Dicen que la verdadera España está mostrando su cara en Valencia: joven, unida, solidaria, transversal. Dicen que no tenemos gobernantes a la altura del país que somos.
Me recuerda a aquel "saldremos mejores" de la pandemia. De aquella pandemia de la que no salimos mejores, sino que sirvió para polarizar aún más al país, para enfrentarnos unos a otros por las vacunas y los confinamientos, por las muertes de unos y de otros.
Somos una sociedad hija de unos políticos que llevan años convencidos de aquella máxima sartriana de que "el infierno son los otros" y que, cuando llega una tragedia, se sorprende de que no sea del todo así.
Porque el problema es que, aunque no sea cierto, vivimos en el día a día creyendo que, en efecto, "el infierno son los otros".
El problema es que miremos estupefactos la ola de voluntarios que se dirigen a Valencia. El problema es que nuestros mayores estén descubriendo con asombro, como una sorpresa, que haya jóvenes entregados a otra cosa que no sea el tópico de turno, llámese botellón, porro o nini. El problema es jalear como excepcional la convivencia y la ayuda mutua por encima de las diferencias.
El problema es que, si no hacemos algo para evitarlo, todo esto se nos olvidará. Saldremos del barro dignificado por los voluntarios de Valencia y caeremos de nuevo en el lodazal de la mediocridad.
Es lo que está pasando en Estados Unidos, que, después de vivir una ola de solidaridad similar a la nuestra tras el paso del huracán Helene, habrá quien decida que más de setenta millones de estadounidenses son racistas, homófobos y machistas. Y habrá quien lo crea.
¿Por qué hay que temer que lo mismo pasará aquí? Porque en el 11-M también apelamos a la unidad y lo usamos para echarnos los muertos los unos a los otros. Y desde entonces vivimos fracturados.
Porque cantamos Resistiré y aplaudimos en los balcones durante la pandemia, pero aceptamos ser un país intervenido que desconfiaba del vecino y que miraba con sospecha a quien llevaba la mascarilla mal colocada. Aceptamos convertir en leproso a quien decidía no vacunarse. Aceptamos que nos administraran la información como a niños incapaces de comprenderla.
Y el rédito de esta polarización en la convivencia sólo lo cosecha una clase política perfectamente identificada.
Así que, cuando termine la oleada de fraternidad de la Dana, no dudes de que habrá quien haga contabilidad creativa con la tragedia. Ya sabes, hay políticos que, mientras aún seguían saliendo cadáveres, en sus notas tenían escrita una confesión de culpa: "Este es nuestro momento".
El momento de los muertos, otra vez.
Cuando el discurso político vuelva a tomar el control de la agenda pública y te veas de nuevo arrastrado a creer que el infierno son los otros, recuerda que no sabías el voto de quien te sacó de tu casa, te consoló, te preparó la comida y se empeñó en llegar hasta tu pueblo cuando nadie más se atrevía a hacerlo.
Porque de poco sirve marchar a Valencia escoba en alto cuando hay una tragedia si en el día a día somos como ese cuadro de Goya del duelo a garrotazos.
Así que la próxima vez que oigas hablar de que vienen los nazis, acuérdate de que llamaron neonazi a Roro sólo porque se montó en una furgoneta para ir a cocinar a Valencia.
La próxima vez que escuches que todo hombre blanco es un violador en potencia, recuerda que fueron ellos los que cargaron a hombros a sus mayores y a sus niños a través del barro.
La próxima vez que alguien quiera decir que Cataluña no es España, que tenga claro que habríamos hecho lo mismo por ellos.
La próxima vez que te hablen de la amenaza del inmigrante, recuerda a la comunidad china que se movilizó para hacer llegar la ayuda a su país de acogida.
Pero si volvemos a dejar que este espíritu de solidaridad y convivencia muera cuando terminen las necesidades de Valencia, dejaremos claro que sí que tenemos los gobernantes que nos merecemos. La memoria es responsabilidad de cada uno.
Si la lucha contra el barro y las aguas fuera letra escrita, debería decir que no queremos vivir bajo el yugo totalitario del "el infierno son los otros". Que no necesitaremos más tragedias para recordarnos cómo y cuánto de buenos ciudadanos podemos llegar a ser.
Escribe Amor Towles en Un caballero en Moscú: "Hasta con los actos más pequeños uno puede restablecer cierto orden en el mundo" .
Lo de Valencia es una gran suma de actos pequeños que nos habla de una necesidad de fondo mayor. La de preguntarnos qué tipo de país queremos ser después de haber visto de lo que somos capaces de ser.