El colegio de periodistas homologados se ha conjurado en la última semana para armar una campaña contra Iker Jiménez. El presentador se ha ganado el estatus de enemigo público número uno por la información incorrecta que ofreció en su programa de Cuatro sobre los presuntos fallecidos en el parking del valenciano centro comercial de Bonaire, anegado por las riadas de la Dana.

Poco importa que los comunicadores de irreprochable deontología profesional que se están sumando al linchamiento incurriesen en el mismo error que el presentador, fruto de la comprensible precipitación del momento y de haber confiado en unas fuentes equivocadas.

Lo de Iker Jiménez es desinformación; lo de La Sexta, información imprecisa. Y por ello Ana Pastor está exenta de la obligación de disculparse, como sí ha hecho el director de Horizonte.

El presentador Iker Jiménez durante una emisión de su programa 'Cuarto Milenio'.

El presentador Iker Jiménez durante una emisión de su programa 'Cuarto Milenio'. Mediaset

El daltonismo moral de la prensa progresista está justificado porque la recobrada celebridad de Iker Jiménez no sólo agrava el problema de nuestro tiempo, el de las fake news. También es expresión de un nuevo fenómeno, acentuado por el descontento social ante la negligencia política durante la DANA, del que la izquierda ya ha levantado acta: la "antipolítica".

Cuando El País, el BOE por otros medios, comienza a poner en circulación determinada terminología, conviene prestarle atención. Porque avanza cuál será el carril argumental por el que discurrirá la narrativa política izquierdista.

Con el título Conspiranoia, bulos y demagogia en 'prime time', El País dedicó un extenso artículo a conceptualizar esta peligrosa corriente discursiva "contra todo lo público", reconstruyendo el parentesco ideológico que acomuna a Iker Jiménez, Arturo Pérez-Reverte, Alvise, Pablo Motos, Vito Quiles y Elon Musk.

A lo que se dedica esta suerte de Santa Alianza, dice El País, "puede parecer crítica política, ese ejercicio sano y necesario. Pero es antipolítica, algo muy distinto, que daña la democracia".

De modo que ya tenemos aquí el nuevo sintagma comodín del que se servirá el oficialismo para neutralizar las desviaciones de la ortodoxia pública.

Primero fue el "fascismo", como desacreditación de las pretensiones conservadoras de impugnar el consenso socialdemócrata.

Un conjuro retórico que en realidad no es nuevo, pues ya en 1991 criticaba Gonzalo Fernández de la Mora que "el primero de los preceptos de la partitocracia es que no se puede alterar el sistema constitucional que los partidos se han dado y que usufructúan. A este sistema se le suele otorgar el nombre tabú de democracia. Quien pretenda romper el oligopolio partitocrático es tachado de antidemócrata o de fascista, calificativos a los que se da una significación casi satánica".

Luego llegó la alarma social por los "bulos", una manera de hacer pasar por intoxicación todo el caudal informativo que fluyese por cauces distintos a los del establishment mediático.

Y el último mantra de la factoría de ficción progresista es la "antipolítica", marcador lingüístico para desautorizar todo disenso sustancial respecto al statu quo institucional.

De no ser porque quienes diseminan estos conceptos ostentan un interés directo en el efecto descalificador que obran, podríamos pensar que se están refiriendo a una realidad tangible.

Ciertamente, las crisis de legitimidad como la que atravesamos propician el desarrollo de sentimientos anárquicos en la forma de un cierto qualunquismo que resulta estéril para la acción política. Y también proliferan formas de paraperiodismo que se alejan mucho del cometido que debe regir la labor informativa.

No se puede negar en este sentido que Iker Jiménez, acaso por su interés en la criptozoología, ha reunido a veces en su espacio político un auténtico bestiario de proscritos de dudosas credenciales.

La trampa está en que la esfera de influencia socialista retrata la indignación social (ahora que gobiernan ellos) como fruto de una manipulación a cargo de un directorio de magufos y agitadores.

Y los casos de la desinformación y la antipolítica son análogos porque en las reacciones a ambos se descubre al sistema tratando de calafatear sus fugas. Lo mismo con la espantada de muchos izquierdistas de X que con Iker Jiménez, estamos primordialmente ante reacciones defensivas por parte del corporativismo mediático.

Han entrado en juego nuevos actores que alcanzan mucho más predicamento que los medios convencionales, disputándoles el monopolio de su negociado. Ya no son tampoco la única autoridad hermenéutica, y no soportan que cualquier pelanas pueda replicarles y hacerles quedar en evidencia.

Pero, sobre todo, son las propias cabeceras convencionales las que han provocado las migraciones hacia canales mediáticos y políticos heterodoxos, al haber sido las primeras en participar de la desinformación.

La principal estrategia ideológica con la que el vigente régimen disciplinario intelectual trata de blindarse es retratando los malestares que engendra como perturbaciones exógenas que no atañen a lo vertebral del sistema. Y que son fruto de un error de juicio inducido.

De ahí la retórica positivista de los sedicentes "expertos" a los que consulta El País. La aristocracia intelectual debe instruir al vulgo, embriagado por pasiones demagógicas, de que se equivoca al levantarse contra el estado de cosas, cuya bonanza avala inequívocamente la razón y la evidencia.

Hay que curar al populacho de su ignorancia. Y por eso los intelectuales orgánicos como Antón Losada tienen que salir a desmentir las falsas creencias alimentadas por chamanes como Iker Jiménez, con una hipnótica letanía orwelliana: es falso, es un bulo, es falso, es un bulo...

En su fase de intensificación autoritaria, el tardoprogresismo está perfeccionando la que es su forma de gobierno por antonomasia: el despotismo ilustrado. Su mensaje se resume en: lo que ven tus ojos es mentira, lo que sientes está mal, lo que piensas es falsa conciencia, lo que recuerdas es una deformación de la memoria histórica.

Y luego hay quien se sorprende por la victoria de Trump.