"He llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona" dice Íñigo Errejón. Parece, para empezar, que no entendió el personaje que él, como persona, podía representar.
En Los asesinos de la luna llena, Scorsese tenía pensado dar el papel de gañán a Jesse Plemons, pero cedió a la presión de DiCaprio (que iba a hacer de agente del FBI), los papeles naturales se intercambiaron y el resultado fue malo.
Si esto le ocurre a un maestro, imaginen qué le puede pasar a Errejón.
Porque él tenía una gran oportunidad. Ahí estaba, con su aire de zangolotino que masca un tofe, junto a una mujer guapísima. Los motivos por los que ella lo había atraído no hace falta explicarlos.
En cuanto a ella, la atracción debía de provenir de su estatus de político con poder. Y quizás de su aura de intelectual, que a su vez es predictor de estatus.
Así que Íñigo podría haber recurrido a un significante vacío, o a exponerle la teoría del estado de excepción de Agamben para que lo acompañara a la cama.
Pero en lugar de eso se sacó el miembro.
¿Cómo se puede cometer un error tan catastrófico? Quiero decir que el personaje que podía representar Íñigo junto a la beldad era el de intelectual revolucionario, tal vez un Strelnikov.
Pero él escogió al protagonista del folletín (nunca mejor dicho) de las Cincuenta sombras de Grey.
Fíjense que las reglas de juego que, según la denuncia, impuso a la bella actriz ("no te puedes alejar más de diez metros", "no puedes estar con otro más de cinco minutos"), son chorradas que parecen revelar que el personaje que Errejón decidió interpretar era el de un maquiavélico e irresistible controlador para el que no tenía el físico adecuado.
El cine dice que Errejón equivocó el personaje, pero también la psicología evolutiva. Esta explica que la selección puede haber favorecido la infidelidad de una mujer embarcada en una relación estable (la actriz estaba casada) en dos casos.
El primero, obviamente, cuando existe un desequilibrio en la pareja que la lleva a entender que puede conseguir otra de mayor estatus.
El segundo fue desarrollado por Weathershead y Robertson, y se conoce como "hipótesis del hijo sensual". Se da cuando la mujer se encuentra con un desconocido que, si bien no hace presagiar una relación estable, es guapo, de facciones regulares y cachas.
El sentido evolutivo de esto último es engendrar hijos que tal vez sean unos tarambanas como el padre, pero que serán a su vez sexis, atraerán a otras hembras, y permitirán que los genes se perpetúen.
En este caso, podemos descartar la segunda posibilidad, y la propia Elisa Mouliaá confirma que podría tratarse de la primera cuando dice que buscaba una "historia de amor preciosa".
En fin, que ambos habían acudido a películas distintas, ella a una romántica y él, con los pantalones por los tobillos, acabó protagonizando una de Pajares y Esteso.
Estos malentendidos son habituales en las relaciones entre hombre y mujer por una razón elemental: hombres y mujeres no son iguales y no tienen los mismos gustos. Uno empieza a entenderlo una vez superada la adolescencia, y en realidad son esas diferencias y equívocos los que hacen tan entretenido el emparejamiento, y los que hacen que la literatura se nutra del amor y del sexo.
La pregunta entonces es ¿cómo es posible tanta torpeza en un tipo de 41 años, y tal desconocimiento en un supuesto intelectual?
Una explicación es que la gente de izquierdas se ha creado en los últimos años una dificultad gigantesca. Su ideología les dice hay que destruir esas diferencias porque son un constructo del patriarcado. Y como las diferencias se resisten a dejarse deconstruir, muchos, como Errejón, se ven obligados a separar el personaje "feminista" de la persona "machirula".
Es alucinante pensar que todo esto podría llevar a Errejón a la cárcel. En realidad, los hechos recogidos en la denuncia dejan mal a ambos, y que la denunciante no se haya dado cuenta de ello revela lo desquiciada que está la realidad.
El exportavoz de Sumar es culpable de ser un patoso, un imbécil y un pelmazo, y lo que este episodio muestra es, en efecto, la completa discordancia entre su persona y su personaje, es decir, una gigantesca hipocresía.
Es por eso por lo que tenía que dimitir, y ahora quedan otros muchos. Si Errejón acabara condenado por esta historia grotesca, la única justicia que triunfaría sería la poética: él contribuyó decisivamente a crear esta Inquisición.