Una parte importante de los españoles ni siquiera había oído hablar de esta ciudad pequeña, de este pueblo grande de la Huerta Sur, unido por el metro con Valencia.
Paiporta ahora es el epicentro de una tragedia descomunal y la denominación de origen de una enorme deuda contraída por un Estado que no fue capaz de impedirla. También quedará en la memoria colectiva como el escenario de uno de los episodios más singulares y definitorios de la Historia contemporánea.
¿Se pudo impedir que la DANA que se abalanzó sobre Valencia el pasado 29 de octubre generara una riada incontenible que arrasó la comarca, causando tremendos daños materiales y segando más de doscientas vidas? ¿Se pudieron paliar e incluso minimizar sus trágicas consecuencias?
Estas dos preguntas serán el próximo jueves objeto de debate en las Cortes Valencianas y pronto llegarán al Congreso de los Diputados. También se ocuparán de ellas los tribunales.
Al margen de ambas instancias, sería muy conveniente crear un grupo de expertos que, de forma independiente, al modo de las Comisiones Reales británicas, haga una auditoría de lo sucedido, emita un diagnóstico y proponga iniciativas concretas para que no vuelva a repetirse.
Es lo que el Gobierno prometió impulsar tras la pandemia y aun estamos esperando. Lo peor que le puede ocurrir a una nación es pasar enseguida página sin aprender de sus errores.
España es un país que tiene por las nubes el cortisol político -la hormona del estrés- desde que la terapia del consenso ha sido sustituida por la cultura de la polarización. En este contexto señalar culpables, exigir cabezas puede servir de desahogo, de impulso justiciero a corto plazo, pero por sí solo ni ayudará a las víctimas, ni restituirá la prosperidad a la comarca, ni sobre todo evitará que se reproduzca la hecatombe.
Respecto a la primera pregunta, parece incontestable que el 29 de octubre o la víspera o la antevíspera ya era demasiado tarde para impedir que un fenómeno meteorológico extremo convirtiera el cauce del barranco del Poyo en la lanzadera de un misil imparable. Ni Mazón, ni Sánchez, ni la consellera Pradas, ni Teresa Ribera, ni Marlaska, ni Margarita Robles con todo el Ejército a su disposición podían haber corregido de la noche a la mañana su orografía, longitud o desnivel. Sólo eso hubiera bloqueado la riada.
La lava que hervía en la boca del volcán tenía que erupcionar. La flecha colocada sobre el arco en tensión tenía que partir. Fue la naturaleza la que la disparó y sobre la naturaleza había que haber intervenido mucho antes.
El Plan General de Riesgo de Inundación de 2023, divulgado y analizado en EL ESPAÑOL por Alberto Prieto, es bastante esclarecedor cuando subraya que "medidas previstas" tan concretas como el "drenado", "encauzamiento" y "adecuación" del barranco del Poyo no se habían "llevado a cabo". He aquí una inquietante incógnita, pendiente de respuesta. ¿Por qué esas obras públicas programadas no se habían ejecutado?
El propio documento habla de que el Ministerio de Transición Energética y Medio Ambiente mantiene una política de "mínima intervención" y que "el concepto 'limpieza de cauces' no aparece en la legislación de aguas". Esa visión resulta muy preocupante, dado que no puede haber mejor 'conservacionismo' que el que contribuya a conservar la vida y hacienda de los ciudadanos.
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Pero la polémica candente, la más fácil de incendiar con pancartas y exabruptos cuando entra en juego el factor humano, está centrada en la segunda cuestión. ¿Pudo haber menos muertos y se pudo haber auxiliado mejor a los afectados si las autoridades hubieran reaccionado antes?
Mazón pecó de imprevisión e imprudencia y debe explicaciones claras y disculpas francas a los valencianos
La respuesta es afirmativa -sí, claro que sí- aunque no seamos capaces de cuantificarla ni en el número de vidas que se hubieran salvado, ni menos aún en qué niveles de angustia y privaciones se habrían evitado.
Todos los dedos señalan acusadoramente a Carlos Mazón porque el martes antes de las siete de la tarde hizo y dijo cosas que no hubiera hecho si hubiera sabido lo que iba a ocurrir a las siete de la tarde. Aunque Cristian Campos ha explicado muy bien el fondo del asunto con el ejemplo de la película Sully -es imposible trasladar la realidad a un simulador-, está claro que Mazón pecó de imprevisión e imprudencia y debe explicaciones claras y disculpas francas a los valencianos.
Por mínimas que fueran las probabilidades de que la Alerta Roja número 36 lanzada por la Aemet en la Comunidad Valenciana en los últimos diez años tuviera consecuencias distintas que las 35 anteriores, Mazón debió haber cancelado su almuerzo y no haber abierto ese paréntesis de dos horas y media en su presencia visible en el puente de mando.
