecable", dice alguna peña por Twitter. Jajá.
En serio, ¿gracias? ¿De qué?
¿Ha salvado esta mujer a diez autobuses llenos de niños de caer por un barranco? ¿Acaso no ha cobrado por su curro? ¿Acaso me ha hecho gratis el mío? Gracias, si acaso, porque a mí estos diecisiete años se me han pasado en un pliqui con ella al frente de la banda. Quiero decir que no he vuelto a pensar en ellos desde que Amaia salió de la formación y que, por tanto, no he envejecido casi nada.
Musicalmente, para mí parece que fue ayer cuando empezó la sustitución. Están exactamente igual que entonces, congelados en mi espíritu: en la nadería, en la irrelevancia, y todo eso sostenido con una vieja dignidad macabra. Hay buenos compositores ahí, hay callo y poesía (que son lo mismo), hay canciones respetables, sólo que sin vigor ni cara cuando no las canta Amaia. Toda dulzura que no sea su dulzura es una dulzura falsa, artificial, imitada.
La vida me da la razón: 17 años han pasado en balde, sin afecto y sin respeto interno (habrá que ver también a los trepas varones de esta banda, que tienen una mala pinta brutal). Adiós, patada. Leire no se ha solidificado. No podía hacerlo. Era un destino negro escrito.
Por lo demás, ¿qué sé yo?
Inmortal, El último vals, Jueves.
No sé. No recuerdo nada más.
Ha sido como cerrar los ojos, abrirlos, y que la vida hubiera pasado muy rápido.
Ahora jugarán a la nostalgia para sacarnos la navaja y la cartera: nuestro juego favorito. Estamos deseando dilapidar nuestros recuerdos y nuestro dinero una vez más y al mismo tiempo. La verdad es que nadie es el mismo que hace 20 años (tampoco la Montero, claro) y que estos experimentos siempre tienen algo de desgraciado.
Leire será una profesional, no lo dudo, pero con ella La Oreja de Van Gogh parecía una orquesta de pueblo, una banda tributo, un constante disco de versiones. Es impecable en la ejecución, pero no tiene personalidad artística. No es culpa de ella. Nadie podría haberlo hecho mejor. Quizás peor tampoco. Es más bien que nadie puede reemplazar la forma exacta de las cosas que una vez amamos. Su silueta secreta, su estilo que nos silba fotos guapas del pasado, allá donde éramos más alegres, más crédulos, más sentimentales. La inocencia la perdimos una vez y para siempre.
Lo único honorable, lo único inteligente, lo único que se salva de la torpeza, es tener el detalle de no intentar forzar el cambio.
La Oreja de Van Gogh sin Amaia era un trampantojo, una infamia. Generaba el efecto de un hombre recién conocido que jugase a repetirnos las frases de amor que nos decía otro anterior, el que nos martilleó el corazón, pero de forma robótica y pretendidamente dulce, estilo IA. Es trampa, porque no sólo amamos la frase. También amamos la boca y la voz y el beso. Creyeron que nos podían dar gato por liebre. Y no, no, no.
Amaremos en la vida cosas distintas, consecutivas, qué sé yo, historias diferentes y sordas entre sí. Pero no amaremos a un perro distinto porque tenga el mismo collar. Aún no somos tan idiotas.
No es que Amaia sea mejor que Leire: es que era Amaia. Pienso en lo que escribió Montaigne con una sencillez brillante y abrumadora. "Si me preguntan por qué amé a mi amigo, contestaré del único modo que ello puede expresarse: 'Porque él era él, y porque yo era yo". Pues chimpún.