Íñigo Errejón, alias 'El Niño', ha llevado el cinismo fundacional de Podemos hasta el extremo de la caricatura (y ya veremos si también de la celda de una prisión) en apenas una década. El cinismo, sí, en su acepción más corrosiva: la sonrojante desvergüenza del que miente sin límite y sin rebozo a la vez que practica acciones o doctrinas vituperables. Es la versión premium de la hipocresía.
Descabalgado del asalto a los cielos por el aparato de Podemos hace cinco años, Errejón encontró en su exilio forzado el icono maternal de Manuela Carmena y una capillita orgánica de redichos madrileños que lo acogieron, pero también un nicho político y discursivo a la medida de su propio perfil: la salud mental.
Sin asomo de pudor, desde la superioridad moral acostumbrada, haciendo gala de un desconocimiento rampante, frivolizando hasta la náusea, vampirizando el suicidio y su prevención, mezclando caprichosamente trastornos y tratamientos con clichés de autoayuda, movilizando iniciativas legislativas que han desquiciado a la profesión médica... Errejón y sus sucesivas formaciones políticas de acomodo han manoseado la salud mental a su interés y antojo, capitalizando el insultante abandono al que la han sometido tradicionalmente los demás partidos políticos.
Diez años después de fundar Podemos, aquel descabalgamiento interino de Errejón se ha hecho definitivo, pero sólo porque se le han acumulado las denuncias de maltrato psicológico y acoso sexual como pelo en el desagüe de la ducha.
Con todo, Errejón ha tenido las santas narices de encogerse de hombros y utilizar por enésima vez la salud mental como escudo tras el que pertrecharse, poniendo distancia epistolar victimista y apelando a la necesidad de dar un paso al lado para cuidarse, porque la vida política es dura.
Yo siempre creí que a Errejón la salud mental "se le daba una higa", que diría Ramón J. Sender. Que se trataba de otra mera instrumentalización política indecente de una cuestión pública seria.
Pero hete aquí que sí. Sí le importaba. En medio de la indescriptible verborrea comunistoide de su carta de despedida, Errejón deja asomar por primera vez el mismísimo corazón de sus tinieblas.
Se trata de una toma de conciencia que no es banal, porque queda escrita con esa inconmensurable autoestima que lo caracteriza: la persona y el personaje están cada vez más lejos, proclama. Es el abismo de la contradicción lo que Errejón no ha sabido ni ha podido cabalgar. Ahí está, cual corazón delator, su martirio disociativo.
Algunos psicólogos han señalado que Errejón muestra rasgos narcisistas, incoherencia y falta de empatía en su carta, dado el lenguaje grandilocuente y los eufemismos que utiliza, así como la intención de justificarse, en lugar de reconocer los actos que han motivado su dimisión y asumir plena responsabilidad sobre los mismos.
No digo que no. Pero es una apreciación inevitablemente parcial y simple.
Hay criterios diagnósticos que permiten tipificar con mucha fiabilidad un trastorno de personalidad: la labilidad emocional, la incapacidad de estar solo, los esfuerzos desesperados para evitar el abandono, la necesidad de ser el centro de atención y demostrar una posición de poder, la repetición de conductas autodestructivas, la impulsividad, la dificultad para controlar la ira, la incapacidad de mantener relaciones estables, los inseparables comportamientos adictivos, el abuso continuado de sexo, alcohol y sustancias que traen el alivio inmediato y el tormento subsiguiente…
Nada que no esté descrito en el DSM-5.
La cuestión es que todo su entorno lo sabía, porque los pensamientos se pueden disfrazar, pero los comportamientos son visibles.
Y no hace meses, sino años. Pablo Iglesias el primero (mentor y referencia, ¡compañero del alma, compañero!). Y, no lo olvidemos, el maestro Juan Carlos Monedero, experto en relaciones digamos desiguales con el otro sexo en la universidad.
Cuántos buenos ratos de risas con los camaradas.
¿Recuerdan aquello que cantaba Echenique? Pues eso.
Cualquiera que hubiera sido testigo o tuviera conocimiento de las conductas presuntamente delictivas de Errejón debía haberlas denunciado a la Policía. Nadie lo hizo. Han tenido que ser las víctimas, años después.
Todos los especialistas en salud mental le dirán a Errejón que el primer paso siempre es la toma de conciencia y la voluntad de ser tratado por un profesional.
Bien está que se ponga en tratamiento médico (médico, Íñigo: el psicólogo ayuda, no sustituye al psiquiatra).
Pero lo primero que necesitará es consejo legal para afrontar su probable responsabilidad penal sobre los hechos por los que ha sido denunciado. Estoy convencida de que el procedimiento será rápido. A todos les conviene. A propios y a extraños, a Gobierno y a oposición, a amigos, a enemigos y a compañeros de partido.
Abandonado el escaño, ya no hay aforamiento para Íñigo Errejón que complique la vida al Congreso con suplicatorios como el que revolotea en torno a José Luis Ábalos.
Porque, cuando de justicia se trata, no hay subjetividad tóxica que valga.