Cuestión distinta es la de que, si se hubiera quedado primero en su despacho y hubiera participado luego en la reunión del CECOPI desde su inicio a las cinco de la tarde, se hubieran podido adoptar decisiones distintas a las que se adoptaron. Desde luego, antes de las siete de la tarde, con la información meteorológica y pluviométrica que recibió la Generalitat, no.
Es lógico que el borrado del tuit tranquilizador de Mazón antes del almuerzo y su resistencia a revelar con quién y para qué había comido ese día -versiones oficiosas contradictorias incluidas- estén siendo interpretados como síntomas de mala conciencia e incluso como intentos de "reescribir" lo sucedido.
Pero más allá de esos errores de juicio en la comunicación política, lo que Mazón no cesa de repetir a sus íntimos y de repetirse ante el espejo se corresponde con la realidad percibida por cuantos tenían poder de decisión: "Todo cambió a las siete de la tarde".
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La cronología y contenido de los mensajes de la Confederación Hidrográfica por el anticuado procedimiento del correo electrónico y el propio gráfico difundido por el Ministerio muestran una explosión súbita en el crecimiento del nivel del agua tras cuatro horas de descensos y dos horas y media posteriores de extraña interrupción de las notificaciones.
Eso circunscribe a una hora el margen de error en el proceso de la toma de decisión e implementación de la alerta a los móviles activada al filo de las ocho y diseminada en pocos minutos.
¿Cuántas vidas se hubieran salvado si la alerta se hubiera enviado media hora antes? ¿O si el Gobierno hubiera cerrado al tráfico las principales carreteras de acceso a Valencia?
A Mazón le perjudica gravemente la comprensible indignación de quienes recibieron el anuncio después de que la riada ya les había pasado por encima. Y es evidente que los titubeos de la consejera, sobre si disponía o no de una herramienta utilizada ya docenas de veces por otras Comunidades, entorpecieron inaceptablemente la decisión de apretar el botón rojo.
¿Cuántas vidas se hubieran salvado si la alerta se hubiera enviado media hora antes? ¿O si el Gobierno hubiera cerrado al tráfico las principales carreteras de acceso a Valencia tres cuartos de hora antes?
La incertidumbre que arrojan estas preguntas demuestra que, al margen de la imprescindible depuración de responsabilidades políticas, urge plantear una enmienda a la totalidad a los protocolos de avisos de protección civil.
No puede ser que no haya nadie que evalúe conjuntamente el riesgo que implica el agua al caer del cielo y el riesgo que genera ese agua cuando se acumula en la tierra. No puede ser que la respuesta a fenómenos naturales de amplio alcance esté compartimentada por comunidades autónomas. No puede ser que en la era de la computación cuántica y la inteligencia artificial la emisión de alertas a móviles funcione poco menos que a pedales, sobre la base de decisiones políticas susceptibles de verse afectadas por el aturdimiento humano.
Qué Sánchez actuó en todo momento bajo el dictado del cálculo político quedó patente el domingo pasado cuando, después de desaconsejar al Rey que visitara Paiporta, se retiró del pueblo enfurecido porque unos ultras más bien imaginarios le habían tirado un palo
Page acierta plenamente cuando propone crear una "autoridad independiente" para gestionar las alertas por catástrofe con "cero interferencia política". Insisto en que ese es el modelo del Centro Nacional de Huracanes de los Estados Unidos con competencias de costa a costa.
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Luego tenemos los problemas del día siguiente. Si las consideraciones políticas no hubieran "interferido", es evidente que Mazón habría pedido el 29 por la noche o el 30 por la mañana la declaración de Emergencia de Interés Nacional que habría obligado al Gobierno a hacerse cargo de la ayuda inmediata a los damnificados.
El propio Feijóo se lo aconsejó al menos dos veces, con el recuerdo del calvario por el que pasó Fraga cuando endosaron a la comunidad autónoma toda la carga tras el vertido del Prestige.
Pero al margen de que un prurito de responsabilidad mal entendida impidiera a Mazón dar ese paso, era la obligación insoslayable del Gobierno haberlo adoptado por propia iniciativa. Si hay quien acusa a Mazón ante los tribunales de "inactividad", el líder del PP cree que la conducta del Gobierno encaja en el tipo penal de la "prevaricación por omisión".
