Tengo sentimientos encontrados en estos días de rabia y desastre. Por un lado, he comprobado con admirada sorpresa cómo a partir de las redes sociales se ha organizado mucha gente bienintencionada (las comadres, los vecinos, las amigas con la fuerza brutal de tres ejércitos de hombres) para echarle un cable a los valencianos en una desgracia que es múltiple y que por amor es también nuestra.
Me lo dice una colega "si no tenemos milicia, nos inventamos una". Se hace. Y es de una efectividad bellísima, discreta, conmovedora, como la de las abuelas cuando iban detrás de nosotros, de los niños, apagando las luces que dejábamos encendidas por toda la casa. No nos dimos cuenta de que lo hacían hasta que un día no estuvieron más, y todo quedó radiante y desolado.
Nosotros ya éramos mayores y entendimos que las cosas que fueron perfectas no eran así naturalmente, sin esfuerzo. Había alguien que las provocaba en silencio.
En estas jornadas de barro se consiguieron cosas grandes y feroces. También surgieron dudas terribles. Nos preguntamos qué es el Estado, qué carajo significa eso cuando los particulares tienen que actuar por él.
Se trataba de que "Él" (o de que "Eso", ese manto viscoso e inútil que nos hace sombra por entero) llegase a todas partes, no sólo a la sociedad hiperconectada a la que alcanzan a servir los voluntarios de mi generación (que son en sí mismos un brillante Estadillo comunicativo y afectivo, implicado, generoso y tan hercúleo como Pérez-Reverte jamás creería).
¿Qué pasa con la gente afectada por la Dana que no alerta de sus necesidades por Instagram? ¿Quién les escucha, quién les conoce? ¿Alguien lo hará por nosotros? ¿Dónde están los resortes del sistema que pagamos con nuestros impuestos? ¿Por qué no podemos confiar ni en las ONGs? ¿Por qué tenemos todo el rato la sensación de que estamos luchando contra mafiosos?
Fuimos osados y también muy vulnerables y un poco núbiles, un poco inocentones.
No pudimos, no podemos llegar a todo. Necesitamos transparencia y un armazón público digno y limpio para detectar a la infinidad de hijos de puta que nos rodean mientras se hacen los santitos.
¿A dónde llega el dinero que donamos o la comida que compramos? ¿Cae en las manos que procuramos o se pudre antes en alguna parte?
¿Quién intercepta los esfuerzos de la gente? ¿Hay estafas en las recaudaciones de fondos?
¿Cómo es posible que ya se hayan detectado voluntarios falsos con chalecos de organizaciones pidiendo pasta para quedársela ellos?
Es irritante, es enloquecedor. ¿Cómo vamos a defendernos de la calaña si está hasta en nuestras instituciones y en nuestro Instagram? ¿Va a venir a sacarnos del barro la Iglesia o se limitará a rezar por nosotros mientras nos hundimos?
¿Quién es toda esta gentuza que está intentando beneficiarse de la Dana?
A algunos los reconocemos, como a Pedro Sánchez cuando en medio de una tragedia sin precedentes se erige como víctima de un movimiento organizado de ultraderecha. Casi no podía creerlo. "Yo estoy bien", nos tranquiliza. ¡Es que es un héroe! ¿Qué podría rozar a nuestro pimpollo, a nuestro Madelman?
La gente ha muerto a puñados y lo ha perdido todo, pero si no es el prota, él se aburre. Al principio señaló que le acosaron unos violentos "marginales" y luego que todo fue una enorme conspiración fascista de la que salió ileso porque es un máquina, un artista.
Somos tan mayores. Resulta tan extenuante la vieja batalla del relato de los mártires, de los apóstoles de todo esto.
Tenemos al parguela de Rubén Gisbert tirándose al suelo para mancharse de barro y lucir comprometido. Tenemos a los influencers de medio pelo, como Teresa Bass, preguntando a sus seguidores en una encuestita si quieren "sólo contenido de la Dana" o "Dana y contenido looks, make up o parecido".
Estos son los peores.
Hay algunos que van al epicentro de la catástrofe como quien va de excursión, para subir sus cositas desde ahí y ganar visitas y, además, prestigio moral. Llenan camiones como rosquillas y les hacen fotukis henchidas de corazones. ¿Se creerán que no les vemos, que no tenemos claro lo que están haciendo? ¿Se creerán que no entendemos cómo procuran hacernos sentir culpables?
Hay actrices que hacen lo propio. Grupos de música insignificantes que se apuntan a todas las causas "para que alguien les vea", como dice mi amigo Álvaro.
Hay de todo, de todo. Siempre es gente que encuentra su propia forma de brillar en la desgracia ajena.
El ego que se robustece en medio del dolor de los otros es el más infame de todos. Lo detecto desde lejos y me muero de vergüenza ajena. Huele. Hay gente que realmente ha creído que cuantas más publicaciones sobre la Dana comparta, mejor persona es. O, al menos, mejor persona parece. Es una bondad numérica, cuantificable, directamente proporcional a los stories desgarrados que subas.
Digamos que la solidaridad pública está muy ligada a la autopromoción. Hay una afectación insoportable, una pose muy sospechosa, gregaria, tramposa, repugnante.
Me pregunto en algún instante del día si importa la razón por la que hagamos las cosas o si lo fundamental, al cabo, es que las hagamos. Algo les llegará a los que lo necesitan, ¿no? Algo les llegará, seguro, aunque sea interesado y, por eso, sucio.
Yo pensé que teníamos claro que el activismo (el verdadero) es el que ni se enseña ni sale a cuenta. Si eres activista, sólo puedes perder. Tiempo, dinero, energía, trabajos, amigos. No, esto no va de hacer negocios triunfantes: no es "yo voy tres días a recoger barro a Valencia a cambio de likes y cariños varios", no es nada que se dé primero para recuperarse con creces después.
Es tan obvio que hay quien todo lo hace de puertas para afuera. Están tan afanados en curtir su perfil que no les queda tiempo para un buen gesto discreto, silencioso, para una modalidad de generosidad que tenga rédito directo.
¿Has ayudado alguna vez en tu vida a alguien sin tener que vociferarlo, sin contárselo a todo el mundo? Todo aquí tiene que ser impúdico, todo aquí tiene que ser pornografía emocional. No perdamos una ocasión de quedar de santos.
Sois muy buenos, sí. Ya nos hemos enterado. Os detecto perfectamente. Vais a levitar en breve. En 3, 2, 1...