Letizia obró el milagro de transformar los grumos de barro que se deslizaban por sus mejillas en el bálsamo del "tenéis razón" con que alivió las heridas del alma de muchos que lo han perdido todo
Su argumento se refuerza con las críticas tanto oficiales como oficiosas que ministros y altos cargos deslizaron desde los primeros días contra la gestión de Mazón. ¿Si tanto "arrastraba los pies", si tan mal estaba "coordinando" todo, por qué el titular de Interior y el jefe de la UME no asumieron el mando como está legalmente previsto?
Que Sánchez actuó en todo momento bajo el dictado del cálculo político quedó patente el domingo pasado cuando, después de desaconsejar al Rey que visitara Paiporta, se retiró del pueblo enfurecido porque unos ultras más bien imaginarios le habían tirado un palo. Entre tanto Felipe VI, la reina Letizia y el presidente autonómico aguantaban con entereza las críticas de los ciudadanos indignados.
Para el presidente lo esencial era que no se le identificara con la imprevisión ante la tragedia y con el retraso en la llegada de la ayuda. La escena que muestra el vídeo tomado desde arriba parece extraída de una representación actualizada de una de las batallas de la guerra de las Rosas, contada por Shakespeare. El momento en que los paraguas del grupo de Sánchez abandonan a los del grupo del Rey, en medio del barrizal, y retroceden hacia sus coches para emprender la retirada equivale a la inesperada defección de tales o cuales nobles en el fragor del combate.
Fue, como he dicho, un "momento 23-F". La Casa Real evitó esa tarde una crisis institucional, asumiendo el criterio de Sánchez de no continuar la visita a Chiva y eludiendo toda crítica al Gobierno; pero los españoles siempre recordarán quienes permanecieron en pie y quien se metió debajo del escaño, buscando la salida más cercana.
Con el agravante de que en Paiporta no hubo tiros. Si descontamos aquel palo volador al que se acusa ya de magnicidio y algún que otro recipiente de plástico, los únicos proyectiles empleados en esa batalla fueron puñados de barro.
En su mejor hora desde que es reina, Letizia obró el milagro de transformar los grumos que se deslizaban por sus mejillas en el bálsamo del "tenéis razón" con que alivió las heridas del alma de muchos que lo habían perdido todo. Fue el punto de inflexión que ha disparado la solidaridad y puede permitir -en feliz expresión del Rey- al "Estado en su plenitud" pagar la deuda que tiene contraída con los valencianos.
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Nadie se acuerda ya de los que se escondieron el 23-F. Lo único que prevalece es la valentía de Suárez y Gutiérrez Mellado. Lo que quedará de 'los hechos de Paiporta' es la constatación de la entereza cabal de Felipe VI al afrontar un riesgo asumible y de la honda humanidad de una reina Letizia a veces malinterpretada desde la distancia.
También debe quedar un proyecto nacional de reconstrucción de Valencia al que debemos de sentirnos convocados todos. Mazón lo ha cuantificado en 31.000 millones que el Gobierno debe habilitar mediante créditos extraordinarios y recurriendo a las ayudas europeas, haya o no nuevos presupuestos.
Como se demostró durante la pandemia, por terrible que sea la forma en que comienza una tragedia colectiva, lo determinante es cómo termina
Pero este proyecto va más allá de los números. Es una 'operación ave Fénix' en la que empresas y particulares hemos de implicarnos a todos los niveles.
No se trata de renunciar a la búsqueda de la verdad y la exigencia de responsabilidades. Todo lo contrario. Mazón debe comparecer el jueves ante las Cortes con un relato sin lagunas ni omisiones. Sólo si es capaz de transmitir a los valencianos toda la verdad y nada más que la verdad podrá sobrevivir al alud de críticas que ahora cae sobre él y liderar el esfuerzo de la reconstrucción.
Otro tanto cabe decir de Sánchez, obligado a explicar por qué no decretó la Emergencia de Interés Nacional, cuando tocaba afrontar la mayor Emergencia, ocasionada por una catástrofe natural, que ha vivido nunca la Nación.
Es decir, en paráfrasis del famoso compromiso de Adolfo Suárez, por qué no elevó a la categoría de legal lo que en la calle era real.
¡Adolfo Suárez! No ha habido otro como él, empeñado en entregar poder a la sociedad en lugar de arrebatárselo.
Basta leer hoy la evocadora entrevista de Daniel Ramírez con su escudero y biógrafo Fernando Ónega para darse cuenta de que lo único que tienen en común el primer presidente de la democracia y el por ahora último son las letras que abren y cierran sus apellidos.
Pero esto es lo que hay y estos son los que están. Confiemos en nosotros mismos y transmitamos a nuestros dirigentes que, tal y como se demostró durante la pandemia, por terrible que sea la forma en que comienza una tragedia colectiva, lo determinante es cómo termina.